«La cadena me pelaba las clavículas»

"La cadena me pelaba las clavículas"

(PL).- Los narcoterroristas de las FARC están estupefactos, humillados y sorprendidos. Pueden matar y mucho, pero el ministro colombiano de Defensa, Juan Manuel Santos, afirma tajante que las FARC «están resquebrajadas, debilitadas».

Para disipar rumores sobre un supuesto pago millonario a los secuestradores, el Gobierno colombiano ha difundido un vídeo grabado por uno de los comandos y en el que se ven los detalles de la asombrosa operación militar en la que fueron rescatados la ex candidata presidencial Ingrid Betancourt, tres estadounidenses, así como 11 efectivos de las Fuerzas Armadas.

El ministro Santos ha añadido que las FARC «tiene serios problemas de comando y control, de comunicación entre ellas».

En la grabación realizada por el comando militar que ejecutó el rescate y que se hizo pasar como una organización humanitaria ficticia en misión para trasladar a los rehenes de un lugar a otro en la selva, se observa a los prisioneros esposados camino a un helicóptero.


En las imágenes, editadas para proteger la identidad de los militares implicados en la operación y bajo la mirada de los supuestos integrantes de la misión humanitaria, también aparece el helicóptero militar encubierto, pintado de blanco y rojo, pero sin ningún emblema de alguna organización internacional.

La grabación también muestra a varios guerrilleros armados con fusiles y vestidos con uniformes camuflados en medio de un cultivo de hoja de coca en donde aterrizó la aeronave para recoger a los rehenes y quienes se quedaron en tierra después de que los prisioneros llegaran hasta ella con dos líderes rebeldes que tenían la responsabilidad de cuidarlos.

Fue una magnífica operación militar

El vídeo se difundió horas después de que una radio suiza citara a una fuente anónima diciendo que la liberación fue el resultado de un pago millonario a algunos miembros de la guerrilla colombiana para que entregaran a los rehenes. El Gobierno colombiano, a través de altos jefes militares, negó las versiones e insistió en que se trató de una operación militar.

El titular de Defensa ha subrayado que Jaque fue una operación «cien por ciento colombiana», aunque reconoció que las tropas de su país reciben asistencia de Estados Unidos e Israel.

«Una semana antes avisamos al embajador de EEUU (en Colombia, William Brownfield), en mi casa, en presencia del general Padilla», ha revelado, al explicar que «fue una promesa del presidente Uribe al presidente Bush». Santos ha añadido que no cree que las FARC se atrevan a tomar represalias.


INGRID BETANCOURT RELATA SU CALVARIO

La espantosa rutina de 2.500 días de cautiverio:

Ésta era la rutina de sus casi 2.500 días de cautiverio:

«Rezar el rosario y esperar las noticias; el contacto con los espacios radiales que nos daban la posibilidad de comunicarnos con nuestras familias (…). Quitada de las cadenas a las cinco de la mañana, servida del tinto [café] a las cinco. Traían las botas en ese momento. Hacer la cola para esperar el turno para chontear. Chontear es un término muy guerrillero: es ir al baño dentro de unos huecos espantosos, porque no hay letrinas, no hay nada. Nos tocaba esperar turno para ir detrás de los matorrales a hacer nuestras necesidades en esos huecos».

Tras un desayuno con «chocolate o algún caldo… Tratar de encontrar qué hacer durante largas horas hasta las once y media del día. En el secuestro, a partir de cierto momento, ya nadie tiene qué decirse. Todo el mundo está en su caleta [tenderete] en silencio. Los unos duermen, los otros meditan, los otros oyen radio».

«Después, baño general. Entonces, vestirse para el baño rápidamente, e ir, por lo general, a un pequeño río. Todo es limitado. Para mí era una tortura lavarme el cabello, porque no me daban tiempo. Yo estaba con hombres que no tienen tantas cosas para lavar; ellos estaban listos a los 10 minutos y yo a los 25 minutos todavía estaba bañándome y me sacaban a gritos y era muy humillante. Después ir a la caleta, vestirse con mucho cuidado para que no se cayera la toalla mientras uno se pone la ropa interior, con mucho cuidado de que no lo vaya a atacar una hallanave o un escorpión o cualquier bicho mientras uno se está cambiando… A todos nos picó algún bicho…».

