No necesariamente lo mataron a él porque escribiera algo en concreto. Los criminales, cada cierto tiempo, creen que tienen que lanzar un mensaje de intimidación a la prensa
El periodista mexicano Gregorio Jiménez, de 46 años, fue localizado este martes sin vida en el interior de una fosa. El reportero independiente que escribía sobre sucesos en dos periódicos de Coatzacoalcos, al sur de Veracruz, fue secuestrado hace seis días en su casa, con su familia como testigo.
El ejército y la marina batieron la zona durante varios días hasta que dieron con el lugar donde habían sido enterrados los cuerpos.
Como subraya Juan Diego Quesada en ‘El País’, el asesinato evidencia la desprotección de la prensa en México. La desaparición del reportero había despertado la indignación a través de redes sociales de sus compañeros de profesión, hartos de contar víctimas.
Más de 70 periodistas mexicanos han sido asesinados en los últimos 12 años, según la organización en defensa de la libertad de expresión Artículo 19.
Los colegas de Jiménez, informadores de periódicos y televisiones locales, se habían manifestado en días anteriores para exigir a las autoridades que hicieran lo posible por encontrar al reportero con vida.
La policía ha detenido a cuatro personas, entre ellas una vecina que supuestamente fue quien ideó el crimen. A primera hora de la mañana, según han detallado los investigadores, las autoridades dieron con la casa donde escondieron en un principio a Jiménez. Allí detuvieron a los secuestradores y estos guiaron a los agentes hasta la fosa, en la que había otros dos cadáveres.
A lo largo del martes se conocieron varias versiones -contradictorias- sobre el paradero del periodista. Un diputado local, Eduardo López Macias, llegó a decir en el Congreso regional que Jiménez había sido encontrado con vida.
Le preguntaron al político si la solidaridad internacional había dado sus frutos.
«Creo que la solidaridad de todos los veracruzanos», replicó. La noticia fue desmentida dos horas después por el propio Gobierno de Veracruz, al este de México.
Gregorio Jiménez trabajaba para Notisur. El periódico, al día siguiente de su desaparición, denunció que el reportero había recibido amenazas de la dueña de un bar llamado El Mamey.
La Procuraduría -fiscalía- investigó a la mujer. Goyo, como le conocían en la profesión, había denunciado en sus últimas informaciones que su barrio estaba sufriendo una oleada de secuestros. Las autoridades no han aclarado si la mujer detenida y la propietaria del local son la misma persona. La fislcalía detalló que los captores del comunicador cobraron 20.000 pesos, unos 15.000 dólares, por el encargo.
Los reporteros locales de las regiones con mayor tasa de criminalidad en México son los que más están expuestos a la violencia y la intimidación de los organizaciones criminales. Veraruz, donde ejercía el reportero, es una de los Estados con mayor índice de secuestros.
Allí también han muerto 10 periodistas desde que gobierna Javier Duarte. El político recibió el año pasado, de mano de la asociación mexicana de editores, un reconocimiento a su trabajo «en defensa de los periodistas».
«No necesariamente lo mataron a él porque escribiera algo en concreto. Los criminales, cada cierto tiempo, creen que tienen que lanzar un mensaje de intimidación a la prensa. Lo hacen de esta forma tan perversa», explica un investigador británico que lleva una década estudiando los crímenes contra periodistas latinoamericanos.
Jiménez era un hombre de recursos humildes. De familia trabajadora y honesta. Últimamente no quería escribir de sucesos por miedo a que le pasara algo a los suyos.
Finalmente el martes pasado, sobre las 7.30 de la mañana, cuando todavía estaba amaneciendo, unos hombres entraron por la fuerza a su casa y se lo llevaron para siempre.