Adela y su hija robada

El tráfico de niños florece en Guatemala. Cazahombres violan a indígenas, les obligan a dar al niño en adopción y cobran 40.000 dólares por bebé.

Un autobús de línea para turistas en el tramo que une Ciudad de Guatemala con Antigua, la vieja capital de este país centroamericano. El pequeño autobús blanco, lleno de europeos y estadounidenses, se para con un chirrido de ruedas en medio del camino. El conductor salta del vehículo y se dirige a dos mujeres que esperan en la vereda. Una de ellas —piel oscura, delgada y con vestido oscuro— coge una bolsa de viaje, se sube al autobús y ayuda a su acompañante a acomodarse en la parte trasera.

La otra es estadounidense, blanca y obesa, y respira con dificultad. Se acomoda en el asiento junto a dos niños, y una mujer indígena le entrega un bebé de unos siete meses. El niño grita y la americana vuelve la cabeza, nerviosa, mientras balancea el niño sobre sus rodillas. La pequeña, de piel oscura y cabello negro, se tranquiliza tras varios esfuerzos. Lleva un vestidito de tela vaquera y observa a los demás pasajeros con grandes ojos negros.

“¿Es tu hija?”, pregunta en un inglés perfecto una chica sentada en el banco trasero. “No”, responde la americana, que se presenta como Katty. “La he adoptado. Y ahora se viene conmigo a Estados Unidos”. La chica pregunta qué significa “adoptar”. “Ya no tiene padres. Soy su nueva familia. Le irá bien con nosotros”, dice Katty, y saca un álbum de fotos de su bolsa de viaje. Le muestra orgullosa a la chica y a su nueva hija las fotos de su marido, sus hermanos y sus hijos. Dice que todos esperan a la nueva niña, su habitación está ya recién pintada. Katty está radiante y aprieta con fuerza algo excesiva a la niña contra su pecho.

Katty es una de las más de 5.000 estadounidenses que adoptan niños en Guatemala todos los años. La cifra aumenta continuamente. Según cálculos del mayor diario del país, “Prensa Libre”, cada dos horas y media se da un niño en adopción.

“En Guatemala puede adoptar prácticamente todo el mundo, da igual si estás casado o soltero. Si eres hombre o mujer. La edad tampoco tiene ninguna importancia. No hay limitaciones ni control estatal alguno”, dice Rossana de González, de la Mesa de las Adopciones, una confederación de 16 organizaciones estatales y privadas que defienden los derechos de los niños en Guatemala.

Desde 1997 se han dado más de 28.000 niños en adopción al extranjero, según datos oficiales. El 97 por ciento de ellos fueron a parar a Estados Unidos. Guatemala encabeza la lista de países de adopciones internacionales, junto con China, algunos países del este de Europa y Kazajstán.

La nueva hija de Katty se ha dormido en el banco trasero del autobús. La acompañante indígena de la americana habla por el móvil, hojea sus documentos, parece una auténtica mujer de negocios. Ahora está comprobando que esté hecha la reserva de habitación de hotel en Antigua para madre e hija. Le cuenta a su vecina de asiento que trabaja como acompañante para Katty en una agencia de adopciones. “Conozco el país y hablo español. A nuestros clientes les ofrecemos una estancia inolvidable”. Todo está organizado, planeado hasta el último detalle.

Katty hojea una carpeta gris que pone “Five Stars”, el nombre de la agencia de adopción. Hay un programa turístico adecuado para los padres de la nueva hija. Adopciones a precios especiales, “all inclusive”. Nadie habla de la salud del bebé.

“El proceso de adopción es sencillo, el viaje al país es corto y relativamente barato”. Así elogia a Guatemala la agencia estadounidense de adopciones “Carolina Hope” en su página de internet. Es una de las alrededor de 160 agencias que organizan adopciones. Tienen nombres como “Helping Hand”, “Childrens Hope” o “Adopt Abroad”. La mayoría de las veces, los interesados pueden ver fotos de sus potenciales hijos en internet y reservar su ruta de viaje. Reservan hoteles de lujo de las cadenas Marriot o Camino Real y piden que les suban niños a la habitación, como el desayuno. Niños convertidos en mercancía.

Tras la fachada radiante de felicidad de las agencias se esconde una mafia sin escrúpulos. En Guatemala, las agencias no trabajan con autoridades estatales, sino con abogados privados que se han especializado en dar niños guatemaltecos en adopción a extranjeros. “En este país, es como comprarse un teléfono o un coche. Un negocio normalísimo: voy a un abogado, le digo que quiero un niño y me lo vende”, dice Rossana de González.

