Hillary Clinton lo tiene crudo

(PL).- Recién vuelto a la actividad después de unos días de descanso en el Caribe, Barack Obama se apresta a recoger el premio de su candidatura presidencial con la serenidad de quien se sabe ya el elegido. Hillary Clinton ha prometido seguir luchando, y a buen seguro lo hará, hasta el último día.

Escribe Alfonso Rojo en ABC que ella repite que es la más preparada y pregunta una y otra vez a los ciudadanos norteamericanos si dormirían tranquilos sabiendo que la persona que descolgará el teléfono en la Casa Blanca, cuando suene a las tres de la madrugada, será el «inexperto» Obama.

Como jugada no está mal, pero el argumento tiene poca consistencia. El manejo de las crisis está muy protocolizado en EE.UU. y a esas horas, el único que puede despertar al presidente es el consejero nacional de seguridad.

El actual se llama Stephen John Hadley y creo que no ha importunado a Bush ni una sola noche.

Volviendo a Hillary, tendría que arrasar en Pensilvania este 22 de abril y vencer con holgura en las primarias de Carolina del Norte e Indiana el 6 de mayo, para llegar rumbosa al Pepsi Center de Denver, donde se celebrará la Convención Demócrata entre 25 y el 28 de agosto.

He estado haciendo números y a la candidata no le salen. Tienen 120 delegados menos que Obama, ha ganado sólo en 14 estados mientras su rival se ha apuntado 24 y en voto popular va por detrás en 700.000.

Cabe la sorpresa y yo, después de lo ocurrido el 9-M en España, cada vez me fío menos de mi olfato. Pronostiqué a los cuatro vientos que ganaría el PP y he tenido que bloquear la palabra «Alfonsito» en el diario online que dirijo, porque me bombardeaban con cientos de mensajes en forma de pareado. Ripios hechos con verbos como «dar» o «tomar» y acabados en «ito».

Superado el mal trago de aparecer fotografiado con turbante y ya aplacada la indignación que despertaron los racistas sermones de su asesor espiritual, Obama tendría que perpetrar una pifia descomunal para descarrillar.

Quedan diez consultas electorales y nada indica que el equipo de los Clinton tenga en la recámara más munición dialéctica de la que ha empleado hasta ahora.

Y para desgracia del matrimonio, uno de sus mejores amigos del pasado, el carismático Bill Richardson, gobernador de Nuevo México y figura determinante en el voto hispano, se ha pasado a su contrincante. Hillary lo tiene crudo.


Lo ocurrido en las últimas semanas, superadas algunas dudas iniciales, embellece la candidatura de Obama y mancilla la de Clinton. Empezando por el episodio del pastor Jeremiah Wright, un predicador extremista como tantos otros que gobiernan las iglesias negras. Antes o después, Obama tenía que afrontar la realidad de su larga y estrecha vinculación espiritual con el reverendo Wright y responder por la enorme contradicción que representa el hecho de que un político partidario de la armonía racial rezara junto a un propagador del odio.

Son cosas de Iglesia no fáciles de entender. Pero lo cierto es que Obama, que había tratado de evitar hablar de racismo durante toda la campaña para que nadie se fijara más de la cuenta en el color de su piel, se vio a la defensiva y obligado a pronunciarse. Cogió el guante, se subió al estrado y no sólo habló de racismo sino que pronunció el discurso más importante desde su célebre intervención en la Convención demócrata de 2004, un discurso que la mayoría de los analistas han considerado una piedra angular sobre la que este país debe retomar el debate nacional sobre ese conflicto callado pero nunca resuelto.

De un plumazo, Obama desactivó, quizá para siempre, el affaire Wright, y, contra los ataques de la campaña de Clinton, reafirmó su papel presidencial con sus argumentos más fuertes, los del unificador, el conciliador, el iluminador, el hombre del futuro.

Mientras Obama hablaba, sus abogados conseguían otra victoria menos poética pero no menos importante, la de impedir nuevas elecciones en Florida y Michigan, cuyos delegados no serán aceptados en la Convención por haber sido elegidos violando las reglas del partido. Es posible que este asunto no esté aún completamente cerrado, pero el riesgo más importante para Obama, la repetición de las votaciones, ha sido ya eliminado.

Una victoria de similares proporciones es el respaldo hecho público por Bill Richardson, sobre todo por lo que representa que alguien tan unido a los Clinton -fue una de las figuras de la Administración de Bill Clinton- y tan preocupado por su futuro político abandone a la primera familia del partido para unirse a un novato.

Con esos éxitos en la maleta, Obama se fue a la playa. Hillary Clinton se quedó sola y, desprovista de sparring, se peleó contra su propia ansiedad. Atendió a la presión de los medios de comunicación para que hiciera públicos los documentos sobre su periodo como primera dama y se comprobó que su pretendida experiencia en asuntos de seguridad y política exterior no se ve reflejada en una agenda tan trivial como la función que ella desempeñaba en la Casa Blanca.

Insistió en maquillar su historial con un relato novelesco sobre una visita a Bosnia bajo el fuego de los francotiradores. Pero tardaron muy poco las cadenas de televisión en ofrecer las imágenes que probaban que, en realidad, todo fue muy tranquilo en aquel viaje, incluida una ceremonia de recepción en la que ella y su hija Chelsea fueron agasajadas con los tradicionales ramos de flores y poesías infantiles.

«Fue un error, soy humana, aunque algunos no lo crean», acabó admitiendo. Un error es equivocar la fecha de su visita a Bosnia. Pero cuesta aceptar que, por error, uno recuerde haber estado en peligro de muerte.

En medio de toda esta polémica, Obama dejó en el camino otro obstáculo difícil de saltar para Clinton. El senador de Illinois ha hecho públicas sus declaraciones de Hacienda, que no contienen más pimienta que la cifra cercana al millón y medio de dólares que obtuvo por sus dos libros autobiográficos. Clinton, que aportó a su campaña cinco millones de dólares de su propio bolsillo, se ha negado hasta ahora a repetir el gesto de su contrincante.

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