Obama y la banda de Sinatra

Obama y la banda de Sinatra

(David Ignatius).-Barack Obama se proclamó “un mensajero imperfecto” en su discurso de victoria en Carolina del Norte el pasado martes. Fue un refrescante toque de humildad, pero también era un hecho. El supuesto candidato presidencial Demócrata está lejos de ser perfecto. Pero ha demostrado el don más misterioso y más precioso de la política, que es la compostura bajo presión.

Obama ha seguido siendo la encarnación de la calma hasta cuando su campaña parecía estar explotando alrededor suyo. No hizo cosas políticamente convenientes: no llevó su patriotismo en su solapa con un pin de la bandera americana; no renegó rápidamente de su antiguo pastor hostigador racial, Jeremiah Wright; no se disculpó por los comentarios de su esposa Michelle que muchos americanos encontraron antipatrióticos. Puede decir lo que usted quiera de la solidez de estas posiciones, pero el hecho interesante es que Obama no flaqueó.

“Sí, sabemos la que se avecina. No soy ingenuo”, decía Obama en el discurso de Carolina del Norte. “Lo hemos visto ya… aprovechando cada patinazo y asociación y controversia falsa para atacar, con la esperanza de que los medios sigan la corriente”.

Ese es el mensaje: Atácame; ataca a mi pastor; ataca a mi esposa; hazlo de una vez. Estoy listo.

Los últimos meses han revelado las vulnerabilidades de Obama, pero también han manifestado su capacidad para encajar un golpe. Muchos blancos están enfadados a causa de que no echase por la borda antes a Wright, pero ciertamente a los negros les gusta aún más por resistir a la presión. Y está el aprecio americano instintivo hacia la gente que no abandona a sus amigos, ni siquiera cuando sus amigos son siniestros. Ese es el motivo de que una estrategia basada en Wright puede salirles por la culata a los Republicanos, igual que salió para Hillary Clinton.

Obama tiene una visión trascendente: forma parte de lo que le da el aire de ser alguien que está ahí por un motivo. Cuando se le ve en televisión o en planos de fotografía, siempre parece estar mirando a la distancia — no a ninguna persona en particular, sino hacia «el pueblo» y el horizonte.

Una forma de medir la impresión que da Obama de estar ahí por un motivo es pensar en las opciones que tenía delante cuando se licenció por la Facultad de Derecho de Harvard como primer presidente afroamericano del Harvard Law Review. Podría haber optado por un puesto de secretario en el Supremo, o amasar una fortuna trabajando para un bufete de abogados de lujo. Pero la ambición de Obama era mucho mayor. Fue a Chicago a empezar a cultivar una base para presentarse… bueno, sabemos a dónde lleva esta historia.

Las personas que conocieron a Obama en aquellos primeros días en Chicago dicen que se sorprendieron por dos rasgos: primero estaba su notable capacidad para trabajar más allá de distinciones raciales; el segundo era su ambición política. Su estrategia consistía en no tomar partido — entre blancos y negros, entre ricos y pobres, entre Harvard y la calle. Esa sigue siendo la esencia de su atractivo: soy una persona que puede poner de acuerdo a América porque albergo en mí mismo todas sus contradicciones.

Ese rasgo primordial es lo que le gustaba a Obama de su pastor. En su primera autobiografía (aún la piedra Rosetta para descifrar al candidato Demócrata), dice esto de Wright y su iglesia: «Fue este colosal talento por su parte — esta capacidad para reunir, por no decir reconciliar, las variantes en conflicto de la experiencia negra — sobre la cual el éxito de Trinidad se había levantado en última instancia”.

El problema de Obama con Wright por entonces no fue que era demasiado radical, sino que era demasiado burgués. Obama cuenta que en su primera reunión dijo a Wright que le preocupaba «que la iglesia sea socialmente ascendente». No quería verse rodeado de “buppies” — profesionales urbanos negros — que albergaran la meta trivial de hacer dinero.

Lo irresistible de Obama es que fusiona gracia y ambición. Está corriendo los mayores riesgos, pero hace que parezca fácil. Ese rasgo tranquilo y encantador recuerda a John F. Kennedy y la banda de Sinatra — todos estos hombres arreglados y atractivos con trajes de seda y corbatas delgadas que nunca pierden los papeles y nunca dudan.

Albert Murray tituló «Los Omni-americanos» a una colección de sus ensayos acerca de la cultura negra. Esa era su opinión de la experiencia afroamericana, que señalaba en todas direcciones a la vez — hacia cólera y reconciliación, hacia la rabia contra América y un patriotismo que ha llevado a los negros a cumplir de manera desproporcionada el servicio militar, hacia la paradoja de odiar a América y serle intensamente leal.

Ese es el paquete pírrico que Barack Obama aporta a la carrera presidencial. De acuerdo con los resultados de las primarias de la semana pasada, tenemos una cita en noviembre con esa visión de “Omni-América” y el cambio trascendente y potencialmente rompedor que representa.

© 2008, The Washington Post Writers Group

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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