Y así estos abogados se hacen de oro. Cada año ganan unos 200 millones de dólares con el negocio de los niños, estiman organizaciones de defensa de los derechos humanos. “Una madre que entrega a su hijo recibe quizá 60 dólares, a veces más, pero los americanos pagan entre 25.000 y 40.000 dólares por adopción. El margen de beneficio es muy grande”, dice De González.

Los derechos humanos y de los niños son secundarios. “A veces los niños ya son engendrados con objeto de venderlos”, dice esta defensora de los derechos humanos. Guatemala es el país más pobre de América Central. El 56 por ciento de la población vive bajo el umbral de la pobreza. Según un estudio de la ONU de mayo de este año, el 59 por ciento de los niños de menos de 5 años están desnutridos. Así que 60 dólares por niño ya es mucho dinero. “Mi sobrino es vendedor de periódicos. Gana entre 800 y 900 quetzales al mes, eso son menos de cien euros. Y si uno ofrece a la madre 1.000 o 2.000 quetzales por su hijo, la oferta resulta tentadora. Es tráfico de personas”, dice Alfredo, que prefiere no citar su apellido por motivos de seguridad. Trabaja en la capital para la Sociedad Alemana de Cooperación Técnica (GTZ).

Este hombre de 32 años está sentado al escritorio, aprieta las manos, su mirada se pierde en el vacío tras la ventana. Su familia vive en Cobán, una capital de provincia en el norte del país, y su voz es ronca, las palabras le salen con dificultad cuando habla de ella. La mujer de su sobrino, del vendedor de periódicos, simuló un secuestro y vendió a su hijo a la mafia. “Lo más fácil es convencer a la madre. Pero la mayoría de las veces roban al niño o —la peor variante— obligan a las mujeres indígenas a prostituirse en ciertos restaurantes de la capital. Las mujeres quedan embarazadas y les prometen ocuparse del niño y ahorrarles posibles problemas”. Cobán está a cinco horas de autobús de Ciudad de Guatemala, en medio de un paisaje de ensueño con espesos bosques y lagos. La región vive sobre todo del turismo y del cultivo de café. Aquí viven sobre todo indígenas. Muchos no tienen documentos oficiales de identidad, son analfabetos y viven en extrema pobreza. Un terreno ideal para la mafia de las adopciones.

El pueblo de Chioya se compone de unas pocas cabañas de madera y hojalata en medio de un maizal. La ropa cuelga de las palmeras para secarse al sol del mediodía.

Adela está sentada con sus hermanos frente a una cabaña de madera sobre el suelo fangoso y machaca maíz hasta convertirlo en una masa harinosa con la que luego hace tortillas. Su hija, Anita, se apoya en su regazo. Tiene siete meses y sigue con la mirada los movimientos de su madre. “El año pasado me violó un hombre del pueblo vecino. Ocho meses después reapareció y me obligó a ir con él a la capital. Allí nació mi niña, pero me la quitaron enseguida”, cuenta Adela con acento qeqchi, el dialecto maya local. Ni siquiera supo si había parido un niño o una niña. La obligaron a firmar documentos en blanco, pero tuvo suerte y los secuentradores de su hija se habían equivocado al contar. “Faltaba una firma, así que regresaron. Me ofrecieron dinero, mucho dinero. Dijeron que querían llevar a mi hija a EEUU. Pero yo quería que me la devolvieran”, cuenta Adela con lágrimas de ira en los ojos. Negoció con la banda con ayuda de una organización local de derechos humanos, les aseguró que no les denunciaría. “Siete meses después me devolvieron a Anita. Sin la firma que faltaba, no les servía de nada”.

Adela no es un caso aislado. “Las bandas violan a las mujeres sistemáticamente y les quitan a los niños al nacer”, dice Ana Rutila, que defiende los derechos de los indígenas en Cobán. “Las mujeres normalmente no saben leer ni escribir y sólo hablan maya. Son más fáciles de manipular y fuera de su pueblo pierden toda orientación”.

Desde principios de año, la comisaria de derechos humanos de la ONU en Guatemala sabe de más de 200 niños robados. La cifra real se supone mucho mayor. Nadie sabe exactamente en cuántos casos las mujeres fueron violadas.

Hace dos semanas fueron liberados 46 niños de una casa de Antigua que habían sido retenidos ilegalmente y esperaban para ser adoptados con documentos falsificados. Es más que dudoso que los dueños de ese orfanato ilegal sean castigados. En Guatemala no hay ninguna ley que castigue el robo de niños.

