VENEZUELA

La historia de Diógenes Escalante: el presidente que iba a cambiar Venezuela y terminó apartado por loco

La historia de Diógenes Escalante: el presidente que iba a cambiar Venezuela y terminó apartado por loco
Diógenes Escalante. PD

La historia de Venezuela pudo haber tomado un destino diferente en 1945, con un candidato a presente que tenía la misión de cambiarlo todo, pero una circunstancia muy particular dio un giro de los acontecimientos, el 11 de septiembre de 1945 un avión estadounidense despegaba de Caracas a Washington con Diógenes Escalante.

Quien tendría que ser un moderno presidente, perdió el juicio en el momento más inoportuno, a pesar de que contaba con el insólito consenso de las diferentes fuerzas políticas del momento.

Su candidatura nunca llegó a formalizarse.

Aquel 11 de septiembre se marchó para no volver jamás. Como su razón.

Con él, volaron también las esperanzas para la verdadera democratización de un país, en el que según Maye Primera, periodista que lo biografió hace algunos años, «no había libertades políticas».

«Desde la Guerra de la Independencia, Venezuela había estado siempre gobernada por militares», dice Primera, que cree que Escalante encarnó «la esperanza de tener por primera vez un gobierno civil que se había iniciado tras la muerte de Juan Vicente Gómez».

Gómez, general hacendado del Táchira, una región ganadera fronteriza con Colombia, había gobernado el país de manera autoritaria desde 1908 hasta su fallecimiento en 1935.

Su estilo había marcado hasta entonces la política en el país sudamericano y asentado el predominio del Ejército en el Estado.

En su novela El pasajero de Truman, en la que recrea la vida del presidente frustrado, el escritor Francisco Suniaga lo caracteriza como «el héroe que iba a remediar los males que veníamos arrastrando desde los tiempos de la colonia».

Sin embargo, «sucumbió ante una enfermedad infame».

¿Quién era Diógenes Escalante?

El político en el que unas y otras facciones habían confiado para ocupar la jefatura del Estado tenía poco parecido con presidentes anteriores.

«Era una figura progresista, que representaba al mundo moderno y que venía a modernizar al país», asegura Suniaga en conversación con BBC Mundo.

Formado en Suiza, miembro de la reducidísima élite que en aquel tiempo podía completar estudios universitarios en Venezuela, Escalante había ocupado distintos puestos diplomáticos en Europa, entre ellos destinos en Alemania y Reino Unido.

Además había sido representante de Venezuela ante la Sociedad de Naciones, antecedente de las Naciones Unidas.

Casado con una mujer de una familia mantuana, como se conoce en Venezuela a las que tradicionalmente han dominado la política local, Escalante tenía dos hijos y era conocido por su perfil intelectual.

Cuando le propusieron lanzar su candidatura para presidir el país llevaba ya algún tiempo como embajador en Washington.

Allí había trabado amistad con Harry S. Truman, que con el tiempo se convertiría en presidente de Estados Unidos y que resultaría clave para explicar por qué Escalante terminó sus días en ese país.

 

Aunque esta vez se daba por hecho que conseguiría la presidencia, no era la primera vez que Escalante sonaba para presidente de Venezuela.

Varios autores indican que Juan Vicente Gómez ya había pensado en él para la máxima magistratura.

En 1940, cuenta Suniaga, el entonces mandatario Eleazar López Contreras quería designarlo como su sucesor, «pero los generales le impusieron un militar«.

En 1945 todas las piezas del rompecabezas encajaron por fin.

El entonces presidente, el también militar Isaías Medina Angarita, propuso a Escalante como su sucesor en la jefatura del Estado, una propuesta que pronto ganó adhesiones a lo largo y ancho del convulsionado espectro político venezolano.

Medina Angarita lo conocía bien y le agrada además que Escalante era de Táchira, como él.

Al contar con el beneplácito del gubernamental Partido Democrático Venezolano, que controlaba todas las instituciones, se da por hecho que el Congreso daría luz verde a la candidatura de Escalante, que después debería ser refrendada por una votación popular.

Escalante concitaba un apoyo tan amplio por varias razones.

Suniaga asegura que, con Escalante, «Medina Angarita se aseguraba que hubiera un presidente sin poder y que él seguiría reteniéndolo todo».

Aunque en aquel entonces ya no bastaba el apoyo del Ejército.

Una nueva fuerza llamada Acción Democrática (AD), de orientación socialdemócrata, había ido ganando fuerza y ejerciendo cada vez más presión a favor de una apertura política.

Escalante también le sirvió entonces al emergente líder de AD, Rómulo Betancourt.

