El equipo tuvo que sustituir varios trozos de piel que se cayeron del cadáver por pedazos de plástico
Han pasado ya más de 90 años desde que Vladímir Lenin, uno de los ideólogos de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y su primer líder, dejó este mundo en extrañas y desconocidas circunstancias.
No obstante, y a pesar de la cantidad de hojas del calendario que hemos tenido que arrancar desde entonces, el cuerpo del ruso sigue como si hubiese fallecido ayer mismo.
La razón, según afirma en un extenso artículo la revista especializada «Scientific American», se debe a que los expertos que lo embalsamaron usaron una serie de técnicas experimentales que han permitido su conservación hasta hoy.
VIAJE EN EL TIEMPO
Para entender esta curiosa historia es necesario viajar en el tiempo hasta el 21 de enero de 1924, día en que los médicos de la U.R.S.S. informaron de la muerte del líder soviético. Según dijeron por entonces, la causa fue un endurecimiento de sus arterias (arteriosclerosis), aunque -posteriormente- también se barajaron otras hipótesis como que hubiera padecido sífilis. Fuera como fuere, Stalin (futuro autor de la sangrienta «Orden 227») decidió pasarse por la Plaza Roja el deseo de Lenin de ser enterrado al lado de su mujer y puso a un grupo de expertos a trabajar para que embalsamasen sus restos.
El cadáver del líder bolchevique era tan valioso que los científicos no se limitaron a momificarlo de la forma habitual, sino que se plantearon el reto de lograr que su cuerpo permaneciese flexible (en lugar de rígido, como sería usual que se quedase tras ser embalsamado) y mantuviera el color de la carne humana (en lugar del gris que solía adquirir por entonces cuando se sometía al proceso). Tras investigar diferentes posibilidades, fue a finales de marzo cuando empezaron a realizar su primer experimento, el cuál duró nada menos que hasta julio de 1924 (7 meses después).
Según detalla en la revista Alexei Yurchak (profesor de antropología social en la Universidad de California y autor de una investigación sobre las técnicas utilizadas por los expertos soviéticos) el grupo, más conocido como «Lenin Lab», empezó introduciendo varias microinyecciones de líquidos para embalsamar en determinadas partes de su cuerpo.
A su vez, le crearon un traje de goma de doble capa que se puso alrededor del cadáver para lograr preservarlo el mayor tiempo posible. Así se lograba que una fina capa de ungüentos de momificar recorrieran perpetuamente el cuerpo del líder.
El grupo formaba parte de un instituto especializado que, en los años posteriores a la caída de la U.R.S.S. pasó a llamarse «Centro Científico de Métodos de Investigación y Enseñanza de Tecnologías Bioquímicas». Conocido también como «Equipo Mausole», el equipo llegó a estar formado por unas 200 personas en su momento de máximo esplendor.
Para ello, idearon todo tipo de técnicas novedosas. En principio, determinaron que sería necesario embalsamarlo de nuevo cada dos años introduciendo el cuerpo durante 30 días en glicerol, formaldehído, acetato de potasio, alcohol, peróxido de hidrógeno y soluciones de ácido y sodio acético.
Según establecieron, de esta forma el cuerpo podría perdurar durante siglos. A su vez, se dedicaron a sustituir en los años posteriores cualquier elemento del cadáver que se dañara, por otro artificial. Un claro ejemplo de ello fueron las pestañas, que actualmente son «falsas».
Además, este equipo tuvo que sustituir varios trozos de piel que se cayeron del cadáver por pedazos de plástico y otros materiales evitando, por supuesto, que se apreciase la diferencia. También se vieron obligados a combatir contra los hongos que aparecían cada cierto tiempo en la cara de Lenin generándole manchas.
Una de ellas llegó a provocar el terror entre los expertos cuando no pudieron eliminarla, pues podía llevar a que sus «jefes» acabasen con ellos.
«La atmósfera de terror que respirábamos los científicos era la misma que se respiraba en todo el país», explicó uno de los expertos en declaraciones que han sido rescatadas por la revista anglosajona.