Cada vez que el sátrapa bolivariano es consciente que su dictadura peligra inventa un «atentado» en su contra; o denuncia que alguna fuerza oscura planea un intento de golpe de Estado.
Ahora, cuando ‘ve las orejas al lobo’, y parece que perderá las elecciones del próximo 28 de julio, suda como un pollo, y pone la maquinaria chavista para atacar a todo lo que pueda hacer peligrar su gobierno.
En un giro predecible, pero no menos alarmante, Maduro, también aspirante a la reelección, ha lanzado una nueva acusación de conspiración contra dos de sus oponentes. Edmundo González y Enrique Márquez, quienes se negaron a firmar un acuerdo para reconocer el resultado de las elecciones, son ahora señalados por éste de planear un golpe de Estado en cualquier momento. A pesar de las graves acusaciones, el presidente no ha presentado ninguna prueba que respalde sus afirmaciones, limitándose a afirmar que sabe lo que dice.
Maduro, conocido por su retórica incendiaria, cuestionó las intenciones de los candidatos opositores, insinuando que se inscribieron en las elecciones con el único propósito de desestabilizar el país. «Se inscribieron para tratar de embochinchar el país, de hacer daño otra vez a Venezuela y, creen ellos, intentar un golpe de Estado en cualquier momento», declaró en un acto político, sin ofrecer evidencias concretas que sustenten sus acusaciones.
Esta táctica de demonizar a los opositores no es nueva. Maduro frecuentemente recurre a etiquetar a sus adversarios como «títeres de la oligarquía» y promotores de violencia y golpes de Estado, creando un ambiente de constante sospecha y miedo. Esta narrativa le permite justificar medidas draconianas y movilizar a sus seguidores bajo la consigna de «nervios de acero» y «máxima unión y movilización» para, supuestamente, mantener la paz en el país.
Es interesante notar que mientras Maduro firmó el acuerdo, afirmando su compromiso con la paz y la democracia, sus detractores como Enrique Márquez lo consideraron «inútil» y «unilateral». Márquez criticó que no se les permitió discutir su contenido, calificándolo de redundante e incompleto. Por su parte, González argumentó que ya existe un marco para reconocer los resultados electorales en el Acuerdo de Barbados, firmado entre la Plataforma Unitaria Democrática y el Gobierno en octubre, y que no fue invitado a la firma del nuevo acuerdo.
La postura de Maduro parece más una estrategia política para deslegitimar a sus oponentes que un verdadero esfuerzo por la paz y la estabilidad. Sus promesas de victoria «por paliza, por nocaut» resuenan más como la bravata de un autócrata seguro de su control sobre el aparato electoral que como el lenguaje de un líder democrático. En lugar de fomentar un clima de respeto y participación democrática, estas acusaciones sin fundamento sólo sirven para polarizar aún más al país y perpetuar un ciclo de confrontación y desconfianza.
La comunidad internacional y los venezolanos mismos deben mirar con escepticismo estas acusaciones sin pruebas, y exigir un proceso electoral transparente y justo. La verdadera paz y estabilidad en Venezuela no se logrará mediante la demonización de la oposición, sino a través de un diálogo inclusivo y el respeto a las normas democráticas.