ESTADOS UNIDOS

Murió la venezolana que representaba a las víctimas de los accidentes por los conductores ebrios

Murió la venezolana que representaba a las víctimas de los accidentes por los conductores ebrios
La venezolana Jacqui Saburido YT

La campaña en contra de la conducción bajo estado de ebriedad tenía un rostro en Estados Unidos, Jacqui Saburido, una venezolana que sufrió un terrible accidente en 1999 y que murió el pasado 20 de abril de 2019 a sus 40 años.

Era 1999 cuando la joven venezolana interrumpió sus estudios de ingeniería industrial en Caracas para tomar unos cursos de inglés en EEUU. Era uno de los mejores momentos de su juventud cuando llegó el episodio que partió al medio su vida. Tenía 20 años, pero sufrió un accidente que le causó gravísimas quemaduras y le cambió por completo la existencia.

Luego sobrevivió otros 20 contando su caso, hasta que el cáncer le puso punto final.

Junto a cuatro amigos, estaba volviendo de una fiesta en Austin, poco después de las 4 de la mañana. Ella estaba en el asiento del copiloto, sin incidentes. Pero la responsabilidad no siempre acaba en uno, también depende del resto.

Reggie Stephey, de 18 años, también volvía a su casa, pero manejaba tras haber consumido alcohol. Se cruzó de carril e impactó de frente contra el otro vehículo. Natalia Bennett y Laura Guerrero fallecieron en el acto. Jacqui sufrió graves quemaduras, pero sobrevivió al brutal choque.

Reggie estaba por terminar la preparatoria y era un atleta que aspiraba a conseguir una beca universitaria. Sus sueños también se esfumaron con el accidente, ya que fue sentenciado a siete años de prisión. «Jacqui tuvo cadena perpetua», expresaba la organización Faces of Drunk Driving, quieb realiza la campaña de concientización sobre el manejo responsable.

Lo único que recuerda Jacqui del accidente es la hélice del helicóptero que la llevó al hospital. Allí fue tratada por las extensas quemaduras de tercer grado que prácticamente la dejaron ciega, sin nariz, labios, párpados ni cuero cabelludo. También perdió el uso de sus manos; los médicos tenían un pronóstico fatal.

Tuvo que pasar por más de 100 cirugías, y su cuenta médica superó los cinco millones de dólares, sin tener un seguro que las cubra.

Desde entonces, desaparecieron su sonrisa y todos sus sueños, metas y anhelos. Pero no su espíritu.

«Aunque deba sentarme frente a las cámaras sin orejas, nariz ni cejas, lo haría mil veces si ayuda a que alguien tome una sabia decisión«, solía destacar en sus conferencias de prensa, luego de ser elegida para participar en una campaña del Departamento de Transporte de Texas.

Con el tiempo, recuperó parte de su visión y pudo usar rudimentariamente sus brazos. Tuvo que acostumbrarse a ese tipo de vida.

«Emocionalmente no he podido avanzar. Quisiera ser feliz, aceptarme y ser más independiente», reflexionó en una entrevista en el año 2009, cuando se cumplió una década del choque.

Sus últimos años transcurrieron en Guatemala, donde recibía el tratamiento que necesitaba. Sin embargo, José Saburido, su primo, contó al portal Statesman, de Austin, que su deseo era ser enterrada en Venezuela, junto a su madre, quien murió en 2006, también de cáncer.

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