«Me siento como si hubiera vuelto a nacer», dice Noela Rukundo.
Se supone que tendría que estar muerta. Los sicarios que debían matarla por encargo de su marido ya habían cobrado por el trabajo e incluso habían explicado cómo pensaban deshacerse de su cadáver.
Pero no llegó a suceder y pudo enfrentarse al hombre que firmó su contrato de asesinato.
«Cuando salí del coche me vio al instante. Se llevó las manos a la cabeza y dijo: ¿Estoy viendo un fantasma?»
«¡Sorpresa, sigo viva!», le contestó Noela a su incrédulo marido.
Asesino insospechado
El calvario de Noela comenzó cinco días antes y a más de 12.000 kilómetros de distancia, en su Burundi natal.
Voló a África desde su casa en Melbourne, Australia, para asistir al funeral de su madrastra.
«Había perdido a la última persona a la que podía llamar ‘madre’. Fue muy doloroso y estaba muy angustiada», dice Noela.
Esa tarde, temprano, se retiró a la habitación de su hotel. Y mientras yacía dormitando en el calor sofocante de la ciudad de Buyumbra, la capital de Burundi, sonó su telefonó.
Era una llamada desde Australia de Balenga Kalala, su marido y el padre de sus tres hijos menores.
«Dijo que había estado intentando contactarme durante todo el día», explica Noela.
«Le dije que me iba a la cama. Y me preguntó: ‘¿A la cama? ¿Por qué te vas a dormir tan temprano?’ Le respondí que no me encontraba bien».
«Me preguntó sobre el tiempo y sobre si hacía mucho calor y me dijo que saliera a la calle a tomar algo de aire fresco».
Noela siguió su consejo.
«No sospeché nada. Simplemente pensé que estaba preocupado por mí», relata.
«Si gritas, te mato»
Pero momentos después de dejar atrás el recinto del hotel, Noela se encontró en peligro.
«Abrí la puerta y vi a un hombre que venía hacia mi. Y me apuntó con una pistola».
«Me dijo: ‘No grites. Si empiezas a gritar, te dispararé. A mí me atraparán pero tú ya estarás muerta'».
«Así que hice exactamente lo que me pedía», cuenta Noela.
El hombre la guió hasta un auto en el que la estaban esperando.
«Estaba sentada entre dos hombres, ambos armados. Le pidieron al conductor un pañuelo y cubrieron con él mi cabeza».
«Después de eso, no dije ni una palabra. Y ellos le dijeron al conductor: ‘Vámonos'».
«Me llevaron a alguna parte, durante unos 30 o 40 minutos, y entonces escuché cómo el coche se detuvo».
A Noelia la empujaron dentro de un edificio y la ataron a una silla.
«Uno de los secuestradores le pidió a su amigo que ‘llamara al jefe’. Pude escuchar cómo las puertas se abrían pero no sabía si su jefe estaría en una habitación o si venía de fuera».
Traicionada por su esposo
«Me preguntaron: ‘¿qué le hiciste a este hombre? ¿por qué nos ha pedido que te matemos? Y enconces les dije: ‘¿qué hombre? Yo no tengo ningún problema con nadie'».
«‘Tu marido’, me dijeron. Y yo respondí: ‘¡Mi marido no puede matarme! ¡Me estáis mintiendo!’ Y entonces me abofetearon».
«Eres muy estúpida. Voy a llamar a quien nos ha pagado para que te matemos», dijo uno de los sicarios.
El líder de la banda hizo la llamada.
«Ya la tenemos», le anunció triunfante a su pagador.
Pusieron el teléfono en altavoz para que Noela pudiera escuchar la respuesta.
Y la voz de su marido exclamó: «¡Matadla!».
Unas horas antes, era la misma voz la que le había consolado por la muerte de su madrastra y la que le urgía a tomar aire fresco fuera del hotel.
«Escuché su voz. Era él. Sentí que mi cabeza iba a explotar».
Entonces le describieron (a su esposo) dónde iban a arrojar su cuerpo. En ese momento, Noela se desmayó.
Un hombre violento
Nacido en la República Democrática del Congo, Balenga Kalala llegó a Australia en 2004 como refugiado, huyendo de un ejército armado que había irrumpido en su aldea, matando a su mujer y a su hijo pequeño.
«Él ya sabía hablar inglés», recuerda Noela, quien llegó a Australia el mismo año.
Se enamoraron y se mudaron juntos a una casa en Kings Park, un barrio de Melbourne. Noelia tenía cinco hijos de una relación anterior y tuvo tres más con Kalala.
