Américas Latina tiene las tasas de aeropuerto más caras del mundo

Si Darwin levantara la cabeza

Tasas de entrada a las Islas Galápagos, según el pasaporte, puede llegar a costar hasta cien dólares

Si vas, por ejemplo, a las islas Galápagos, en Ecuador, y eres extranjero, habrás de pagar una tasa de 100 ó 50 dólares, según cuál sea tu nacionalidad. Por si alguien tenía dudas, los españoles pagamos la más cara

En un mundo globalizado e hipercomunicado como el nuestro, hay una práctica habitual cuya implantación no consigo entender y que, además, me indigna bastante. Se trata de las diferencias de precio que se establecen en función de la nacionalidad del consumidor. Vuelos, hoteles y muchos otros servicios turísticos resultan más o menos caro según el color del pasaporte o la piel del viajero en cuestión.

La cosa parece más grave cuando quienes ejercen la discriminación son los propios gobiernos. Ocurre, por ejemplo, con la tasa de entrada establecida en monumentos, parques naturales y otros atractivos turísticos de algunos países. Una práctica especialmente extendida en Latinoamérica, Asia y África, aunque por supuesto hay excepciones.

En Argentina, sin ir más lejos, estas diferenciaciones están prohibidas por las leyes, también en la Unión Europea; mientras que en otros países del viejo continente es práctica habitual cobrar más al extranjero, como en los museos estatales rusos.

Podría tener cierta lógica si pensamos que en esos países los ciudadanos tienen, de media, menor poder adquisitivo que los visitantes. Pero claro, esta teoría se desmonta si es un ciudadano de Ruanda el que viaja a Argentina o, por el contrario, si es un islandés el que viaja a España.

Además, los turistas procedentes de países con menor renta per cápita suelen pertenecer a una élite tremendamente reducida y económicamente mucho más poderosa que los ciudadanos de sus destinos vacacionales.

Más aún, de acuerdo con esta premisa, si a los viajeros se les presupone la holgura y la medida beneficia la economía local, habría que implantarlo en todos los países, no sólo en los que están en vías de desarrollo. A la misma conclusión se llega si la intención es que los nacionales disfruten de su patrimonio más barato que nadie. ¿Por qué no se hace lo mismo en mi pueblo?
Se mire como se mire, me parece difícil encontrar una razón que justifique estas discriminaciones pecuniarias. Igual tiene algo que ver que -casualidades de la vida- siempre me encuentro en el grupo de los que pagan más.

Donde se me hace más cuesta arriba contener la indignación es en los monumentos o enclaves en los que nuestro país ayuda a financiar el cotarro, normalmente a través de la prolífica e hiperactiva Agencia Internacional de Cooperación Española para el Desarrollo, que es como Dios, está en todas partes. Aunque sólo sea porque se benefician de esos impuestos que tanto sudor nos cuesta pagar, digo yo que en esos lugares a los españoles nos podían hacer un descuentito.

Si vas, por ejemplo, a las islas Galápagos, en Ecuador, y eres extranjero, habrás de pagar una tasa de 100 ó 50 dólares, según cuál sea tu nacionalidad. Por si alguien tenía dudas, los españoles pagamos la más cara.

Se trata de un tributo de entrada al Parque Nacional, a las áreas protegidas. No importa que jures por tu vida que no saldrás de Baltra o San Cristóbal, te cobran sólo por pisar el aeropuerto. Si eres ecuatoriano, en cambio, la tasa es mucho más reducida, 6 dólares. Parecen olvidar que estas islas son lo que son gracias a un científico inglés, Charles Darwin, que elaboró aquí su teoría sobre la evolución de las especies.

Claro que las islas Galápagos, uno de los lugares más especiales del mundo, no son precisamente un ejemplo de trato igualitario. Hay turistas de primera, los que recorren las islas a bordo de lujosos cruceros con guías naturalistas de varias estrellas en los que la única lengua posible es el inglés, y viajeros a los que por hablar español -ecuatorianos incluidos- y tener menos posibles se nos trata como visitantes de segunda.

Aquí los bichos tienen muchos más privilegios que los humanos, cuya historia es sistemáticamente ignorada y tergiversada. Pero, lo más sangrante, los animales con derechos son sólo unos pocos.

Mientras tortugas, iguanas, piqueros o lobos marinos son aquí preservados con una normativa que en muchos casos llega a ser ridícula; asnos, gatos y cabras son eliminados a tiros desde helicópteros, o envenenados sin piedad por las autoridades en nombre de la preservación del ecosistema. Si Darwin levantara la cabeza, seguro que también se la volaban. Eso sí, después de haberle cobrado los 100 dólares. Tomado de la revista Expreso.

 

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Autor

Emilio González

Emilio González, profesor de economía española, europea y mundial en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Autónoma de Madrid.

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