Encuentran en el mar el cadáver del cura volador

Encuentran en el mar el cadáver del cura volador

Brasil podrá darle el último adiós a Adelir de Carli, mundialmente conocido como el cura volador, después de que el remolcador Anna Gabriela (que presta servicios a la petrolera estatal, Petrobras) hallase el pasado jueves los restos de un cuerpo flotando en alta mar que podrían pertenecer al sacerdote.

Como relata Henrique Mariño en ADN, el sacerdote De Carli se hallaba en paradero desconocido desde el pasado 20 de abril, cuando intentó la insólita proeza de surcar los cielos durante 180 kilómetros agarrado a mil globos de fiesta.

Los restos encontrados, de la cadera para abajo, estaban en estado de putrefacción. Su padre, abatido, ha viajado para su identificación al Instituto de Medicina Legal de Macaé, donde se está realizando un examen de ADN, cuyos resultados tendrían que estar listos antes de un mes.

La gente que lo conocía, los bomberos y militares que participaron en su búsqueda y la comunidad religiosa están destrozados, una vez perdida toda esperanza de que Adalir regresase algún día aferrado a sus globos o en la cabina de un camión.

Este sacerdote católico de 42 años pretendía batir un récord y permanecer durante veinte horas en el aire, pero detrás de su hazaña había una causa justa: quería sensibilizar a la población y las autoridades de su país sobre las condiciones en las que trabajan los camioneros brasileños.

UN PLAN MAGNÍFICO

Para ello, ideó una travesía aérea que partió de Paranaguá (en el litoral del estado sureño de Paraná) y que tenía como destino final Ponte Grossa, situada a 180 kilómetros tierra adentro.

Su sistema de vuelo era más bien rústico y consistía en inflar con helio los típicos globos de colores que se utilizan en cumpleaños y otras celebraciones.

Mil globos para levantar un peso de 200 kilos

El tamaño de sus globos era superior, eso sí, de modo que uno solo podía levantar 500 gramos. Su equipo al completo pesaba 200 kilos, por lo que tras realizar varios ensayos decidió juntar mil unidades, para así asegurarse un potente despegue, y se despidió de los testigos de su gesta.

De Carli contaba con un traje aislante de alumnio para protegerse del frío y de un mono que lo recubría. Para subir o descender, ya en el aire, portaba bolsas de agua a modo de lastre de las que podía deshacerse a su antojo. Para orientarse, un GPS.

Y, como vituallas, unos botellines de agua y unas barritas de cereales. Si pasaba algo, la silla a la que iba sujeto portaba un paracaídas.

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