Desde los cinco años, Chanira Bajracharya ejerce de «kumari» o «niña diosa» en uno de los tres templos dedicados a esta tradición en el valle de Katmandú (Nepal), pero de mayor, cuando retorne al mundo de los mortales, la pequeña quiere ser banquera.
«¡Esta es la era de los negocios!», dice a Efe Chanira, que la semana pasada se convirtió en la primera «kumari» en sacarse el graduado escolar y piensa estudiar Empresariales y hacer carrera en la Banca.
Chanira obtuvo las notas más altas en su graduación, que ha completado a los 14 años, dos antes de la norma en Nepal, sin acudir a la escuela pero recibiendo las enseñanzas de un tutor en su propia casa.
La tradición de las «kumari» (virgen, en nepalí) se inició en Nepal en el siglo XVII: las tres «niñas diosas» de Katmandú, Lalitpur y Bhaktapur, seleccionadas por poseer 32 virtudes que las hacen «perfectas», son reverenciadas por hindúes y budistas por su supuesto carácter protector frente a los demonios.
Pero su condición divina lleva aparejados una alimentación a base de comida ritual «pura», su confinamiento en un templo y la prohibición de tener contactos con los demás, por lo que no pueden acudir al colegio ni disfrutar de una infancia normal.
En agosto de 2008, el Tribunal Supremo exigió al Gobierno que garantizara los derechos de las «kumaris», como el de la educación y la sanidad, salvaguardando al mismo tiempo la tradición.
Chanira, que vive en su propia casa con sus padres y dos hermanos porque el templo de Lalitpur está en ruinas, siguió estudiando después de ser elegida «kumari», al principio dos horas al día que se elevaron a cinco en el último año.
«Mis padres se dieron cuenta de la importancia de la educación y quisieron que continuara estudiando», explica a Efe. Chanira se alegra de su situación: «Antes, las ‘kumaris’ no tenían la oportunidad de estudiar, pero ahora sí».
La pequeña, que recuperará su condición «mortal» cuando tenga la primera menstruación y sea sustituida por otra «kumari», sólo ha salido de casa 18 veces al año, para participar en ritos religiosos.
Pero Chanira se ha apoyado en las nuevas tecnologías para abrirse una ventana al exterior: tras las dos horas de rezos matutinos, la adolescente se dedica a la lectura (le gustan las novelas de aventuras y del espacio) o navega por Internet, donde está en contacto con turistas que antes la han visitado en Nepal.
En cambio, no tiene amigos en su localidad -«mis compañeros de clase me traen los deberes pero no sé sus nombres», dice- y sólo tiene a sus dos hermanos menores como compañeros de juego.
Pero la «niña diosa» no se arrepiente de su condición. «Disfruto siendo una ‘kumari’ porque es un honor y un privilegio. Las demás personas me respetan y me siento orgullosa de que me escogieran», asegura.
Chanira siente curiosidad y cierta aprensión por la vida en el exterior, porque no sabe «qué esperar» del mundo. «Mis profesores me explican cómo es el mundo (…). Creo que será difícil, pero ellos me dicen que no», explica.