El marido acababa de entrar por la puerta y, nada más oír sus pasos, salió pies en polvorosa rumbo a la terraza, con unos llamativos calzoncillos rojos.

Allí, mañoso él, lió una especie de cuerda a un saliente y se deslizó por la misma hasta la calle, emprendiendo veloz huida.

El chino de marras se libró así de una buena zurra por parte del esposo de la amante.
La altura no era excesiva, pero sus dotes de huida han dejado el pabellón muy alto.
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