«Dos hermanos», la orfandad no tiene edad para Daniel Burman

"Dos hermanos", la orfandad no tiene edad para Daniel Burman
. Agencia EFE

Experto en matizar las relaciones familiares, el realizador argentino Daniel Burman aviva las rencillas de infancia de «Dos hermanos», que quedan huérfanos pasados los sesenta en una película que protagonizan Graciela Borges y Antonio Gasalla y que se estrena en España el 18 de junio.

Analizó las relaciones paternofiliales en «El abrazo partido» y reflejó en «El nido vacío» a los padres tras la emancipación de los hijos. Ahora Daniel Burman se centra en «Dos hermanos», adaptación de la novela «Villa Laura» de Sergio Dubcovsky.

«Mientras los padres estamos vivos, el conflicto entre hermanos está cristalizado y los roles asignados. Por más que la realidad objetiva desde fuera determine que son falsos, esos roles siguen, y cuando los padres mueren, los conflictos vuelven y se desarrollan en términos infantiles», resumió en la presentación de la película.

La diva del cine argentino Graciela Borges y el popular cómico Antonio Gasallo despliegan, en consecuencia, una peculiar relación consanguínea marcada por «el miedo a la soledad y la culpa del abandono» y aderezada por peleas dialécticas entre lo cómico y lo agresivo.

Ella, que se llama Susana, vive en su realidad paralela: entre soñadora y patética, pero siempre embaucadora. «Subjetivamente no está mintiendo. Miente para ser querida y aceptada», justificó el director.

Él, Marcos, decidió cuidar a su madre y ahora recupera su propia vida dedicándose al teatro y a la atracción sexual hacia otro hombre, pero no puede evitar chocar con la pompa imaginaria de su hermana de la que surgen los dinámicos diálogos del filme, que siguen siendo el punto fuerte de Burman.

«Dos hermanos», aunque está marcada por las «obsesiones y temores» del director y ha sido vista por más de medio millón de espectadores en Argentina.

Allí, Graciela Borges es una celebridad curtida en películas fundamentales del último cine argentino como «La ciénaga» y «Las manos», y en Madrid, con «ojos de conejo por culpa de una alergia atroz», explicó que había construido este nuevo personaje «desde la piedad».

«Si no fluyo dentro del personaje es difícil para mí actuar. Y desde la piedad ya puedo ser mala», explicó, aunque reconoció que, con todo, aprendió a «querer un poco» a su irascible personaje.

Burman, cineasta que siempre transita las buenas intenciones, da una segunda oportunidad a sus criaturas cinematográficas. «No diré que las personas pueden cambiar hasta el último día de sus vidas, porque sería demasiado ‘new age’. Pero sí creo que se puede cambiar la perspectiva que se tiene del otro», resumió.

Así, estos «Dos hermanos», entre engaños, disputas y agresiones, caminan hacia una atípica reconciliación que pasa por conocerse a sí mismos.

«Cuando estamos intentando cambiar, lo que son pequeños pasos vistos desde fuera, para nosotros son tremendas aventuras. Es al revés que la llegada de Armstrong a la Luna», explicó.

Y es que la identidad vuelve a ser un eje del cine de Burman. «Es una cuestión que uno sabe que no tiene respuesta, pero al mismo tiempo es un camino que tiene que recorrer porque es el suyo», afirmó el cineasta.

Este conflicto, a pesar de que está muy presente en la sociedad argentina, es universal. «Si no, el resto del mundo se está perdiendo una parte fundamental de la vida», bromeó el director, que ganó el Premio Especial del Jurado en la Berlinale con «El abrazo partido» en 2003.

Pero aunque hay una mayor dosis de amargura en este retrato de la inmadurez en las fases más avanzadas, Burman sigue apostando por el optimismo para contar sus historias. «Claro que soy positivo. Si fuera pesimista no haría películas y me quedaría llorando en casa», concluyó.

Mateo Sancho Cardiel

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