«Todos los días alguien dice: ‘¡Uy! Me acaba de picar una hallanave’. Y entonces uno dice: ‘Bueno, ¿y dónde están?’. ‘No, no tengo idea, por ahí debe estar’. Una hallanave es una hormiga muy grande y el dolor que produce su picadura es como el de un escorpión. Hay otras hormiguitas que se caen de los árboles y cuando le rozan a uno la piel, se orinan encima de uno y producen un quemón muy fuerte».

«Después llega la comida. Se tiene uno que comer lo que traigan muy rápido, lavarse los dientes, limpiar las botas, meterse en la caleta o por lo menos organizar el toldillo, guindar [tender] la hamaca y muy rápidamente cae la noche. Y ya tiene uno que estar en la hamaca».

«Las botas tienen que estar de un lado para que las recojan y se las lleven, porque tienen miedo de que nos fuguemos con las botas y no nos dejan tener zapatos por la noche. (…) Nos ponen las cadenas y, entonces, si tenemos un guardián de mal humor nos la pone tan apretada que no nos deja dormir. (…) Puede uno, de pronto, negociar. Yo logré que me pusieran la cadena en el pie, porque no lograba dormir. Las cadenas y los candados eran muy gruesos. Yo terminaba con las clavículas peladas por el roce de la cadena».

«Se duerme uno como un plomo tratando de olvidar la pesadilla en la que uno está, probablemente habiendo soñado cosas como que estoy con mis niños corriendo, y de pronto se levanta uno a una pesadilla, con la cadena en el cuello, con sed, con ganas de orinar. Toca orinar enfrente de los guardias. Ustedes se imaginarán lo que era para mí orinar al frente de ellos por la noche, que le ponen a uno una linterna porque hay mucha sevicia y mucha maldad… bueno; todo lo que no les cuento porque son cosas como tan mías y es muy doloroso».

Esta rutina se rompía cuando sentían pasar algún helicóptero que podía abrir fuego contra ellos.

«Hay que empacar equipos y salir corriendo. Todos inmediatamente, ni nos hablamos. Empacar todo en plásticos rápido y la hamaca, el toldillo, sacar la carpa, doblarla rápido, meter todo, no le cabe a uno en el equipo, siempre quedan cosas por fuera».

«Y esas marchas… Lo peor, lo peor… las marchas. Una marcha, levantada a las cuatro de la mañana, empacada de todo el equipo sin luz… Obviamente se va a poner uno la ropa y está con hormigas y la ropa que nos ponemos en marcha es mojada, húmeda; mejor dicho, absolutamente mojada; a las cuatro de la mañana ese frío de ese amanecer, porque la marcha es muy larga».

En su relato, Betancourt, reconoció que en algunos momentos sintió ganas de matar. «Si hubiera podido lo habría hecho». (…) «La muerte es la compañera más fiel del secuestrado».

El cabo William Pérez, de 36 años, que pasó 10 años y cuatro meses preso, relató cómo en 2007 ayudó a salvar la vida de Ingrid: «Le dio una depresión muy grande que no la dejaba comer. Empezó a sufrir de úlcera, de infección intestinal y se deshidrató. Y a eso hay que sumarle el efecto de tener una cadena al cuello 24 horas», contó Pérez.

Con paciencia, casi a la fuerza, como se alimenta a una niña, le daba cucharada tras cucharada: una por su mamá, otra por cada uno de sus hijos… «Ingrid botaba [tiraba] la comida, y llegó el momento en que decía: ‘me quiero morir, me quiero morir, me quiero morir’. Cuando dijo eso llevaba ya dos semanas sin comer nada». «Ella no tenía fuerza para subir una lomita de un metro. Me tocaba subirla, hidratarla, darle medicamento para la úlcera y casi obligarla a comer».

Pérez, quien siempre quiso estudiar medicina, trataba de animarla hablándole de sus dos hijos, de su madre, de la cantidad de gente que luchaba por ella. Un redactor de la revista colombiana Semana le preguntó: «¿Qué hacía la guerrilla cuando Ingrid estaba tan enferma que no quería comer?». Y Pérez respondió: «Decían: ‘Si no come y se muere, abrimos un hueco y la enterramos».

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