Mulino ganó las elecciones en una sola vuelta con el 34% de los votos, con más del 94% escrutado, y al enterarse de su triunfo por parte del Tribunal Electoral, se comprometió a formar «un gobierno de unidad nacional lo antes posible».
«Digo que recibo complacido este enorme peso sobre mis hombros», expresó.
El nuevo mandatario es considerado el sucesor político del expresidente Ricardo Martinelli, quien fue excluido de la contienda electoral debido a una condena por lavado de dinero, lo que puede resultar llamativo en un país donde la corrupción es una preocupación central según encuestas.
El presidente electo incluso afirmó durante la campaña que planea «ayudar» al magnate Martinelli, refugiado en la embajada de Nicaragua, a evitar cumplir su pena de 10 años de cárcel, argumentando que fue víctima de una persecución política injusta.
También podría sorprender que haya triunfado un exministro de Seguridad Pública criticado por su gestión durante manifestaciones pasadas en un país que ha experimentado protestas masivas.
Sin embargo, los analistas señalan varios factores que explican este éxito electoral.
Para comprenderlos, es necesario conocer quién es el próximo presidente panameño, alguien que pocos consideraban como tal hasta hace poco. Mulino, un abogado de 64 años, ha alcanzado la cúspide del poder en su país tras una larga carrera política, lo que puede parecer contradictorio con el descontento popular hacia la clase dirigente.
Mulino, hijo de un ex gobernador de la provincia de Chiriquí, en la región occidental de Panamá, ha tenido una trayectoria política destacada, aunque su estilo austero le valió el apodo de «Stalin». A nivel ideológico, Mulino se ubica en el centro-derecha en un país donde la izquierda política tiene poco peso.
Casado y con cuatro hijos, Mulino es licenciado en derecho y ciencias políticas, con una maestría en derecho marítimo en Estados Unidos. Ha trabajado en el sector privado como socio de un bufete de abogados en Panamá.
Mulino incursionó en política durante la «cruzada civilista», un movimiento contra el régimen militar que gobernó el país entre 1968 y 1989. Después de la invasión estadounidense y la caída del régimen de Manuel Noriega, ocupó cargos de vicecanciller y canciller en el gobierno de Guillermo Endara (1989-1994).
Ganó notoriedad como ministro en el gobierno de Martinelli (2009-2014), primero como ministro de Justicia y luego de Seguridad Pública, donde impulsó políticas de «mano dura». Sin embargo, su gestión estuvo marcada por la represión de protestas, como la que resultó en dos muertes en 2010.
Tras dejar el ministerio, Mulino fue arrestado preventivamente por presunto peculado en un contrato gubernamental, aunque el caso fue anulado posteriormente.
Mulino fue candidato a la presidencia en las elecciones de 2019 por el partido Cambio Democrático, pero perdió en las primarias. Se unió al partido Realizando Metas, fundado por Martinelli, y se convirtió en candidato presidencial tras la inhabilitación de este último en marzo.
Mulino realizó una campaña efectiva, apelando al respaldo de Martinelli y evitando debates entre candidatos. Su campaña divulgó imágenes de él abrazando a Martinelli durante la jornada electoral.
Los analistas sugieren que una parte de los votantes de Mulino están descontentos con el gobierno actual y con el sistema político en general. En un país afectado por la pandemia y la recesión económica, añoran el crecimiento económico experimentado durante el gobierno de Martinelli.
Mulino ha prometido recuperar ese crecimiento con medidas como la expansión del metro, la construcción de carreteras y la detención del flujo migratorio a través del Darién hacia Estados Unidos. Sin embargo, ha ofrecido pocos detalles sobre cómo logrará esto.
A pesar de las condiciones económicas desfavorables, los partidarios de Martinelli optaron por respaldar a Mulino, priorizando los logros de su gobierno sobre las acusaciones de corrupción. Sin embargo, Mulino enfrenta el desafío de gobernar un país en crisis y con grandes protestas recientes.