(PD).- Si hay algo que no se puede permitir un candidato es criticar a sus votantes, pero el senador por Illinois lo ha hecho además para acrecentar una fama de elitista que no le conviene nada.
Lo tiene muy difícil Hillary Clinton cara a la convención demócrata para designar candidato a la Casa Blanca. Apenas tiene margen para recuperar delegados electos, y puede acabar fiándolo todo a los superdelegados no electos del partido, lo cual sería una forma poco democrática de lograr su objetivo.
Así que cualquier ayudita le viene bien, y si se la ofrece su rival, mejor. Conque en el cuartel general de la ex primera dama dieron palmas de alegría al escuchar a Barack Obama, en un error imperdonable en un político, criticar a los electores. El viernes el senador por Illinois se despachó a gusto contra los trabajadores norteamericanos de las pequeñas ciudades, quienes, «cabreados y amargados» por las desigualdades económicas, han perdido la fe en Washington y en consecuencia basan su voto en asuntos como el derecho a llevar armas o el matrimonio homosexual.
Tratando a los electores como niños pequeños, Obama proclamó que «se refugian en su fe, en su comunidad y en su familia y en aquellas cosas con las que pueden contar». El aspirante pretendía explicar por qué en plena crisis las razones económicas pesan menos que otras a la hora de decidir el voto, pero tal como lo dijo, sirvió para acrecentar su fama de elitista y de esta apoyado por las clases intelectualoides y estiradas, que le admiran casi con mesianismo.
Desde entonces Hillary no ha dejado de reprocharle la coladura, hasta forzarle a disculparse: «Si empleé términos que ofendieron a alguien, lo lamento profundamente», dijo en una entrevista. Pero no sólo Clinton le criticó considerando «elitista y poco delicado» referirse a los trabajadores como «amargados», sino que en los mítines proliferan ahora las pancartas de seguidores de la candidata proclamando: «No soy un amargado».
Todo vale cuando en las próximas primarias en Pennsylvania Obama estaba recortando diferencias a pasos agigantados: que dé motivos para considerarle un «arrogante abogado formado en Harvard» es la peor carta de presentación en la América profunda, donde también se juega la Presidencia.