Fueron los abuelos de Ronnie Quinn los primeros irlandeses de su familia en llegar a Argentina para trabajar en las obras del ferrocarril en 1860
Toda guerra tiene su historia improbable y con visos de increíble. La de Malvinas/Falklands, de hace 30 años, no es una excepción.
Una de las historias del conflicto bélico del Atlántico Sur, entre Argentina y Reino Unido, fue la de Ronnie Quinn.
Quinn es un irlandés, nacido en Argentina, que como conscripto en 1982 terminó formando parte de las tropas de este país que ocuparon las islas y que terminó espiando al contingente británico por su conocimiento del inglés.
«Eres el enemigo por dos bandos», le dijo un soldado británico, de origen escocés, una vez que se convirtió en prisionero de guerra al firmarse la rendición argentina.
Para ese entonces, muchos de los soldados británicos que llegaron al Atlántico Sur a pelear contra Argentina venían o habían tenido experiencia en la lucha contra los grupos armados nacionalistas irlandeses.
La asombrosa historia de Quinn, y sus anécdotas, son parte de un venidero libro -«El raro privilegio»- de su propia autoría, cuyo contenido adelantó el autor en exclusiva a BBC Mundo.
«Yo no fui al psicoanalista tras la guerra como se me aconsejó, más bien me dijeron que era bueno escribir«, dice Quinn.
Condecoraciones
Fueron los abuelos de Ronnie Quinn los primeros irlandeses de su familia en llegar a Argentina para trabajar en las obras del ferrocarril en 1860.
Pero su crianza y educación está inmersa en la cultura irlandesa, cuya nacionalidad conserva.
Quinn creció en un barrio fundado por irlandeses, cantó «God Save the Queen (Dios Salve a la Reina)» en su colegio británico cuando era niño y siempre fue bilingüe.
Incluso hoy en día pertenece a un club irlandés, celebra la fiesta de San Patricio y promueve con sus amigos el hurling, un deporte autóctono irlandés.
De joven se mudó a Tucumán, donde lo agarró el 1982 como un conscripto del ejército argentino y sin la menor sospecha de lo que le depararía el destino.
De manera inesperada para buena parte de los argentinos, la junta militar que ocupaba el poder en ese entonces decidió tomar las islas por la fuerza para así tratar de consolidar de facto el reclamo histórico por la soberanía de las islas.
Cuando anunciaron el hecho en su cuartel, a primera hora del 2 de abril, Quinn debió haber sido quien más perplejo quedó.
«La cabeza no me paraba de dar vueltas. Yo había estudiado en un colegio inglés, mi vieja era anglicana. Por el lado paterno éramos descendientes de irlandeses católicos. Hacía siglos que peleaban con los ingleses. Antes de la colimba (conscripción) estuve en Dublín. Me quedé con una familia irlandesa».
Tras el anuncio de la guerra con el Reino Unido, los eventos se sucedieron a gran velocidad y Quinn se encontró en Malvinas/Falklands como parte del contingente argentino enviado a las islas.
El traductor
Quinn no vivió los horrores de los soldados que estuvieron en el frente. La mayoría en hoyos, en condiciones extremadamente precarias, mal equipados y sometidos a las inclemencias constantes del frío, la lluvia y el hambre.
Tras varios intercambios en inglés con locales, sus superiores decidieron aprovecharlo y fue designado al cuartel de comunicaciones del ejército argentino en Puerto Argentino, el nombre que se le dio al lugar con la ocupación y que los locales aún llaman Puerto Stanley.
«Me dicen que iba a hacer escuchas de comunicaciones y pasan a mostrarme los equipos para ello, que aún estaban embalados. Cuando veo el manual leo Made in Great Britain (hecho en Gran Bretaña). Y entonces le pregunto al cabo si íbamos a espiar a los ingleses con los equipos de ellos. En respuesta me mandó a hacer saltos de rana».
En lo que parece un episodio tragicómico -pero revelador de lo que realmente fue el conflicto- Quinn recuerda lo que sucedió cuando empezó a captar las comunicaciones de la fuerza militar británica que ya estaba en las costas de las islas a plena vista de los argentinos.
«De golpe escucho que hablaban. ‘Apple, apple, banana, chicken’. Yo iba y anotaba eso. ‘¿Qué dice?’, pregunta el general. ‘Manzana, manzana, banana, pollo’, les digo.
‘¿Qué significa?’, me dice. Cuando le digo que no sabía, se molestó.
‘Soldado, ¿sabe inglés o no?’ me increpa. ‘Si, pero esos son códigos y no sé nada de eso’, le respondo. ‘¡Salto de rana, inútil!'».
Fueron unas tres semanas escuchando las comunicaciones sin que lograsen aportar nada que diese una ventaja a los argentinos.
Al finalizar esas tres semanas, llegó la rendición.
El mensajero
Quinn fue un testigo presencial del momento culminante de la guerra.
La mañana del 14 de junio, el oficial de su pelotón les informó que todo había terminado. Los británicos se habían impuesto. A Quinn lo mandaron a llamar al ayuntamiento de las islas de manera urgente.
«Al fondo del salón hay un inglés hablando con nuestro mayor. Necesitaban traductor. Yo llego y me presento ante el inglés, que era un hombre pequeño, todo sucio, con una mochila enorme. Y me dice que le diga al mayor que debe abandonar el lugar en cinco minutos. El mayor en ese momento empieza a hablar y el inglés lo ignora. Y me vuelve a decir ‘¿será que no entendió?, abandonen el lugar en cinco minutos’. Ahí me saluda de manera marcial, ignora al mayor y se retira».
El inglés, supo luego Quinn, era el General Jeremy Moore, el oficial a cargo del ejército británico en la retoma del lugar. Luego de la breve traducción, Moore y el general argentino Benjamín Menéndez firmarían la rendición y el fin de la guerra.
«Enemigo de dos lados»
Debido a que Quinn era parte del contingente militar que no estuvo en el frente de combate, sería uno de los últimos en ser evacuados de vuelta al continente.
Mientras esperaba, evitó en todo momento hablar en inglés, para impedir que lo dejasen más tiempo en las islas con los británicos.
Sin embargo, un día antes de ser embarcado de vuelta a Argentina tuvo un intercambio con un efectivo británico que lo marcó.
«‘Eres el enemigo de ambos lados’ me dice, tras la sorpresa inicial al escuchar mi nombre. ‘Nosotros (el ejército británico) seguimos luchando allá (en Irlanda)'».
El soldado británico resultó ser escocés de origen y le admitió: «nosotros también odiamos a los ingleses».
«Yo no odio a los ingleses. He tenido mucho contacto con lo británico toda mi vida. Pero no me gusta su gobierno y su idea de mantener las islas».
«Pero si me hubiesen dado a elegir, hubiese preferido haber ido a la guerra con alguien más ajeno a mi cultura».
«Fue una decisión de mi gobierno tomar las islas por la fuerza y fue decisión de su gobierno defenderlas con la fuerza. Los que más sufren son los kelpers (los habitantes de las islas)».