Los pueblos prehispánicos de Mesoamérica permitían la poliginia, la sodomía y hasta la pedofilia, aunque castigaban con la mutilación o la muerte el adulterio y otras transgresiones, según el editor de la revista Arqueología Mexicana, Enrique Vela.
El arqueólogo explicó que la sexualidad entre los pueblos anteriores a la colonización fue un asunto censurado por los conquistadores debido a que consideraron pecaminosa la sexualidad abierta, aunque los primeros cronistas rescataron en sus escritos diversos aspectos de prácticas sexuales que vieron al llegar al nuevo territorio.
El número de la revista del bimestre julio-agosto recoge estudios de varios especialistas sobre diversos aspectos de la sexualidad prehispánica, como la homosexualidad entre los mayas, la masturbación ritual en Centroamérica, la sexualidad en la tradición mesoamericana o las transgresiones sexuales.
Vela dijo que durante siglos estos asuntos no se trataron y numerosos vestigios de temática sexual fueron ocultados al público, entre ellos los falos gigantes de la huasteca o de los mayas, así como imágenes sobre homosexualidad y otras alusiones sexuales.
En su opinión, no todos los pueblos antiguos compartían las prácticas sexuales, pues la reserva de los mexicas contrastaba con la liberalidad sexual de los huastecos o totonacos -que permitían la sodomía y la pederastia- o con la de otros grupos como los otomíes, yaquis o los grupos que ellos denominaban chichimecas.
Vela recuerda que esta liberalidad fue recogida por los primeros cronistas de la conquista y señala un episodio con tintes de leyenda de Fray Bernardino de Sahagún que reproduce el número de Arqueología Mexicana.
Se trata de un pasaje de la Historia General de las cosas de Nueva España, de Fray Bernardino de Sahagún, que recoge numerosos testimonios de la sexualidad entre las sociedades prehispánicas.
Uno de ellos trata sobre el enamoramiento de una princesa tolteca atraída por un vendedor de chiles de la huasteca, cuyos pobladores mostraban propensión a la liberalidad sexual y a la desnudez.
En ese relato la hija del señor de los Toltecas estaba en el mercado «y vio al dicho tohueyo (vendedor) desnudo y el miembro genital. Y después de lo haber visto, la dicha hija entróse en palacio y antojósele el miembro de aquel tohueyo, de que luego comenzó a estar muy mala por el amor de aquello que vio».
Sahagún cuenta que el padre ordenó buscar y traer al vendedor al que obligó a «sanar» sexualmente a la hija y a casarse con ella.
Otra historia citada por Fernando de Alva Ixtlixochitl es la de una princesa mexica hija de Axayacatl, que fue entregada a Nezahuallpilli, tlatoani de Texcoco e hijo del legendario Nezahualcoyotl.
Esta princesa, cuenta De Alva, comenzó a ordenar en secreto que buscasen «cualquier mancebo galán y gentil hombre acomodado a su gusto y afición para que se aprovechase de ella y, habiendo cumplido su deseo, lo hacía matar y luego mandaba hacer una estatua de su figura o retrato», que colgaba en una sala.
En una ocasión el rey descubrió a la joven en un encuentro amoroso con tres de sus galanes y ordenó matar a la princesa, a sus galanes y a todos los sirvientes que participaron en esos hechos.
Otra de las prácticas prehispánicas fue la homosexualidad, que fue recogida en numerosos testimonios de los misioneros y en las mismas Cartas de Relación del mismo Hernán Cortés, quien escribió: «hemos sabido y sido informados de cierto que todos son sodomitas y usan aquel abominable pecado» que consideraban «nefando contra natura».
Entre los grupos mexicas se distinguía al homosexual activo del pasivo. Mientras que el activo seguía representando su rol genérico masculino, el pasivo, al ser penetrado en el acto sexual, violaba su rol de hombre y se feminizaba.
Por este motivo, al pasivo le sacaban las entrañas y le prendían fuego, en tanto que al activo lo enterraban con ceniza y ahí moría.
El adulterio era uno de las principales transgresiones y la revista señala que entre los cronistas existen numerosas referencias a la pena de muerte por adulterio, aunque también se dejaba en ocasiones que el castigo lo aplicara el mismo marido, quien arrancaba a mordiscos la nariz a su esposa y al amante.
Sobre la prostitución, entre los mexicas fue ambivalente, pues por un lado la prostituta era estigmatizada y repudiada socialmente, pero por otro su actividad era tolerada, pues no había penas judiciales contra ella.
Julián Rodríguez Marín