Entre mentiras, medias verdades y disculpas con retraso, Pablo Iglesias no pierde ocasión de mostrar su desprecio por las instituciones del Estado (Pablo Iglesias dice que ya no quiere darle azotes a Mariló ‘hasta que sangre’ ni hacerse chavista).
Así lo demuestra su comparecencia de este 13 de diciembre de 2018 en la Cámara Alta. Decía el poeta y dramaturgo francés Pierre Corneille que «hay que tener buena memoria después de haber mentido» (Pablo Iglesias busca borrar su pasado chavista: admite la «nefasta» situación de Venezuela y reconoce que dijo «tonterías»).
Al secretario general de Podemos no le queda ni eso. Ha mentido de manera descarada al asegurar que nunca trabajó para el Gobierno de Venezuela cuando en realidad impartió cursos a funcionarios y asesores de la Administración bolivariana en los años 2006 y 2007.
Mentir en sede parlamentaria no sólo califica por sí mismo la nula talla ética, moral y política de Iglesias. Además, puede constituir un delito de falso testimonio.
Dicho delito está tipificado en el artículo 502 del Código Penal y, de producirse, lleva aparejado «prisión de seis meses a un año o multa de seis a 12 meses» a todo aquel que «convocado ante una Comisión parlamentaria de investigación faltare a la verdad en su testimonio».
El Partido Popular debería llevar a los tribunales el comportamiento de Pablo Iglesias, ya que su alocución en el Senado ha sido una oda a la falsedad más recalcitrante. El líder morado no sólo trabajó para la satrapía venezolana a través de la Fundación CEPS, además cobró 272.000 euros en el paraíso fiscal de Granadinas.
Su vinculación a la dictadura que impuso Hugo Chávez primero y prosiguió Nicolás Maduro después era, por tanto, muy cercana.
Algo que también sucedió con otros integrantes e ideólogos de Podemos, caso del sin vergüenza fiscal Juan Carlos Monedero. Por mucho que Pablo Iglesias muerda ahora la mano que le dio de comer, y trate de blanquear su pasado diciendo que «la situación en Venezuela es nefasta», no hay verdad más incontrovertible que aquella que marcan las pruebas y registra la hemeroteca. El podemita no engaña a nadie.
A pesar del estrepitoso fracaso que ha supuesto el fatuo «asalto a los cielos», su connivencia con la peor Venezuela de la historia no admite rectificación ni condescendencia. Menos aún cuando trata de conseguir ambas cosas a través de la mentira.
La Fiscalía debe actuar de inmediato.