Un manto blanco de papeles y flores despiden a Carlos Alonso Palate

(PL/Agencias).- Cientos de papeles y flores blancas blandiendo al cielo despidieron hoy a Carlos Alonso Palate en su natal Picaihua, en el centro andino de Ecuador, a donde, el hasta ahora lejano horror del terrorismo, llegó en forma de muerte.

Rostros tristes, lágrimas y proclamas contra el terrorismo rodearon la plaza central de Picaihua, donde se celebró la misa para despedir a Carlos, de 35 años, que hace cuatro años viajó a España en busca de mejores condiciones de vida, pero que murió en el atentado perpetrado por ETA el pasado sábado en el aeropuerto de Madrid.

Cubierto con la bandera de su club de fútbol y escoltado por un cartel en el que sus hinchas le aseguraban que su nombre «queda impregnado en el equipo», en el que era conocido como «El Tanque», al menos medio millar de vecinos despidieron a Carlos Alonso.

La dolorosa situación y el fuerte sol que pegaba sobre la plaza de la parroquia de Picaihua provocaron varios desmayos a Elvia, la hermana de la víctima de ETA, que era asistida por una integrante de la asociación de emigrantes Rumiñahui.

Las curtidas manos de la madre de Carlos, María Basilia Sailema, y las de sus hermanos, Luis Geovanni y Luis Jaime, blandían con resignados movimientos las servilletas blancas para condenar al terrorismo que se llevó a Carlos Alonso.

Cientos de voces se unieron en un «Padre Nuestro» que estremeció aún más a la madre de la víctima y al pueblo, que conmovido, levantó otra vez, su blanca protesta en favor de la paz y contra el terrorismo, del que sólo habían oído hablar en las noticias.

A un costado del ataúd, y junto a otros familiares, María Juana Sailema, tía de la víctima, con la experiencia de sus 68 años de vida, no alcanzaban a comprender la muerte de su sobrino, mientras cerca de ella, salían cánticos: «..más allá del sol, yo tengo un hogar».
Nuevos cánticos desataron la angustia de la madre cuando el resto coreaba «cómo no creer en Dios si me ha dado los hijos y la vida».

Al término de la misa, Luis Aníbal Sailema, amigo del fallecido, aseguró que «sólo se tarda un minuto en decir hola y toda una vida en decir Adiós. La gran moraleja que deja Carlos es: sueña como si fueses a vivir para siempre y vive como si fueses a morir hoy mismo».

Varios campanazos marcaron el inicio del traslado al cementerio en un recorrido de unos 350 metros en los que María Juana no cesaba de reclamar, con su lamento transformado en cántico, la partida de Carlos: «Aaay sobriniiito, aaay Carliiitos, aaay boniiito, por qué te fuiste dejando a mi ñaña (hermana) solita».

En el recorrido, las lágrimas bañaban los rostros de parientes y vecinos, y rosas blancas y pétalos caían desde los balcones de casas de Picaihua al paso del féretro, al que otros cientos de humildes vecinos de la parroquia esperaban ya en el cementerio.

Hasta allá llegó María Basilia, casi ciega, encorvada, con la piel curtida, su cabello entrecano y agarrado en trenzas a la espalda, que varios palmeaban a manera de un consuelo que no le llegaba.

La multitud complicó el ingreso del ataúd al cementerio, donde los esperaban más hijos de Picaihua, un pueblo enquistado en el centro andino de Ecuador, y donde todos condenaron el terrorismo y culparon a la pobreza por arrojarlos fuera de sus fronteras.

«El pueblo de Picaihua repudia el terrorismo. ETA.», rezaba un cartel que acompañó al ataúd hasta el nicho, en el que se deslizó en medio de desgarradores llantos, lamentos y arrepentimientos como el de Luis Antonio, tío de Carlos, que le facilitó el viaje hace cuatro años: «Es por mi culpa», decía, a lo que otros respondían «fue ETA».

Interminable se hizo para Picaihua el entierro, en especial para la madre de Carlos, a quien el dolor le provocó un fuerte dolor en el pecho, que obligó a recostarla en el césped.

Los hijos de Picaihua comentaban su dolor en preguntas que quedaron sin respuesta: «¿Por qué hay terrorismo?», «¿Por qué se mata la gente?», «¿Por qué hay tanta maldad en el mundo?», mientras la madre de Carlos no cesaba de lamentarse a modo de canto: «A dónde te vas mi hijito, mi precioso, llevame a mi también»

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Autor

Paul Monzón

Redactor de viajes de Periodista Digital desde sus orígenes. Actual editor del suplemento Travellers.

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