El temperamento irascible de McCain le pone en apuros

El temperamento irascible de McCain le pone en apuros

(Michael Gerson).-Es un tributo a la formidable fortuna política de John McCain que el tema de su temperamento se presente justo al mismo tiempo que el enfrentamiento Demócrata ha alcanzado la etapa de desprecio mutuo rojo de ira echando humo por las orejas. Fue el ex Presidente Bill Clinton, no McCain, quien recientemente perdía los papeles durante una reunión con los súper delegados de California.

En un enfado de recriminación a causa del apoyo del Gobernador Bill Richardson a Barack Obama, Clinton reclamaba, «En cinco ocasiones delante de mí (Richardson) dijo que nunca haría eso». El San Francisco Chronicle informaba de que uno de los presentes lo llamó «una de las peores reuniones políticas a las que he asistido nunca».

Todo lo cual socava la idea más incendiaria planteada contra McCain. En el curso de un reciente artículo del Washington Post acerca del historial de problemas con el control de la ira por parte de McCain, el ex Senador por New Hampshire Robert Smith afirma que «el temperamento de McCain haría peligrar a este país en asuntos internacionales, y quizá pondría en peligro al mundo». El argumento parece ser: McCain se enfurecerá e invadirá Irán — o tal vez, en un mal día, Canadá. Pero las célebres pataletas de Bill Clinton no se tradujeron en irresponsabilidad o agresividad en política exterior. La historia demuestra que el petulante puede ser pacífico — y que los hombres de temperamento pacífico pueden verse obligados a la guerra.

Pero la respuesta de la campaña de McCain al artículo del Post rezaba que «el temperamento del candidato no es mayor que el de una persona corriente» y que el artículo es «ficción en un 99 por ciento».

Yo apostaría menos.

McCain, después de todo, ha contribuido a la leyenda de su propio genio — utilizándolo como prueba de su propia independencia feroz. Su autobiografía de 1999 relata cómo, siendo un enfurecido niño de dos años, contenía su respiración hasta perder la consciencia — el tipo de experiencia familiar que parece sincera. Él parece enorgullecerse del desafío rebelde de sus años de instituto y universidad. Y el enérgico desprecio de McCain hacia sus captores en el Hanoi Hilton es digno de leyenda.

Los colegas de McCain en el Congreso sí hablan de trato difícil. Habiendo trabajado durante años como empleado del Senado, puedo relatar de primera mano que no es frecuente que un miembro le diga a otro «que te jodan» como hizo McCain al Senador John Cornyn durante el debate de la inmigración. Y McCain en persona, en momentos más reflexivos, comprende esta debilidad. «Tengo temperamento, por afirmar lo evidente», escribía en unas memorias de 2002, «el cual he intentado controlar con un grado variable de éxito porque no siempre sirve a mis intereses o a los del público”.

De manera que, ¿que diferencia supone esto? A pesar de estos estallidos emotivos, McCain ha logrado conservar un personal leal y trabajar en la legislación con todo el hemiciclo.

Pero el temperamento no es irrelevante en un líder. Un rasgo pronunciado como el genio coloca una carga particular sobre el círculo íntimo de amigos y consejeros de una figura política. Ellos pueden elegir frenar o pisar el acelerador — moderar y canalizar las tendencias de un líder o alimentar esos defectos para sus propios fines. Los ayudantes de Richard Nixon se granjearon el favor alimentando su paranoia. Parte del personal de Bill Clinton facilitó su auto indulgencia e imprudencia.

En un caso al menos, el genio de McCain parece haber nublado su juicio. En febrero de 2000, tras ser criticado por los conservadores religiosos, McCain pronunciaba un discurso muy encendido en Virginia atacando a los líderes de la derecha religiosa como «agentes de la intolerancia», comparándolos con Louis Farrakhan, acusándoles de «haber sacado tajada de causas buenas», llamándoles «influencias corruptoras de la religión y la política» que «avergüenzan a nuestra fe, a nuestro partido y a nuestro país». Fue una rabieta disfrazada de acto de campaña. Consejeros clave en torno a McCain alimentaron esta cólera insustancial en lugar de sofocarla. Actualmente, el Senador Joe Lieberman — uno de los hombres más decentes y más templados de Washington — está desempeñando al parecer el papel de jefe de la estación de bomberos de McCain.

Testimonio del discurso de Virginia, la peor tentación de McCain no es la cólera, sino la arrogancia moral. Los contrincantes no están equivocados simplemente; son sobornables, interesados y corruptos. En una causa honrada, McCain puede resultar farisaico.

Pero esta debilidad, como con frecuencia es el caso en política, es inseparable del atractivo político de McCain. Las últimas semanas han planteado la pregunta: ¿puede el imparcial y cerebral Barack Obama trazar fronteras claras de indignación en la retórica anti americana o el radicalismo violento de algunos de sus asociados? En lo que respecta a asuntos de mayor calado — funcionarios públicos que violan la confianza del público o enemigos que amenazan a América — nadie puede acusar a McCain de escasa indignación moral.

© 2008, The Washington Post Writers Group

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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