A Obama se le empieza a caer la careta

A Obama se le empieza a caer la careta

(Michael Gerson / PD).-No deja de meter la pata hasta el fondo. Resulta que Barack Obama tiene talento para socavar sus propios puntos fuertes políticos. Se suponía que era el candidato post-racial. Pero se ha vinculado durante décadas a la tradición de la liberación negra que mira toda la vida americana a través del prisma del color. Su respuesta a las críticas en este punto ha sido, esencialmente: El resentimiento de mi iglesia es históricamente comprensible pero mal encaminado. Me conoce. Yo soy mejor.

Obama también se suponía que era el Demócrata que por fin «capta» la religión, tras una serie de candidatos presidenciales Demócratas que parecían sufrir incapacidad teológica. Pero ahora, del repentinamente imprescindible Huffington Post tenemos noticia de la reflexión de Obama con la guardia bajada acerca de la inquietud económica del americano medio: «No es sorprendente que estén resentidos, se aferren a las armas o la religión o la aversión hacia las personas que no son como ellos o el sentimiento antiinmigrante o el sentimiento anti-comercio como modo de expresar sus frustraciones”.

Durante el «Foro de la compasión» de la noche del domingo en la CNN, Obama intentaba pulir este comentario con la observación de que «Las escrituras hablan de aferrarse a lo que es bueno». De manera que, evidentemente, en momentos económicos difíciles, la gente encuentra protección, confort y refugio en la religión — y en el sentimiento anti-inmigrantes y la aversión hacia las personas que no son como ellos. Todas fuentes probadas y verdaderas de fortaleza americana y garantía durante una crisis.

Esta es la otra cara de la elocuencia y el intelecto — la creencia en que todo se puede explicar y de esa manera racionalizar — la tentación de sustituir inteligencia por remordimientos.

Es en general una mala idea política que un candidato psicoanalice a los votantes indecisos, que tienden a percibir sus creencias y motivaciones como «más reales» que los engaños y los espejismos de la clase política. Pocos disfrutarán de ser un espécimen clavado con alfileres y expuesto en el Seminario del Profesor Obama para donantes Demócratas de San Francisco.

Pero el revés es más que político. Una de las contribuciones genuinas de Obama había sido el renovado y progresista aprecio del papel de la motivación religiosa en política. Su discurso de 2006 en la conferencia Llamamiento a la renovación en Washington reconocía que el impulso religioso tiene consecuencias políticas insalvables. “Frederick Douglas, Abraham Lincoln, William Jennings Bryan, Dorothy Day, Martin Luther King — la mayoría de los grandes reformistas de la historia americana en la práctica — no estaban únicamente motivados por creencias religiosas, pero repetidamente utilizaban el lenguaje religioso para defender su causa. De modo que afirmar que hombres y mujeres no deben introducir su ‘moralidad personal’ en los debates de política pública es un absurdo práctico. Nuestro Derecho es por definición una codificación de la moralidad, gran parte de ella basada en la tradición judeocristiana”.

En el 2006, Obama sostenía que la fe religiosa era auténtica, bienintencionada y esencial para el bien común. En San Francisco, sin embargo, pareció caer en un marxismo académico crudo, afirmando que la religión es un epifenómeno, la consecuencia de tendencias sociales más profundas; que las realidades más profundas de la política son económicas en lugar de morales; que Dios y las armas, el resentimiento y el fanatismo, todo de alguna manera distrae a la clase media de América de los verdaderos asuntos de justicia.

Durante el foro de la noche del domingo, Obama desechaba por inconsistente con su historia vital esta interpretación. «Es muy importante comprender… que soy un cristiano devoto, que inicié mi labor trabajando con iglesias a la sombra de industrias del acero que habían cerrado en el margen sur de Chicago». En otras palabras: ya me conoce. Soy mejor.

Echando la vista atrás a los últimos meses, existe un hilo común en la respuesta de Obama tanto a las revelaciones sobre Wright como a su patinazo «resentido». En su discurso de Filadelfia sobre raza, Obama hablaba de «la rabia y el resentimiento» de la oprimida generación de Wright. Se refería a «una rabia parecida» existente dentro de «la comunidad blanca» que los políticos han explotado de manera rutinaria en asuntos como el crimen y el bienestar social. América, según esta opinión, está sitiada por la ansiedad y el miedo y el resentimiento y el estancamiento racial, los cuales pueden superarse mediante la amplia interpretación de Obama y la audaz esperanza.

Una parte de mí quiere creer. La discriminación racial es la cicatriz mal curada de la historia americana, y la elección de Obama sería una llegada feliz en un viaje nacional que comenzó con afroamericanos considerados solamente las tres quintas partes de una persona.

Pero el enfoque político de Obama no está dando de sí en absoluto. El Obamaísmo parece consistir en la creencia de que el candidato trasciende lo comprensible excepto el confuso enfado de los americanos negros y blancos. Y de esa manera, el Obamaísmo exige una desfavorable comparación del pueblo americano con el propio Obama.

Este mensaje es intrínsecamente orgulloso: comprendo su amargura y su confusión, pero yo no las reflejo. Ya me conoce. Soy mejor.

El problema reside en que en realidad no conocemos muy bien a Obama.

© 2008, The Washington Post Writers Group

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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