Deportaciones de guatemaltecos, al alza en Estados Unidos

Según publica el portal www.prensalibre.com aviones del Gobierno de los Estados Unidos arribaron durante casi todas las semanas del 2007 al aeropuerto Internacional la Aurora y dejaron una multitud de apesadumbrados pasajeros, cuenta un reportaje publicado en el diario The Daily Review.

Filas de hombres, mujeres y niños, todos con pulseras de identificación, llenan el pavimento del aeropuerto. Los viajeros observan desde la ventana de un avión comercial que recorre la pista del aeropuerto las filas de deportados que más bien parecen prisioneros.

Esta diaria marcha de los deportados, se ha convertido en una rutina.

“Pasen por aquí”, murmura René Méndez, tratando de reconfortar a los entristecidos viajeros mientras trata de cumplir con su horario y les da la bienvenida.

En 2004, Estados Unidos deportó siete mil 29 guatemaltecos, en 2005 fueron 11 mil 512, en 2006 la cifra llegó a 18 mil 305, el viernes 28 de diciembre con el último avión que arribó al aeropuerto se alcanzó el récord de 23 mil 62 repatriados desde Estados Unidos.

Lori Haley, una vocera del departamento de Inmigración de EE. UU., dijo que las deportaciones han sido debido al incremento de las redadas en empresas y al reforzamiento de las medidas antiinmigrantes en ese país.

La mayoría de los guatemaltecos deportados pasan a través de la antigua terminal de la Fuerza Aérea Guatemalteca. Eso mantiene ocupado al oficial de inmigración Méndez todo el año. El seis de agosto, dos aviones arribaron casi simultáneamente con más de 200 deportados.

“Tengo una pregunta importante. ¿Todos ustedes son guatemaltecos?”, gritó Méndez en medio del relajo y la confusión de la llegada, solo para asegurarse que del gran avión Boeing MD-83 no haya bajado alguien de otro país centroamericano.

Domingo Algua Morales de 18 años fue uno de los que contestó que si. Este adolescente estaba en camino para reunirse con su hermano en la ciudad californiana de San Rafael, con la esperanza de colarse anónimamente en un grupo ya establecido de migrantes que viven modestamente en el próspero condado Marin.

“Mi hermano ha vivido ahí por casi dos años, y se paraba en una esquina de la calle en donde viven esperando que le cayera algún trabajo. Después encontró empleo en un restaurante y me dijo que si quería que fuera a trabajar por un año allí, que el me conseguía el empleo”, cuenta Morales.

El joven dice que su hermano mayor envió fotografías y dinero para su familia en Chichicastenango. Compró un terreno y construyó una casa de concreto de tres niveles para cuando regresara.

Domingo trató de unírsele pero apenas cruzó el infame desierto de Sonora hasta llegar a Arizona, agentes de migración lo capturaron y lo enviaron rápidamente de regreso.

Aún recuperándose de su primer viaje en avión, Domingo está en la entrada del antiguo recinto de la Fuerza Aérea esperando a que el oficial de migración pronuncie el número que le corresponde a su equipaje apilado al centro de la habitación.

Domingo fue el último del grupo en ser llamado para recoger una bolsa de papel de donde sacó sus únicas dos partencias: un par de cintas de zapato y su cincho – temporalmente confiscado como sucedió con la mayoría de viajeros para asegurarse que no se suiciden o traten de atacar a los demás ocupantes del avión.

El joven deportado no se imaginaba que su jornada acabaría buscando la forma de llegar a su natal Chichicastenango ya que en su bolsillo sólo le quedan dos pesos mexicanos que no le sirven ni para comprar un bocadillo. Sin embargo aún conserva una camiseta que le cubre. Sus pantalones. Su vida.

“Mucha gente ha muerto en el desierto. Otros se han ahogado. Otros resultaron mutilados en los trenes. Denle gracias a Dios que todos ustedes están aquí y que están vivos”, les recalca el oficial de inmigración. La multitud de deportados repite casi en coro un agradecimiento para las palabras de ánimo que les brinda el burócrata.

El trámite continúa llenando un formulario para posteriormente desalojar el elegante y antiguo salón. Pronto llega la hora de desalojarlo porque otro avión del Gobierno de EEUU aterriza con 88 hombres y 16 mujeres más para cumplir con el trámite.

Una organización les ofreció una bolsa con un almuerzo. Otros ofrecían dinero para el bus para ayudar a los deportados con el regreso a su tierra natal. Hubo una mesa instalada en la salida que repartía folletos con información acerca de posibles oportunidades de trabajo, sin embargo fueron dejados a su suerte.

Proceso de reintegración
El gobierno empezó a ampliar su proceso de reintegración de los retornados a principios de este año, en un esfuerzo por dignificar el sistema, pero los encargados del programa argumentan que los deportados aún significan una carga significativa para el país porque es difícil reintegrarlos en la economía.

Y de aquellos que fueron deportados de EE. UU. el año pasado, más de tres mil cumplieron penas en ese país por cargos criminales, sin embargo algunos de ellos fueron por violaciones a las leyes migratorias.

Rutilo Morales de 36 años, oriundo de San Marcos, dijo que se sintió inesperadamente aliviado de regresar luego del maltrato del que fue víctima a manos de los guardias de la cárcel en Texas.

“Les dije que habían insectos en mi comida pero el guardia me dijo que los gusanos también tienen derecho a comer”, relató Morales.

Carlos Gustavo Marín, un carpintero de 43 años pasó meses detenido en la cárcel del condado de Limestone en Texas. “Nos sentíamos como terroristas. Somos gente humilde, simple y trabajadora”, se quejó el deportado.

José Salvador Enríquez pasó 15 de sus 33 años de vida en Los Ángeles y tiene tres hijos ahí, dijo que tenía asilo político temporal para vivir en Estados Unidos, pero lo perdió y fue deportado el año pasado. Trató de cruzar la frontera y fue arrestado y deportado de nuevo. “Tengo que pensar mucho acerca de lo que voy a hacer ahora”, aseguró.

Otro hombre que ha vivido en Long Island tanto tiempo (desde que tenía 11 años) que no tiene ni idea qué hacer en Guatemala. “Quisiera saber dónde está la embajada americana y esas cosas”, dijo en inglés con un marcado acento neoyorquino el hombre que no quiso decir su nombre.

Otros dos coincidieron en que las manchas de pintura blanca en sus antebrazos se debían a que durante su estancia en una cárcel de Texas un guardia les ordenó que salieran a pintar un muro desde las 11 de la noche hasta las tres de la mañana. “El sólo dijo, pinten ahí y yo pinté”, dijo Santos Ajucum, mientras pensaba en cómo irse para Totonicapán.

“Hemos hecho el reclamo respectivo en estos casos, ellos investigaron y en las denuncias en que se comprueba que hubo algún abuso, el gobierno (de EE. UU.) emite las disculpas respectivas”, se limita a decir el canciller guatemalteco Gert Rosenthal.

Muchos de estos abusos podrían haber desembocado en deportaciones injustificadas ya que los incautos y asustados guatemaltecos capturados firman cualquier cosa que les ponen enfrente por las intimidaciones de que son víctima por parte de los agentes de inmigración. “Debe haber muchos casos como este pero no tengo el dato de cuántos”, admitió Rosenthal.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

Paul Monzón

Redactor de viajes de Periodista Digital desde sus orígenes. Actual editor del suplemento Travellers.

Lo más leído