¿Es usted –preguntó Garibaldi– el canalla que ha escrito esas infamias contra Carlos Alberto y contra Italia?
─ El canalla, no. El que ha escrito, sí –contestó con arrogancia Carlos Ledós, un francés que colaboraba en el periódico “Correo de Lima”.
En ese momento, Garibaldi “descargó dos bastonazos sobre el insolente francés”.
Ocurrió en Lima, Perú, 6 de diciembre de 1851. El protagonista más violento y también el más importante era Giuseppe Garibaldi (1807 – 1882), uno de los hombres más conocidos del siglo XIX, a quien no le había bastado su patria para hacer la revolución y a quien ya todos llamaban “el héroe de dos mundos”.
Unificador de Italia
Como se sabe, Garibaldi fue un patriota italiano que luchó por la libertad y la unificación de su país, en el siglo XIX.
Desde joven abrazó ideales republicanos y socialistas, y su participación en la larga lucha unificadora fue decisiva. Al mando de los “Camisas rojas”, se convirtió en un huracán de libertad que sacudió las históricas tierras desde Sicilia hasta los Pirineos, causó el miedo de los Borbón y las maldiciones del Papa al igual que el terror de los invasores austriacos y franceses.
«Garibaldi encarna a la perfección al héroe romántico del siglo XIX, con su lucha idealista en las causas nacionales, su carisma y su liderazgo», añade Arianna Arisi Rota, profesora de Historia Contemporánea de la Universidad de Pavía.. «Y en su vida cabe todo el siglo XIX».
Héroe de dos mundos
No contento con solamente ser el héroe de su patria, pasó a la América del Sur para luchar por la independencia del Brasil. Luego hizo lo mismo en Uruguay y, por fin, combatió contra el dictador Juan Manuel Rosas en Argentina.
“Garibaldi, Garibaldi,
Garibaldi pum,
Garibaldi, pum…”
Esta canción circula en nuestra América, desde Argentina hasta México. Parte de ella está cantada en italiano porque, en realidad, es un recuerdo del recuerdo. Quienes la cantaban en el siglo XX tan solo sabían que repetían en nombre de un héroe y su recuerdo era el recuerdo del recuerdo de sus abuelos en la época en que este hombre sacudió al mundo.
En la tradición de Ricardo Palma, el escritor peruano relata que, frente a su oficina, un caballero de voz sobreexcitada (Garibaldi) le preguntó dónde podía buscar al periodista francés. En respuesta, Palma levantó su índice derecho para indicarle que se hallaba allí cerca, en su escritorio.
Tan solo fue ese su papel frente al gran hombre, pero Palma quería inmortalizar ese momento y lo recreó bajo el título de “Entre Garibaldi y yo”.
El héroe italiano arribó al Perú en 1851 y se quedó dos años. Durante su permanencia, asumió la ciudadanía peruana para lograr una licencia como capitán de barco y viajar posteriormente a la China, al mando del navío “Carmen”.
En su camino hacia el norte, el héroe se dio tiempo para visitar a Manuelita Sáenz, la revolucionaria compañera de Simón Bolívar, quien pasaba sus años maduros en una finca del puerto de Paita.
Algunos peruanos admiradores suyos agregaron, incluso, que lo habían visto luchar al frente de sus “camisas rojas” contra la agresión chilena durante la Guerra del Pacífico.
La leyenda que nos viene de Argentina dice que “Non e vero che è morto Garibaldi…”. Y fue así porque los héroes no mueren en la memoria fabuladora de los pueblos.
Garibaldi en mi barrio
“Entre Garibaldi y yo”: escribió Ricardo Palma, y ahora también lo digo yo porque lo encuentro en todas partes. Hace unos años, cuando visitaba la logia masónica “Concordia Universal del Callao”, el venerable maestro Jorge Briceño Miller tuvo la bondad de hacerme sentar en una silla donde, según él, solía reposar el hermano Garibaldi.
Hay un grupo de música rock llamado “Garibaldi” y hay cafés de ese nombre en Montevideo, Santiago de Chile, Buenos Aires y, según un periódico del Internet, se acaba de abrir en Madrid la taberna “Garibaldi”, y se me ocurre que tal vez algún día apareceré en ella para leer unos poemas…y tal vez lo encontraré,
Eso me hace recordar que esta tarde también lo vi en Lima.
Me habían dicho que una estatua suya se levantaba en San Borja, pero nadie me dio razón del lugar exacto dónde estaba erigida.
Recorrí el inmenso distrito preguntando por ella a todos los policías municipales, pero no obtenía respuesta. Por fin, una anciana muy bonita que había salido de una tienda de alfajores, me dio razón:
─ Ahhh, ¿te refieres al abuelo del Che Guevara? Camina dos cuadras y lo encontrarás.
Y, solamente así, lo encontré.
POR: EDUARDO GONZÁLEZ VIAÑA