En la capital, que trae recuerdos horribles para Adela y muchas otras mujeres, los padres adoptivos de EEUU encuentran lo que andan buscando. El Camino Real está en el corazón de Ciudad de Guatemala. Abre la puerta un portero vestido con frac rojo y botones dorados. La amplia recepción es de mármol. La pobreza y la violencia quedan fuera. Altavoces ocultos transmiten un concierto de piano de Mozart. Varias parejas deambulan por la estancia. Está claro que los bebés de piel oscura que llevan en brazos o en cochecitos no son sus hijos. El ascensor a las últimas plantas sólo es para los clientes. “Aquí no hay ninguna planta especial sólo para que los padres adoptivos visiten o recojan a sus niños. Las habitaciones están decoradas especialmente para niños y los padres disfrutan de una tarifa especial más barata”, cuenta de tapadillo un empleado del hotel.

A la izquierda de la recepción, en un pasillo, hay una peluquería, una oficina de correos y algunas tiendas de souvenirs. Además de café guatemalteco y fulares de colores, también se venden pañales, biberones y juguetes de plástico. Ahora mismo, una madre estadounidense regatea con el vendedor el precio de varios tarritos de papilla. Unos pasos más allá, una puerta sin letrero. Aquí tienen su oficina los de las adopciones. La puerta sigue cerrada tras llamar varias veces. Sólo se permite entrar con cita. Las preguntas no son bienvenidas, ni aquí ni en la piscina que hay en el jardín de detrás del hotel.

Los estadounidenses que rondan por aquí todas las tardes con sus niños guatemaltecos se niegan categóricamente a conceder entrevistas. Parece que sólo acceden a hablar con desconocidos de aspecto neutral que se interesan por sus dulces niños. “Tengo una buena impresión. La madre biológica estuvo de acuerdo con la adopción”, dice una mujer que se ha acomodado en una tumbona junto a la piscina. “He visto el documento correspondiente. Todo se hizo correctamente”. Su hija adoptiva, de ocho meses y medio, yace sobre su barriga y juega con un sonajero rojo. La mujer, de más de cuarenta años, le ha puesto de nombre Maya-Angelika. “Soy divorciada. Mi marido no quería niños. Para mí, la adopción era la única alternativa. Lo intenté en China, pero allí ya no aceptan a personas solas”, cuenta la estadounidense. Le hace arrumacos a su niña y repite sin parar “qué bonita, qué bonita eres, mi vida”.

La estadounidense no quiere saber nada de abogados sin escrúpulos, robo de niños y violaciones. Al fin y al cabo, a Maya-Angelika le ofrecerá en Texas una vida mucho mejor de la que hubiera tenido en Guatemala. Y además, hubo una prueba de ADN para asegurarse de que el bebé es hijo de su madre y de que Maya-Angelika no fue robada. “Pagando, esas pruebas se falsifican en cualquier clínica privada”, dice Rosssana de González. “El país es corrupto. Esas supuestas pruebas no valen nada”.

A partir de 2008, eso va a cambiar. El Parlamento guatemalteco ratificó poco antes del receso veraniego la Convención de La Haya. La Carta de la ONU regula las adopciones internacionales y reclama entre otras cosas un control estatal del proceso. Se pretende evitar que los abogados hagan negocios. Además, la declaración de acuerdo de la madre, por ejemplo, será obligatoria, y se endurecerán criterios de selección.

Pero en Guatemala sigue sin estar claro cómo convertir estas obligaciones en leyes. Los diputados rechazaron dos veces en los últimos años propuestas de la Mesa de las Adopciones en ese sentido. “No me imagino que esta vez salga adelante”, dice Rossana de González. “Creo que los diputados están bajo presión o que el problema simplemente no les interesa”.

Defensores de los derechos humanos temen además que esos controles tampoco vayan a cambiar nada. “El problema es que el proceso, al final, parece del todo legal. Por ejemplo, obligan a las madres a firmar documentos, sin saber qué están firmando en realidad. Creen que se trata de un recibo, pero luego se usa la firma para los documentos necessarios para el proceso legal de adopción”, explica Alfredo, de la GTZ.

Hasta final de este año, el número de adopciones probablemente aumentará considerablemente. “Las agencias quieren tramitar cuantos más niños mejor antes de que la convención entre en vigor y el proceso de adopción se complique”.

La madre adoptiva de Maya-Angelika no fue sometida a ningún tipo de examen, sólo tuvo que pagar. No quiere decir cuánto pagó por su hija. No ha sido barato, dice esta mujer de Texas. “Pero cuando me compro un coche, tampoco pienso en el precio. Y al fin y al cabo, ahora tengo una hija propia”.

Ruth Reichstein Die Tageszeitung (Alemania)
Traducción: Guillem Sans Mora

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Autor

Paul Monzón

Redactor de viajes de Periodista Digital desde sus orígenes. Actual editor del suplemento Travellers.

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