«Sabía que era un hombre violento», admite Noela. «Pero nunca pensé que pudiera matarme. Le amaba con todo mi corazón».
Un sicario con principios
Cuando el líder de la banda terminó la llamada con Kalala, Noelia recobró el sentido.
«Me dije a mí misma que ya estaba muerta. No podía hacer nada para salvarme».
«Pero él me miró y me dijo: ‘No vamos a matarte. No matamos a mujeres o a niños'».
«Me dijo que había sido estúpida porque mi marido les había pagado el depósito en noviembre. Y yo llegué a África en enero. ‘¿Cómo pudiste ser tan estúpida de no darte cuenta de que algo iba mal?’, me dijo».
Puede que él fuera un hombre con principios, pero el líder de la banda aprovechó la oportunidad para pedir más dinero a Kalala. Le llamó y le informó de que la tarifa por el asesinato había ascendido y que querían US$2.400 más para terminar el trabajo.
Mientras tanto, en el hotel, el hermano de Noela estaba preocupado de su desaparición y llamó a Kalala, en Australia, pidiéndole US$386 para poder costear una investigación policial.
Kalala fingió estar preocupado y le ingresó el dinero.
Tras dos días de cautiverio, Noela fue liberada.
«Te damos 80 horas para que abandones el país. Tu esposo va en serio. Nosotros te hemos perdonado la vida pero otros no harán lo mismo», le dijeron.
Antes de dejar a Noela a un lado de la carretera, los sicarios le entregaron las pruebas con las que esperaban que pudiera incriminar a Kalala; una tarjeta de memoria con conversaciones grabadas en las que él discutía el asesinato y el envío del dinero.
«Queremos que regreses (a Australia)para que les digas a otras mujeres estúpidas lo que te ha pasado», le dijeron.
«Debes aprender algo: vosotros tenéis la oportunidad de ir al extranjero para tener una vida mejor, pero el dinero que estáis ganando, el dinero que os da el gobierno, lo usáis para mataros unos a otros».
«¡Sorpresa! ¡Sigo viva!»
Inmediatamente después, Noela comenzó a planear su vuelta a Australia. Llamó al pastor de su iglesia en Melbourne, Dassano Harruno Nantogmah, y le pidió ayuda.
«Soy yo. Estoy viva. No se lo digas a nadie», le dijo.
El pastor no daba crédito. «Balenga no puede matar a nadie», decía.
Tres días más tarde, en la noche del 22 de febrero de 2015, Noela estaba de vuelta en Melbourne.
Y kalala se había encargado de informar a la comunidad de que su esposa había muerto en un trágico accidente.
Había pasado el día recibiendo un flujo constante de visitas, muchas de las cuales habían donado dinero.
«Eran cerca de las 7:30 de la tarde. Él estaba en frente de la casa. La gente había estado dentro con él, de luto, y estaba acompañando a un grupo hacia el auto».
Mientras el auto se alejaba, Noela se presentó por sorpresa.
«Me detuve delante de él, mirándole. Estaba asustado, no se lo podía creer».
Entonces, comenzó a caminar hacia mí, despacio, como su estuviera caminando sobre cristales rotos.
«Hablaba consigo mismo y, cuando me alcanzó, tocó mi hombro y saltó. Dos veces. Y dijo: ‘Noela, ¿eres tú?’ Después exclamó: ‘¡siento todo lo que ha pasado!'».
Celos y pesadillas
Noela llamó a la policía, la cual emitió una orden judicial contra Kalala.
Días más tarde, la policía pidió a Noela que llamara a Kalala, y éste hizo la confesión completa a su esposa -quien la grabó en una cinta- pidiéndole perdón y explicándole por qué había pedido que la mataran.
«Dijo que quería matarme porque estaba celoso, pues creía que quería dejarle por otro hombre», dice Noela.
En la entrevista policial, Kalala negó cualquier implicación en la trama durante horas, «hasta que fue confrontado con la grabación de su conversación telefónica con Noela y las pruebas y comenzó a llorar», escribió el juez en su juicio, en diciembre.
Kalala era incapaz de ofrecer ninguna explicación sobre sus acciones y sugirió que «algunas veces, el diablo puede incitar a alguien a hacer algo, pero una vez hecho empiezan a pensar ‘¿por qué hice aquello?'».
EL 11 de diciembre, fue declarado culpable y condenado a nueve años de prisión.
«Cada noche, escucho su voz diciendo: ¡Matadla! ¡Matadla!», asegura Noelia.
Ve un futuro difícil -para ella y para sus ocho hijos- pero está dispuesta a comenzar una nueva vida, y «a mantenerse en pie, como una mujer fuerte».