(PD).- Según los economistas, iba a ser la inmigración, de ida y vuelta, de EasyJet, Ryanair o Wizz Air con rutas inverosímiles desde Bydgoszcz o Gdansk (Polonia) hasta Dublín, desde Cluj (Rumanía) hasta Madrid. Mano de obra flexible del este de Europa, perfecta para rellenar huecos laborales en los países ricos europeos en tiempos de burbuja, pero dispuesto a regresar en cuanto se agotaba el empleo.
Escribe Andy Robinson en La Vanguardia que el problema o la realidad es que sólo que en este vuelo de EasyJet de Bucarest a Madrid, lleno casi exclusivamente de rumanos, queda bastante claro que esta idea de tener mano de obra cíclicamente desechable no funciona demasiado bien, al menos para rumanos que se encuentran ante el dilema de quedarse en un país sin trabajo o regresar a un país sin sueldos dignos. «Nos gustaría quedarnos en Rumanía, pero yo sólo gano 200 euros al mes haciendo manicura en Bucarest», dice una pasajera cuyo marido inmigrante trabaja en la construcción en Humanes (Madrid).
Es esta una inmigración de ida pero no de vuelta. Así debe de verlo también el Gobierno español, pues esta misma semana anunció que los rumanos que vuelvan a su país podrán cobrar el paro que hayan generado en España. La medida pretende facilitar que el retorno sea más atractivo. No se sabe cuántos regresarán.
En Irlanda, según Alan Barrett, economista del instituto ESRI en Dublín, hay indicios de que bastantes polacos han vuelto tras el colapso de la construcción. «La mayoría de los rumanos en España quería regresar al cabo de dos o tres años antes de la recesión», dijo dice Dan Stoenescu, director del Ministerio de Asuntos Exteriores, responsable de comunidades inmigrantes en Bucarest; pero eso era el sueño típico del inmigrante de comprar una casa con jardín en su país y volver con dinero. No suele pasar. Ahora, con crisis en Bucarest y también en Madrid, los que vuelven a su país son los que no pueden pagar la casa en España», dijo otro pasajero de EasyJet.
Ni siquiera los líderes de la comunidad rumana en España encargada de ayudar a inmigrantes a regresar lo ven claro. «No creo que se vaya mucha gente hacia Rumanía; una vez que estás vacunado del país desarrollado, cuesta volver a las calles sin asfalto», dice Miguel Fonda Stefanescu, de Federación de Asociaciones de emigrantes rumanos en España (Fedrom).
Y cualquiera que visite Bucarest coincidiría. Los años de desarrollo poscomunista en Rumanía deberían estar corrigiendo el retraso frente al oeste, creando incentivos para el regreso de los emigrantes; pero no hay muchas señales de convergencia en Bucarest, sino salarios irrisorios y precios de alimentos básicos en constante aumento, pese a -o acaso a causa de- la presencia de cadenas occidentales como Carrefour… Precios de productos básicos como el aceite pueden ser un 50% más caros que en España.
Mientras la nueva ola de cine rumano -muy de moda en el oeste- recuerda los horrores de los años de Ceausescu, como el odiado decreto antiaborto en 4 meses, 3 semanas y 2 días, de Cristi Mungiu, ahora «resulta demasiado caro tener hijos; con Ceausescu la clase media podía tener dos o tres hijos», dice Dani Luk, de 32 años, taxista pluriempleado, que pretende unirse a su cuñado en verano en una empresa de transporte en Madrid. En España, un millón de inmigrantes rumanos ayudaban a desactivar la bomba de relojería demográfica cuando aún había trabajo; pero la población rumana de 22 millones ha perdido casi un millón desde 1990, ya sea por la emigración, ya sea por la baja natalidad.
En estos momentos hay 728.967 inmigrantes rumanos en España, más que ninguna otra comunidad inmigrante. Sumando a los indocumentados, la cifra seguramente rebasa el millón. En barrios periféricos madrileños como Coslada o Alcalá de Henares, muchos son procedentes de la región más pobre de Rumanía, en la frontera con Moldavia, comunidades transfronterizas vertebradas por un flujo constante de gente y de remesas. Iglesias adventistas y evangelistas han ayudado a crear redes que trascienden la frontera, pero en medio de una crisis devastadora estas comunidades transnacionales empiezan a ser puentes de pobreza. Mientras en España rumanos y otros inmigrantes desempleados y con hipoteca ya acuden a ayudas alimentarías de ONG, en Rumanía el Banco Mundial advierte sobre el grave impacto de la pérdida de remesas en pueblos sumidos en la pobreza. «Hay pueblos en Moldavia -región de Rumanía- donde sólo quedan niños y abuelos», dice Stoenescu.
Esta recesión económica golpea aún más fuerte a los países del Este que a España. Para evitar una suspensión de pagos sobre su deuda externa, el Gobierno de coalición en Bucarest se ha visto forzado a firmar ayudas por valor de 20.000 millones de euros con el FMI, condicionado a fuertes recortes de gasto del sector público que da trabajo a una tercera parte de la población ocupada. El paro ha subido del 4% al 5,6%, mucho menos que en España, pero con una población activa muy reducida y una amplia economía sumergida, el verdadero nivel de desempleo es mucho mayor. La gestión corrupta de fondos de cohesión no ha ayudado.
Lo peor es que la justificación exclusivamente económica de la inmigración de ida y vuelta -en vez de la defensa del derecho de todos de cruzar fronteras de forma permanente- ha dado un mensaje subliminal peligroso. En Italia son frecuentes los ataques xenófobos contra rumanos, sobre todo el segmento gitano. En Irlanda crece la xenofobia antipolaca. España «es un país mucho más acogedor para los rumanos que Italia», sostiene Stoenescu. Pero la palabra delincuente empieza a identificarse con rumano en titulares mediáticos, el primer paso hacia la xenofobia.