Según Suniaga, «para Betancourt era una buena opción de transición que en dos años desaparecería y en ese tiempo AD podría seguir creciendo».

Convencido de que esta vez sí lograría la presidencia, Escalante aceptó y viajó de Washington a Venezuela para prepararse para su cita con la historia.

No son pocos los problemas que habría de superar.

En primer lugar, después de tantos años fuera, comprobó que muchos en su país no sabían quién era.

Y también la ardua tarea que tenía por delante si quería hacer realidad sus propósitos de renovación nacional.

«Pese a las reformas parciales que había llevado a cabo López Contreras, Venezuela era tras Juan Vicente Gómez un sistema feudal; a su muerte en 1935 tenía menos escuelas que en 1875», asegura Suniaga.

Maye Primera describe la Venezuela de entonces como «un país rural y afectado por el paludismo, que aún no había entrado en la modernidad».

Según relató tiempo después Hugo Orozco, que fue mano derecha de Escalante en aquellas jornadas críticas, el futuro presidente se había propuesto romper con todos esos lastres del pasado.

«Escalante se percató de que el país no se estaba beneficiando de los ingresos del petróleo. Su gran proyecto era nacionalizar la industria petrolera e invertir sus recursos en la modernización de Venezuela», afirma Primera.

No será hasta el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez (1974-1979) cuando se tomara esa decisión, que, para Primera, supuso «la creación del estado moderno en Venezuela».

Escalante quiso, pero no pudo.

De acuerdo con el relato de Orozco y de sus biógrafos, Escalante había empezado a dar muestras de demencia tiempo antes de viajar a Venezuela para aceptar la presidencia.

Pero los acontecimientos se precipitaron entonces.

Escalante comenzó a actuar erráticamente y a echar en falta pertenencias que en realidad seguían donde él las había dejado.

Al principio, Orozco logró mantener en privado los cada vez más frecuentes desvaríos del candidato, con la esperanza de que se tratara solo de una crisis pasajera.

Pero la situación se hizo insostenible el 3 de septiembre, cuando Escalante faltó a una cita con el gobierno en pleno a la que le había convocado Medina Angarita en el palacio presidencial porque estaba convencido de que alguien le había robado sus camisas.

Orozco, que le acompañaba en su estancia en el Hotel Ávila de Caracas, comprendió desolado que Escalante había perdido la razón y no podía de ninguna manera convertirse en el nuevo presidente.

En poco tiempo, una comisión médica designada al efecto llegó a la misma conclusión y Escalante fue definitivamente descartado.

La noticia causó conmoción en el gobierno y en todo el país.

Suniaga explica que «nunca hubo un diagnóstico claro», porque «la psiquiatría entonces no existía en Venezuela».

¿Fue la presión? ¿Sufría Escalante quizá alguna enfermedad degenerativa?

Muchas enfermedades neurológicas diagnosticadas con frecuencia en la actualidad no eran habitualmente identificadas por la medicina de entonces.

Miembros de su familia llegaron a sugerir que Escalante había sido envenenado, pero Suniaga lo descarta.

«Orozco me dijo que había mostrado síntomas ya antes de regresar a Venezuela».

Sea como sea, Escalante se marchó para siempre rumbo a Estados Unidos a bordo del avión enviado por su viejo amigo Truman.

Ya en Estados Unidos, fue sometido a un tratamiento de electrochoque en un hospital militar, que, según relata Suniaga, «le hizo más mal que bien».

Poco más de un mes después, el 18 de octubre de 1945, roto el inusual consenso forjado en torno a Escalante, Venezuela sufrió un nuevo golpe de Estado, esta vez impulsado por sectores del Ejército y de Acción Democrática.

El gobierno de Medina Angarita cayó.

Toda esperanza de entendimiento y estabilidad institucional se evaporó.

Para Primera, «la locura de Escalante supuso una oportunidad perdida de que Venezuela alcanzara rápidamente la democracia».

Suniaga piensa, en cambio, que «era poco lo que Escalante hubiera podido hacer desde la presidencia. La política venezolana era y es aún hoy muy caníbal».

Escalante no volvió a aparecer públicamente y nunca regresó a su país.

Murió muchos años después, en 1964, en Miami.

Para entonces, los libros de Historia de Venezuela acumulaban más insurrecciones y gobiernos militares.

Para Suniaga es una frase que atribuye a su amigo el intelectual Gumersindo Rodríguez la que mejor la resume: «En Venezuela los que nacen para ser presidentes se vuelven locos, y los locos llegan a ser presidentes».

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