La última artimaña funciona así: grupos paramilitares brasileños compran cajas de cigarrillos en Paraguay, país colindante, a USD 0,14 por paquete y luego los ingresan de contrabando a Brasil, donde el precio y los impuestos son mucho más altos, y los venden por hasta 2,15 dólares. (Brasil: Detienen por corrupción al gobernador de Río de Janeiro vinculado al caso Lava Jato)
Los cigarrillos ofrecen a las milicias la mayor parte de unos 330 millones de dólares en ganancias y se suman a su portafolio de operaciones ilícitas que han perfeccionado durante décadas, como sobrecargos por servicio de cable, electricidad y transportación. Las milicias también son conocidas por sus extorsiones y ejecuciones sumarias.
Pero al investigar los cigarrillos de contrabando, las autoridades hallaron otras evidencias que consideraron preocupantes: cámaras, sistemas de monitoreo en línea y señales de posibles conexiones entre milicianos y miembros del Comando Rojo, el cartel más poderoso de Río de Janeiro. («Apuntar a la cabeza y fuego»: el polémico plan de seguridad del gobernador de Bolsonaro en Rio de Janeiro)
Esas, dicen las autoridades, son señales de que los grupos milicianos – que solían ser actores menores del bajo mundo de Río – ahora están tomando sus decisiones propias y ya no se dejan controlar tan fácilmente.
«Es como un cáncer», dijo el investigador policial antipiratería Mauricio Demetrio. «No va a parar».
Cuando comenzaron a organizarse en serio, en la década de 1990, las milicias estaban mayormente formadas de ex policías, bomberos y milicianos que querían combatir la ilegalidad en sus vecindarios. Fueron elogiadas durante años, incluso por políticos como el presidente electo Jair Bolsonaro, ex capitán del ejército que como congresista pidió la legalizarlas en el 2008.
En teoría al menos, las milicias estaban ayudando controlar lo que el gobierno no podía, aun cuando a cambio había que tolerar negocios ilícitos y a veces asesinatos. Con el tiempo, su control y métodos brutales se expandieron. Algunos expertos consideran que las milicias se han convertido en la mayor amenaza de seguridad en Río, con métodos que están siendo copiados en otras partes de Brasil.
«Las milicias tienen talento para el negocio», dijo Marcelo Freixo, legislador estatal que siempre está resguardado por media docena de guardaespaldas vestidos de civil debido a su trabajo contra las milicias.
Las milicias, dijo, han tomado completamente partes de Río y para confrontarlos habría que conseguir información de informantes callejeros, ofrecer servicios estatales y usar fuerza física. «Si es que envías soldados, no vas a agarrar a nadie», dijo Freixo.
Contrario a los narcotraficantes, a quienes se les ve con armas automáticas, los milicianos se mezclan entre la gente y controlan todo tras bambalinas. Cuando es necesario, se movilizan de tal manera que parecen haber sido entrenados como comandos: Se vistan todo de negro, se pintan las caras, portan armas y mochilas, y se desplazan en fila.
Una de las maneras como el público los puede ver es por casualidad: Cuando helicópteros noticiosos están cubriendo algo y por casualidad los ven desplazándose. Eso ha ocurrido unas cuantas veces en los últimos meses, cuando las milicias han estado peleando con narcotraficantes por el control de grandes zonas del occidente de Río.
«Hay una guerra entre las milicias y los narcotraficantes, y nosotros estamos en medio», dijo la residente de una favela en el oeste de Río que, tras años de ser controlado por una milicia, recientemente fue tomado por el Comando Rojo.
Negocios cotidianos
La mujer, que aceptó hablar bajo condición de anonimato, describió cómo las milicias habían controlado muchas actividades del día a día. La televisión por cable cuesta 15 dólares al mes. Agua potable, estacionamiento y «seguridad» cuesta 12 dólares al mes. Si uno no paga, lo golpean – o le hacen algo peor.
Quejarse con las autoridades significa muerte segura.
La mujer también fue testigo de lo que los expertos han notado en los dos últimos años: Los milicianos se están involucrando en el narcotráfico, contrario a lo que hacían al inicio de formación, cuando su enfoque era combatir el narcotráfico.
«Mi sueño es irme de aquí», dijo. Los residentes «se siente abandonados, impotentes. Es como si no existiéramos para el gobierno».
El ministerio de Seguridad del estado calcula que las milicias ahora controlan alrededor de un cuarto del estado de Río de Janeiro, o unos 1,10 millones de hectáreas (4.247 millas cuadradas). Aparte de aterrorizar a residentes en zonas que controlan y expandir negocios ilícitos, ellos también están refinando sus operaciones cada vez más.
En marzo, la concejal Marielle Franco fue asesinada a tiros en su carro junto con su conductor. Franco era muy popular entre muchos residentes de Río por ser crítica de la brutalidad policial en barrios pobres. Investigadores creen que las milicias estuvieron detrás del asesinato porque la planificación fue precisa, tanto que se aseguraron de que las cámaras de vigilancia estuvieran apagadas en la cuadra donde ella fue asesinada.
«Todo indica que fue una de esas milicias», dijo el general Richard Nunes, secretario de seguridad pública del estado, a la agencia AP. La semana pasada, Nunes dijo al diario Estadao que la última investigación es que milicianos mataron a Franco porque la vieron como una amenaza a sus planes de tomar zonas en el occidente de Río.
Hasta ahora, no se han presentado cargos contra nadie.
Las autoridades han tratado varias veces de someter a las milicias, solo para volver a cómo estaban antes o empeorar la situación.
En el 2008, la legislatura del estado de Río realizó una investigación amplia sobre las milicias y sus tentáculos en las comunidades. El informe pidió que se presentaran cargos contra 225 personas, incluyendo políticos municipales y estatales, policías, bomberos y funcionarios de la prisión.
Se arrestó y condenó a docenas de personas, mientras que las milicias mostraron cómo tratan a quienes cooperan con las autoridades.
Freixo, el legislador estatal que supervisó a la comisión, recordó el testimonio del ex concejal Josinaldo Francisco da Cruz, conocido como «Nadinho», quien fue citado en el reporte. Da Cruz testificó sobre las actividades de las milicias en Rio das Pedras, barrio pobre en el occidente de Río que muchos consideran la cuna de las milicias modernas.
«Luego que terminó de testificar, dijo, ‘Voy a morir'», recordó Freixo. Poco después de eso, da Cruz fue asesinado con 10 tiros