«Yo era como una niña rechazada. Iba de hogar de cuidado en hogar de cuidado. Fue una niñez muy dura.
«Pero cuando llegué al orfanato vi crueldad más allá de lo que podía imaginar.
«Yo era parte de un grupo de niñas y arribamos en la mañana.
«Nos desnudaron para revisarnos. Ahí estaba esa monja con una gran olla que contenía una cosa blanca y una brocha. Nos pintó de pies a cabeza con una suerte de loción, en caso que tuviésemos piojos o algo así.
«Luego nos llevaron a desayunar, y nos dieron avena. Pero era una avena con grandes grumos. Me dieron náuseas y vomité. Me sentí físicamente enferma. Y de repente me dieron un manotazo en la cabeza y escuché un grito que me dijo: ¡Cómetela toda!»
«Ese fue el primer día».
Este es el relato de «Irene Kelly» de lo que fue su experiencia en el instituto dirigido por la Iglesia católica en Dublin, Irlanda, desde los 6 a 11 años de edad, durante la década de los 60.
Caos y crueldad
Irene, nombre escogido para proteger su identidad, cuenta que
«eventualmente me llevaron a la guardería. Pero ahí fue donde comenzaron a abusarme sexualmente. Llegó un punto donde ya no podía aguantar más esa situación. Así que un día decidí meter mis dedos dentro de un enchufe de corriente.
Lo único que recuerdo es que desperté y estaba un doctor al lado de mi cama. El doctor me preguntó por qué lo había hecho.
Yo le dije que por toda la crueldad y el dolor. Y una monja me interrumpió y le dijo al médico: «se lo dije, esa niña es un demonio. El diablo está dentro de ella».
Todo era caos recuerda Irene.
«Bebés llorando todo el tiempo, por dolor o por hambre o porque querían que alguien los cargara. Aun puedo escuchar esos gritos y llantos»,
rememora.
Para ella, la Iglesia católica debería estar avergonzada de lo que ha ocurrido.
«Han destruido la vida de tantas generaciones de niños. Nunca quise una familia, ni casarme o tener niños, porque para mí el mundo era un sitio cruel»,
refleja Irene.
Pero todo dio un vuelco cuando quedó embarazada por primera vez.
«El sentimiento de ese bebé me cambió. Me pregunté cómo alguien podía abusar de un ser tan pequeño que depende de ti para todo».
«Estaba asustada de ser mamá. De herirlo o ser una mala madre».
Las denuncias
En 1999 se registró una oleada de denuncias sobre abusos en escuelas, orfanatos e instituciones dirigidas por monjas católicas, curas y miembros de la comunidad eclesiástica en Irlanda.
En el 2002 el gobierno de Irlanda estableció un comité especial para fijar compensaciones a las víctimas de abuso, con la condición de que no hablaran públicamente de lo ocurrido.
Los últimos reclamos fueron aceptados en septiembre de 2011.
Sin embargo, para diciembre de 2014 se habían recibido 16.626 denuncias, de los cuales 15.527 obtuvieron compensación financiera.
Los costos legales del proceso superan los US$215 millones.
«Cuando el comité se formó hablé por primera vez. Fue la primera vez que sentí que podía dejar todo atrás y seguir con mi vida, y que todo el mundo se enteraría de lo ocurrido»,
dijo Irene.
«Esperaba que me dijeran ‘lo sentimos’, pero nada de eso ocurrió. El comité no estaba diseñado para eso. No había ni siquiera apoyo para las mujeres».
«Me enfurecí tanto que dije en la última reunión: no estoy aquí por dinero. No quiero su maldito dinero. Lo único que quiero es una disculpa»,
exclamó.
Pero nada pasó.
La BBC contactó a representantes de la Iglesia católica en Irlanda y a miembros del comité para obtener una respuesta sobre lo relatado por Irene, pero señalaron que debido a que había sido una entrevista utilizando un seudónimo no encontraban apropiado responder a los señalamientos.
Aprender a ser feliz
«Aún estoy aprendiendo a vivir con lo que pasó. Dios ha estado conmigo. Y tengo apoyo de consejeros. Todos los días tengo que vivir con esos recuerdos»,
exclama Irene.