Esta vez fue silencio lo que se hizo con el paso de las cenizas de Fidel Castro.
Estoy a menos de 500 metros del cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, y la comitiva acaba de dejar a todos mudos.
Aquí permanecerán los restos de Fidel Castro, en una roca que dicen que es de la Sierra Maestra.
Los gritos de «Yo soy Fidel» que lo acompañaron más de 1.000 km en su recorrido desde La Habana parecían una falta de respeto este domingo, el día de su entierro.
El histórico líder de la Revolución Cubana se despedía definitivamente de los niños con el uniforme de la escuela, los jóvenes a la moda de raperos de Nueva York, los campesinos y los mayores con sus guayaberas repletas de medallas que inundaron las aceras de todo el país.
Y como todo en su vida, el secretismo marcó también su adiós. La ceremonia fue estrictamente privada.
A los vecinos con casas con vistas al cementerio les ordenaron cerrar las ventanas.
No había detalles de quienes asistían: familiares y «algún dignatario», se dijo pero nada más.
En silencio y lejos de las multitudes. Así fue el último periplo de Fidel Castro.
Iba a ser transmitido en directo por televisión, luego no o tal vez en diferido.
Igual los cubanos parecen acostumbrados a esperar por todo: también la información.
La emoción
Y esperando, como todos, estaba Juan Carlos junto a su esposa, frente al televisor, con la puerta abierta de su humilde casa.
Vive en San Pedrito, no muy lejos del cementerio en que fue enterrado Fidel Castro.
La zona parece una copia de una favela de Brasil o una barriada humilde de Caracas.
Acababa de pasar la comitiva con las cenizas, a las 7:30 de la mañana, y era como si todo hubiera ya terminado, pero el entierro justo acababa de empezar.
La televisión retransmitía el acto de la noche anterior. Si Juan Carlos quería ver más, como todos, se tenía que resignar a esperar.
Eso sí, emocionado.
Juan Carlos y su esposa revivieron el acto de la noche del sábado a través de su televisor.
«Se me erizaron los brazos cuando pasó y mira, otra vez ahora hablando contigo», le dice a BBC Mundo.
«Tenemos que seguir su legado y enseñanzas: la dignidad, ser fiel, ayudar al prójimo…».
La tumba
A esa hora seguía sin saberse cómo sería la tumba de Fidel. Y ya había empezado el entierro.
La última morada se pudo ver una vez terminada la ceremonia, cuando abrieron la puerta y entró la gente. Algunos periodistas se deslizaron entre la multitud.
La tumba de Fidel Castro es una humilde piedra redondeada, dicen que de la Sierra Maestra, donde comenzó la guerrilla que devino en la Revolución Cubana de 1959.
Horas más tarde del último de los actos fúnebres para el líder cubano, medios de ese país mostraron imágenes de Raúl Castro depositando los restos de su hermano en la roca que será su última parada.
En otra imagen se veía al presidente de la isla realizando el saludo militar frente a la lápida en la que se leía: «Fidel».
Las cenizas del exguerrillero reposan junto al Mausoleo de José Martí. Y eso no está exento de controversia.
El momento en el que Raúl Castro deposita las cenizas de su hermano en su última morada.
La activista disidente Yoani Sánchez aseguró en su medio digital, 14yMedio, que el hecho de que Castro esté junto a Martí es «una ofensa» y «hasta una provocación» por parte de algunos.
«La figura de Martí es ecuménica, mientras la de Fidel es parcializada y, para muchos, contrapuesta a aquella», escribió.
Y es que Martí es el héroe de la independencia de Cuba, venerado por todos los cubanos sin excepción.
Castro, que gobernó Cuba casi 50 años, es adorado por los suyos pero detestado por disidentes y opositores que lo acusan de abusos de los derechos humanos y le echan en cara la falta de libertades que padecen los cubanos.
Diferente de Chávez
Por eso es inevitable contrastar el sepelio de Castro en Santiago con el del venezolano Hugo Chávez en Caracas.
Chávez igualmente era un líder carismático y controvertido, adorado por los suyos y despreciado por sus contrincantes.
A los dos, sus seguidores les agradecen todo lo que son en la vida y sus opositores los culpan de ser un desastre, especialmente para las economías de sus países.
Pero sus entierros fueron diferentes. La pompa y las guardias de honor de dignatarios de todo el mundo con que fue enterrado el venezolano, contrastan con la puerta cerrada del cubano.
También la orden de Raúl Castro para que no haya monumentos de ningún tipo con su nombre porque su hermano estaba en contra del culto a la personalidad.
Al contrario, en Venezuela proliferan calles, plazas, escuelas Hugo Chávez. Y celebran los medios oficiales cuando le pusieron su nombre a una calle.
El desgarro de los venezolanos
Al paso de las cenizas de Castro, temprano en la mañana, había que rebuscar en las caras para encontrar lágrimas contenidas: sobre todo mujeres y personas mayores.
En Venezuela, era al calor del mediodía, con llantos y abrazos desesperados entre quienes hicieron la kilométrica fila para ver el cuerpo de Chávez.
El mar de gente vestida de rojo que se abalanzaba sobre el auto que transportaba el ataúd de Chávez no tiene nada que ver con la disciplina con que los cubanos vieron pasar a su líder al borde de la carretera.
Y el hecho de que se ha cumplido con rigor todo lo anunciado por la comisión organizadora, también es una diferencia.
De Chávez se dijo que sería embalsamado y hasta se pospuso el entierro una semana para que más gente pudiera ver la capilla ardiente.
Tal vez sea por el diferente carácter de los habitantes de uno u otro país.
O la diferencia de edad: uno se fue ya anciano, con 90 años, y al otro se lo llevó el cáncer demasiado joven, antes de cumplir 59.
Y Chávez no fue movido de Caracas, mientras los restos de Castro recorrieron el país en caravana hasta que este domingo lo enterraron en el cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, en el extremo oriental del país.
«Siempre queda por hacer»
No muy lejos del cementerio, Alessandro, comentaba con unos amigos que «pese a todo lo que dejó por hacer, fue un gran hombre».
Estábamos en una barriada muy humilde a menos de un kilómetro del cementerio.
Aquí permanecerán los restos del histórico líder cubano Fidel Castro, en el cementerio de Santiago de Cuba.
La calzada destrozada, embarrada, las casas parecían una peor que la otra: como las de una favela de Río de Janeiro. O un barrio de Caracas y ahí hay otra gran diferencia.
En la capital venezolana, la gran mayoría de la gente es igual de amable y dispuesta a ayudar, pero por aquí me podía perder sin temor al más mínimo problema de seguridad.
Y allí, por primera vez tras días junto a la caravana que recorrió el país, oía a alguien salirse del guión. Así que me paré a hablar con él.
Muy fornido y de raza negra, el joven carpintero regresó enseguida al guión: «Luchó mucho y lo logró».
Pero le insistí para saber a qué se refería: «Al ser humano, por mucho que recorra, siempre le queda algo por hacer».
«Para nadie es un secreto que aquí la economía puede mejorar. Y los cambios ya se están haciendo, poco a poco. Pero no es un secreto para nadie», se despidió.