(PL).- Utiliza las urnas cuando le conviene -y le llama «revolución»-, pero no hay ninguna duda de hacia dónde quiere llevar Hugo Chávez a su país: a una dictadura permanente. Lo que se decide en el referéndum de hoy no es una reforma constitucional inocua, sino la puerta para que el Gorila Rojo se convierta en dictador vitalicio, lo único a lo que aspira desde que empezó su carrera como militar golpista.
Hay lugares de Venezuela donde el agua no llega nunca y la leche en días alternos, pero raro es el venezolano que no tiene dos teléfonos móviles. De ahí que, apenas unos minutos antes de acabarse la jornada electoral, Chávez utilizara la compañía Movilnet -nacionalizada en enero de 2007- para enviar a sus más de 11 millones de usuarios un mensaje muy claro: «Vota sí».
Su voz, tantas veces tronante, se refugiaba ahora en la intimidad del teléfono para apelar a lo más sagrado de cada uno y pedir, por enésima vez, la aprobación en el referéndum de hoy de una enmienda constitucional que le permita presentarse indefinidamente a la reelección.
Si no lo logra -ya fracasó en otra consulta popular en diciembre de 2007-, su futuro político se acabaría en 2012, aunque nadie descarta en Venezuela que, una vez repuesto de un segundo batacazo, el Gorila Rojo lo intentase cuantas veces fuera necesario.
UNA DECISION CLAVE
Muchos venezolanos creen que la votación carece de importancia porque no presupone que en 2012 pueda volver a ser elegido presidente, pero los modos con los que ha utilizado en esta campaña todos los mecanismos del Estado, sin rubor ni recato, demuestran claramente que el carácter totalitario se va adueñando del régimen bolivariano y que la capacidad de Chávez para manipular y desvirtuar un proceso electoral es cada vez mayor.
Lo que se está creando en Venezuela es claramente un régimen totalitario, en el que una sola fuerza -más concretamente, una sola persona que se declara ungido para representarla- tiene el control de todo el poder, sin contrapesos ni límites institucionales y que, por si fuera poco, se propone sentar las bases para hacerlo a perpetuidad.
De hecho, esta reforma constitucional ya fue rechazada en 2007 -por muy escaso margen, pero rechazada- y ya entonces advirtió a los opositores de que debían considerarla «una victoria de mierda», como síntoma de que no pensaba respetarla, como así ha sido.
Cuando ha sentido más débiles las fuerzas que se le resisten, Chávez vuelve a proponer la misma idea de la reelección indefinida, pasando por alto cualquier consideración ética, política o incluso legal. En Venezuela, como ha quedado demostrado, se hace lo que quiere el presidente.
Uno de los síntomas más claros del deterioro de la situación en Venezuela ha sido la abrupta expulsión del eurodiputado popular Luis Herrero, con el pretexto de que había criticado en público los modos del régimen bolivariano.
Se trata, sin duda, de un gesto intolerable, no sólo por la condición de diputado europeo, lo que añade un tinte de mayor gravedad, sino porque trasluce exactamente cuál es la situación en Venezuela: todos aquellos que se atrevan a levantar la voz al régimen son declarados enemigos.
El Gobierno ha hecho lo que debía al reclamar explicaciones al embajador venezolano en Madrid, y si espera contribuir a la democracia en Venezuela, sabe lo que debe hacer a partir de ahora en sus relaciones con un presidente que no tiene más ambición que la de pasar el resto de su vida en el poder.
Lo peor de todo es que, aun en el caso de que Chávez obtenga la victoria, no le servirá de nada: la crisis financiera y la caída de los precios del petróleo le está dejando sin fondos para seguir maniobrando y es muy probable que sienta muy pronto la premura de los números rojos.
Sus veleidades revolucionarias han desencadenado fuerzas violentas que amenazan con adelantarle por la izquierda, y la criminalidad sigue siendo un problema aterrador en Venezuela. Nada de esto se resolverá con Chávez en el gobierno, precisamente porque Hugo Chávez es el principal problema de Venezuela.