(PD).- En Nicaragua «hay un ensayo de gobierno autoritario» de la mano del presidente Daniel Ortega, cuyo color político ideológico «cada vez menos» se identifica con la izquierda, consideraba recientemente el escritor nicaragüense Sergio Ramírez. Autoritarismo que se traduce en los ataques hacia su persona, y hacia voces críticas al régimen de Ortega como el poeta Ernesto Cardenal, los cantautores Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy y el periodista Carlos Fernando Chamorro. El diario El País toma nota de la deriva autoritaria sandinista.
Para Ramírez, no es revolución «que a una multitud de gente que está esperando desde tempranas horas del mediodía que le repartan un paquete de alimentos le terminen echando agua con la manguera de los bomberos», como ocurrió la noche del 7 de diciembre, durante la celebración de la tradicional «gritería», por parte del Ejecutivo.
La situación es insostenible. El editorial de El País, mira con la lupa la alianza entre el Chávez y Ortega, y el sueño del sandinismo cuya derrota se refleja en el hambre de toda Nicaragua:
En una muestra de contorsionismo político, Ortega hizo las paces con la Iglesia, por la que nunca había mostrado afecto especial, al precio de prohibir el aborto, y no es exagerado decir que para mantenerse en el poder podía haber pactado con el lucero del alba. Pero la aparición del dadivoso presidente venezolano, Hugo Chávez, con su proyecto de socialismo bolivariano, cualquiera que sea lo que eso quiera decir, le ha permitido a Ortega bruñir sus antiguos ideales sandinistas. Y eso ha significado la progresiva miniaturización de la democracia en Nicaragua.
De aquella revolución que prometió «alterar las estructuras injustas de un país para convertirlas en estructuras justas», nada queda. Solo bravuconadas autoritarias de un líder apoltronado que gobierno a machetazos en forma de decretos de dudosa legalidad:
Las elecciones municipales de noviembre fueron, al decir de todas las fuentes internacionales, un mega-fraude en Managua, pero Ortega, no contento con atribuirse 105 de 146 ayuntamientos -aunque eso no quita que probablemente ganara en voto popular- ordenó por decreto que el Consejo Supremo Electoral diera por buenos los resultados, sin recuento, luz, ni taquígrafos, como exigía la oposición; y en diciembre, otro decretazo obligaba a incorporar al presupuesto las enmiendas dictadas por el presidente, paralizadas en la asamblea por la oposición, que así trataba de forzar al aprendiz de tirano a declarar nulas las municipales.
Nicaragua no es una dictadura, pero las crecientes libertades que el orteguismo se está tomando con la Constitución, presagian el peor de los futuros, en un rumbo que parece casi mimético al de la propia Venezuela. Aquel sandinismo de juventud cometió graves errores, pero no impidió el restablecimiento de la democracia. El actual sólo es un engaño.