Todos ellos son lugares reales, en donde viven ciudadanos fervientemente patrióticos

Los extraños países que no reconoce ningún mapamundi ni de lejos

Sus nombres puedan parecer fantasiosos -Atlantium, Christiania, y Elgalandia-Vargalandia-

Los extraños países que no reconoce ningún mapamundi ni de lejos
Los Sioux buscan reconocimiento para la República de Lakota desde el siglo XVIII BBC

Cuando vi por primera vez a Nick Middleton, estaba rodeado de globos terráqueos y atlas, mostrando los lugares más exóticos del planeta.

Estábamos en el sótano de Stanfords, la librería especializada en viajes más grande de Londres, que fue visitada por intrépidos exploradores, como Florence Nightingale, Ernest Shackleton y Ranulph Fiennes.

Pero Middleton estaba ahí para hablar sobre los países que no aparecen en la gran mayoría de los libros y mapas que allí se venden.

Los llama «los países que no existen» y, aunque sus nombres puedan parecer fantasiosos -Atlantium, Christiania, y Elgalandia-Vargalandia- todos ellos son lugares reales, en donde viven ciudadanos fervientemente patrióticos.

De hecho, seguramente tú mismo, sin saberlo, hayas visitado alguno de ellos.

El globo terráqueo, según parece, está lleno de pequeñas (y no tan pequeñas) regiones, que tienen las características de países reales: una población, un gobierno, una bandera y una moneda.

Algunos de ellos incluso pueden emitir pasaportes electrónicos.

Sin embargo, por diversas razones, no se les permite tener representantes en las Naciones Unidas, y son ignorados en la mayoría de los mapamundis.

¿Qué es un país?

Middleton, geógrafo en la Universidad de Oxford, trazó estas líneas ocultas en su nuevo libro, An Atlas of Countries that Don’t Exist («Un atlas de países que no existen»), publicado por Macmillan en 2015.

Hojeando sus páginas, uno siente como si se adentrara en un mundo paralelo, con una vibrante historia olvidada y una rica cultura.

Este mundo paralelo incluso tiene su propia liga internacional de fútbol.

La búsqueda de Middleton comenzó, muy apropiadamente, con Narnia.
Estaba leyendo «El León, la Bruja y el Ropero», de C.S. Lewis, a su hija de seis años y Lucy, la protagonista principal, acababa de atravesar las bolas de naftalina y los abrigos de piel hacia una tierra mágica.

Algo sobre la fantasía atrajo a Middleton. Como geógrafo, se dio cuenta de que no tienes que utilizar magia para visitar un país que «no existe» a los ojos de la mayoría de los demás Estados.

Sin embargo, no esperaba encontrar un mundo tan vasto.

«Cuando empecé a observarlos, me sorprendió cuántos hay», dice. «Podría haber escrito un libro tras otro».

El problema, dice, es que no tenemos un clara definición de lo que es un país, lo cual, «como geógrafo, sorprende bastante».

Algunos hablan de un tratado firmado en 1933, durante la Conferencia Internacional de Estados Americanos, en Montevideo, Uruguay.

La «Convención de Montevideo» establece que, para convertirse en un país, una región necesita tener las siguientes característicass: un territorio definido, una población permanente, un gobierno y «la capacidad para relacionarse con otros estados».

Aún así, muchos países que reúnen esos criterios no son miembros de las Naciones Unidas (comúnmente aceptadas como el «sello final» para que un país se convierta en Estado).

UNN, Naciones No Representadas

Para su lista, Middleton se centró en los países que cumplen la Convención de Montevideo, con un territorio fijo, una población y un gobierno, pero que no están representados en la Asamblea General, aunque muchos de ellos son, por el contrario, miembros de las Naciones Unidas No Representadas (UNN, por sus siglas en inglés), un organismo alternativo para luchar por sus derechos.
Algunos de estos nombres resultarán familiares a cualquiera que haya leído un periódico: territorios como Taiwán, el Tíbet, Groenlandia y el Chipre del Norte.

Otros son menos conocidos, pero no por ello menos importantes; Middleton habla de muchos ejemplos de poblaciones indígenas que pretenden reafirmar su soberanía.

Una de las historias más inquietantes, dice, es la de la República de Lakota, con una población de 100.000 habitantes.

Justo en el centro de los Estados Unidos (al Este de las Montañas Rocosas), esta república es un intento de la tribu sioux de Lakota de recuperar las sagradas Colinas Negras.

Su desesperada situación comenzó en el siglo XVIII. En 1868 firmaron, por fin, un trato con el gobierno estadounidense en el cual les prometían el derecho a vivir en las Colinas Negras.

Desgraciadamente, no tuvieron en cuenta la fiebre del oro, y el gobierno pronto se olvidó de este acuerdo, al tiempo que sus representantes se abalanzaban sobre la tierra sagrada.

El pueblo Lakota tuvo que esperar más de un siglo para obtener unas disculpas cuando, en 1998, un juez del Tribunal Supremo concluyó que «nunca hubo en nuestra historia ningún caso más grave de tratos deshonestos».

El Tribunal decidió compensar a los sioux con cerca de US$600 millones, pero rechazaron el dinero.

«Ellos dicen que aceptar el dinero habría sido como estar de acuerdo con el crimen», explica Middleton.

En 2007, una delegación marchó por Washington para declarar su separación formal de los Estados Unidos, y organizaron una batalla legal para lograr su independencia.

Barotselandia, Ogonilandia y más

Batallas similares se están librando en todos los continentes.

