Cómo un perro sin pelo terminó por convertirse en el patrimonio cultural de Perú

Cómo un perro sin pelo terminó por convertirse en el patrimonio cultural de Perú
Una perra peruano sin pelo PD

Aunque el nombre de Sumac significa «bonita» en el idioma quechua, nativo de Perú, hay algo que no se puede negar: es fea. Es una «perra peruano sin pelo», de piel arrugada y algunos mechones dispersos. Sumac y su otro amigo sin pelo, Munay -que significa «amado por todos»-, pasan sus días deambulando por su hogar: la antigua pirámide de Huaca Pucllana, en Lima.

Esta singular raza canina -que hace unas décadas estuvo al borde de la extinción- hoy habita algunos de los lugares más importantes e históricos de Perú. Esto es así gracias a que en el año 2000 el gobierno de ese país declaró a los perros sin pelaje parte del patrimonio cultural nacional.

Un año después, el gobierno anunció que al menos un perro de esta raza -también llamada Viringo Peruano-, tenía que vivir en cada uno de los museos arqueológicos a lo largo de la costa peruana. El objetivo, asegura la arqueóloga de Huaca Pucllana, Mirella Ganoza, era recuperar un pedazo de cultura peruana antes de que se desvaneciera por completo.

«Lo que comenzamos a darnos cuenta es que tenerlos aquí era tener algo propio», dice ella. «Es una forma de mostrar nuestra identidad», agrega.

«Criaturas satánicas»

El perro sin pelo fue alguna vez parte esencial de la cultura de Perú que se remonta a miles de años atrás, a la época precolombina. El llamado Viringo Peruano aparecía con frecuencia en las pinturas, la cerámica y la iconografía de las culturas inca, moche, wari y chimú, siempre retratado como compañero y tan calvo como un águila.

Los criadores los llaman «perros primitivos» porque se encuentran entre un pequeño conjunto de razas cuyas características genéticas no han cambiado durante miles de años de existencia. Tanto es así que, incluso, se ha llegado a decir que son «tan importantes como Machu Picchu» para la cultura peruana.

Cuando los conquistadores españoles llegaron a las costas de Perú en 1532, estos perros eran muy comunes. Con sus dientes y lenguas sobresalientes, y su piel negra y manchada, cuando los españoles vieron a estos animales sin pelaje creyeron que eran muy feos, y decidieron que eran malignos y que debían eliminarse.

«Ellos (los españoles) pensaban que eran satánicos, así los llamaban los católicos», dice Mirella Ganoza. «Creían que estos perros tenían algo siniestro dentro de ellos porque eran muy extraños». A lo largo de los siglos, los perros murieron lentamente y desaparecieron de la conciencia pública.

Ya no eran queridas mascotas peruanas, sino perros callejeros calvos ignorados y desvinculados de la cultura. La arqueóloga recuerda que cuando era niña le dijeron que eran «perros chinos» traídos por una ola de inmigrantes en los siglos XIX y XX.

Punto de retorno

Pero eso comenzó a cambiar en la década de 1990 cuando algunas organizaciones empezaron a defender a los perros y, así, ingresaron nuevamente en los hogares y a los corazones de los peruanos. Luego, cuando el gobierno peruano estableció la ley que exige que perros como Sumac y Munay vivan en los sitios de museos arqueológicos, se marcó un punto de inflexión.

Hoy, la raza es ampliamente adorada en todo Perú. El país estableció el Comité Nacional para la Protección del Perro Peruano sin Pelo y el 12 de junio -fecha en que este can fue reconocido como raza oficial-, se celebra oficialmente su día.

«Me quieren mucho»

En la antigua pirámide de Huaca Pucllana, Sumac y Munay son amados por los turistas y por los trabajadores del parque. Los perros deambulan por esta enorme pirámide de arcilla y adobe, construida alrededor del año 500 después de Cristo por una civilización indígena preincaica. Corren a lo largo de su cerca, ladrando a los perros y a las personas que pasan.

Los perros usan camisetas con los colores de la bandera peruana. Sumac, de tres años, salta alrededor de los trabajadores del parque, mientras que Munay, de 10 años, se acerca a los turistas pidiendo amor, con la cola nerviosa entre las piernas.

Siguen a los arqueólogos mientras ellos continúan excavando las ruinas y los guías turísticos ocasionalmente se detienen para explicar la historia de la raza. Incluso, Sumac y Munay han adoptado a una «madre»: la trabajadora del parque Delia Zyomee Huemon, de 53 años, que abraza a Sumac mientras el perro mastica juguetonamente la manga de su chaqueta.

«Por la mañana limpio sus camas y preparo su comida. También tengo que limpiar los corrales de otros animales y ellos siempre me siguen», dice, mirando al perro. «Me quieren mucho». Si bien los perros a veces pueden ser traviesos, encarnan algo más grande para el parque, argumenta Mirella Ganoza. «La idea era transmitir esta información sobre nuestra cultura», dice Ganoza. «Al tener a los perros presentes aquí, con el simple hecho de que las personas los vean, transmitimos su historia».

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