Tiene un efecto para multiplicar el pesimismo que no se lo salta ni Zapatero en sus mejores jornadas de lo peor ya ha pasado
Tres millones de criaturas mueren al año antes de cumplir los cinco, que ya sé que suena como si escribiéramos que en Bagdad un coche bomba ha matado a veinte personas, pero me acuerdo del detalle porque la reunión de la FAO, en Roma, ha sido un fracaso.
En Guatemala, el cambio climático ha traído una sequía severa, que ha dado al traste con la cosecha de maíz y de frijol, que no se me escapa que es algo que se lee, como si dijéramos que unas inundaciones en Pakistán se han llevado por delante a medio millar de personas, pero es que en la Cumbre del Clima de Copenhague, tanto Estados Unidos como China han dicho que ellos están por la labor, pero que no piensan hacer nada, porque están muy preocupados en recuperar su nivel de desarrollo.
El planeta se hunde hambre y de injusticia, pero el capitán y sus ayudantes le han dicho a la orquesta que siga tocando, sin novedad, señora baronesa, mientras el uno trinca por aquí, el otro miente por allá para que le voten, le voten y vuelvan a votar, mientras los peces en el río del villancico puede que ya no beban agua, porque este años está tan contaminada que no es recomendable ni para la más humilde madrilla.
Ya sé que uno tiene días, y este martes no debe ser de los mejores, pero lo de Roma y Copenhague, unido en las mismas fechas, tiene un efecto para multiplicar el pesimismo que no se lo salta ni Zapatero en sus mejores jornadas de lo peor ya ha pasado.
Por ahora, los pobres son buenos, y mueren en silencio, y lo más que hacen es intentar alcanzar el falso paraíso en una patera, y el clima cambia con el sosiego de los asuntos cósmicos, pero desde luego esto no se arregla con retórica, ni con la orquesta tocando en cubierta.