Está Barotselandia, un reino africano con una población de 3 millones y medio de habitantes, que presentó un caso para separarse de Zambia; y Ogonilandia, que está intentando retirarse de Nigeria; ambos declarados independientes en 2012.

En Australia, por otro lado, la República de Murrawarri se creó en 2013, después de que la tribu indígena escribiera una carta a la reina Isabel II, pidiéndole que aprobara su legitimidad para gobernar la tierra.

Los Murrawarri le dieron 30 días para responder y, ante su rotundo silencio, reafirmaron formalmente su petición para gobernar su antigua patria.

No todos los países incluidos en el libro de Middleton tienen raíces históricas tan profundas; a menudo, son creados por individuos bastante excéntricos que quieren establecer un estado nuevo y más justo.

Middleton habla de Hutt River, en Australia, un pequeño «principado» establecido por una familia de agricultores que querían escapar a las estrictas cuotas de grano del gobierno; desarrollaron sus propios títulos reales, su moneda y su servicio postal.

«Tienen un sello de negocio próspero», dice Middleton (aunque, en un principio, las cartas tenían que ser enviadas en avión, a través de Canadá).

Después de décadas de lucha, el gobierno se rindió y la familia no tuvo que pagar más tasas en Australia.

La democracia de Christiania

En Europa puedes encontrar Forvik, una pequeña isla del archipiélago de las Shetland, fundada por un inglés, con el objetivo de promocionar la transparencia gubernamental.
También Sealand, en la costa británica y Christiania, en el corazón de Copenhague.

Este último país fue formado por un grupo de ocupas ilegales, que vivían en un antiguo cuartel del Ejército en 1971.

El 26 de septiembre de ese año lo declararon independiente, con su propia «democracia directa», según la cual cada uno de los habitantes (que ahora son 850) puede votar sobre cualquier asunto importante.

Hasta ahora, el gobierno danés ha hecho la vista gorda a sus actividades; fumar cannabis, por ejemplo, es legal en Christiania, pero está prohibido por ley en el resto de de Dinamarca (aunque los habitantes de Christiania sí prohibieron las drogas más duras).

La Tierra: ¿una pizza gigante?

A pesar de estos ejemplos más excéntricos, Middelton dice que no trataría de crear un país él mismo.

«Después de haber investigado tantas historias de anhelo y opresión, no creo que fuera apropiado tomar el asunto tan a la ligera», dice.

«Para algunas personas es una cuestión de vida o muerte».

A pesar de sus esfuerzos, sospecha que sólo unos pocos lograrán ganar, en algún momento, un reconocimiento mayor.

«Si tuviera que decidirme por alguno, sería Groenlandia», dice. La autónoma región de Dinamarca que ya tiene su propio gobierno, lo cual suele considerarse como el primer paso para un reconocimiento formal.

Pero, dadas las dificultades a la hora de, incluso, definir lo que es un país, ¿necesitamos, tal vez, reflexionar sobre el concepto de Nación-Estado en su conjunto?

Cita a la Antártida, un continente compartido pacíficamente por la comunidad internacional, como una señal de que no debemos, necesariamente, dividir la tierra como si se tratara de una pizza gigante.
Países que rompen el concepto de país

Quizás esto es sólo el principio. Las últimas páginas del Atlas de Middleton contienen dos ejemplos radicales que cuestionan todos los significados que le otorgamos a la palabra «país».

Pensemos en Atlantium. Su capital, Concordia, pertenece a una remota provincia rural de Australia; está ocupada por más canguros que personas.

Pero eso son sólo sus «oficinas administrativas».

Atlantium es «no territorial», lo cual significa que cualquier persona, de cualquier parte, puede convertirse en ciudadanos.

Tal y como proclama su página web: «en una época en la que la gente cada vez está más unida por intereses comunes y propósitos a través de -más que dentro de- las fronteras naciones tradicionales, Atlantium ofrece una alternativa a la práctica histórica discriminatoria de asignar nacionalidades a individuos en base a su ‘cuna de nacimiento’ o circunstancias».

Luego están Ergalandia-Vargalandia, que fueron establecidos por dos artistas suecos que pretenden reunir todas las áreas «No Ocupadas por el Hombre» alrededordel mundo, incluido el terreno que establece las fronteras entre naciones y cualquier pedacito de mar que esté fuera de las aguas territoriales de otro país.

Siempre que hayas viajado al extranjero, habrás pasado por Ergalandia-Vargalandia.

De hecho, de entre todos los países que Middleton analizó, este es el más cercano a su punto de partida, Narnia, ya que los artistas aseguran que, cada vez que nos adentramos en un sueño o dejamos vagar nuestra mente, también habremos cruzado una frontera y, temporalmente, viajado hasta Ergalandia-Vargalandia.

Atlantium y Ergalandia-Vargalandia quizás sean demasiado extravagantes para que la mayoría de la gente las tome en serio.

Middleton las admira más como un intento de provocar un debate más amplio sobre relaciones internacionales.

«Todos ellos alcanzan la posibilidad de que los países, tal y como los conocemos, no sean sólo la única base legítima para organizar el planeta», escribió en su libro.

Una cosa es segura: el mundo está cambiando constantemente.

«Nadie de mi edad pensaba que la Unión Soviética se iba a desintegrar en pedazos; puede haber grandes cambios inesperados», dice.

Siempre están naciendo nuevos países, mientras los más antiguos se desvanecen.

En un futuro lejano, incluso el territorio que ya conocemos podría convertirse en un país que no existe.

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