"El problema es que hay mucha gente que aún alaba a Franco, cosa que, para un extranjero como yo, parece inconcebible sabiendo su escala de represión, el coqueteo con Hitler o su corrupción"
El hispanista Paul Preston, que ha pasado su vida investigando la historia contemporánea española, acaba de reeditar su canónica biografía Franco. Caudillo de España, en vísperas del 40 aniversario de la muerte del dictador, un libro revisado y ampliado con la relación con Hitler o con la corrupción.
«Franco utilizaba la corrupción para controlar a sus allegados y colaboradores; era una especie de mezcla entre premio y chantaje porque les dejaba hacer cosas y luego les amenazaba con acusarles de ilegalidades»,
explica Paul Preston (Liverpool, Reino Unido, 1946) en una entrevista con Efe.
Publicada por Destino, en la biografía de Preston, de más de mil páginas y considerada la definitiva sobre Franco, el historiador reconoce que desde la segunda edición del libro, en 2002, el tema de la corrupción ha avanzado bastante gracias a los artículos del periodista Javier Otero y al libro de Ángel Viñas «La cara oculta del Caudillo».
«Ese tema lo sabíamos ya, pero choca ahora saber la avaricia desmedida que tuvo. Por ejemplo, había una colecta que se hacía por el esfuerzo bélico, y en ella ya había una comisión para Franco; él al final de la guerra era un hombre rico»,
subraya.
Franco no inventó la corrupción
Preston, autor también de las biografías del rey Juan Carlos o Santiago Carrillo, dice que con Franco no se inventó la corrupción, que en España ya estaba antes con el Lazarillo, la picaresca o la corrupción de la clase política en el siglo XIX.
«Pero sí es verdad que se crearon unos hábitos que se incrementaron con Franco. Para resumir diría que, en tiempos de Franco, la idea del servicio público no era para el beneficio público, sino para el privado, y esos hábitos en mucha gente en los primeros años de la Transición fueron difíciles de cambiar».
El autor de títulos como «La Guerra Civil española», «El holocausto español» o «El final de la guerra», ha añadido a esta tercera edición del libro, que vio la luz por primera vez en 1994, un apéndice dedicado al antisemitismo de Franco y su relación con los judíos.
«En los últimos años -aclara el historiador- también han salido muchas cosas a este respecto y algunas dicen que Franco salvó a muchos judíos, cuando el esfuerzo por salvar judíos vino de los sentimientos humanitarios de diferentes cónsules de los países del este de Europa».
El antisemitismo de Franco
«Franco era antisemita y podía haber salvado muchas más vidas -continúa-, porque los alemanes dieron la posibilidad al régimen de recoger refugiados judíos, pero éste puso muchas trabas administrativas. Solo aceptaban un cierto número y, hasta que no se iban los del primer lote, no aceptaban otro, y no era para quedarse, solo tenían el derecho de pasar para ir a EE.UU. o Gran Bretaña; al final se hartaron del ofrecimiento de los alemanes y lo dejaron. Claro que podía haber hecho mucho más», recalca.
«Pero hay que decir también -sostiene el autor- que después de la caída de Mussolini en el año 43, cuando se vislumbraba la posibilidad de que Hitler perdiera la guerra, Franco suavizó su relación con los judíos por su propio interés, ya que él creía en eso del contubernio judeomasónico y pensaba que eran los judíos los que iban a mandar en el mundo».
Preston, poseedor de la Orden del Mérito Civil, desde 1986, y de la Gran Cruz de Isabel la Católica, desde 2007, también echa por tierra muchos mitos sobre el Caudillo, como el de que él por sí solo consiguió mantener a España fuera de la Segunda Guerra Mundial o que fue el cerebro que engendró el milagro económico.
«El problema es que esas ideas cuajaron en la sociedad porque hubo un lavado de cerebro en el país, y, luego, en la Transición, precisamente por ser una democracia, no hubo contralavado de cerebro, porque, como es lógico, convivían todas las ideas»,
apunta.
«Era posible seguir siendo franquista -recalca-, mientras que en Alemania, Italia o Japón, precisamente porque los fascismos en esos países habían sido derrotados por fuerzas exteriores, no era posible. Hoy, en Alemania o en Austria, no se puede hablar de Hitler como en España se puede seguir hablando de Franco, y ese es el primer problema. Hay gente que cree Franco hizo maravillas, que era patriota y todo eso», afirma Preston.
«Como decía Madariaga, la gran preocupación del general De Gaulle era Francia, pero la gran preocupación de Franco no era España, sino Franco», argumenta.
«El problema es que hay mucha gente que aún alaba a Franco, cosa que, para un extranjero como yo, parece inconcebible sabiendo su escala de represión, el coqueteo con Hitler o su corrupción. Cuando Hitler muere en 1945, enseguida en Alemania hay un proceso de desnazificación, eso no ha pasado en España»,
matiza.
El gran enigma de Franco
Y ante la pregunta de quién era Franco, el hispanista contesta que ese es «el gran enigma». «Franco era una nulidad que vivía detrás de una serie de máscaras y en cada momento cogía la más apropiada».
«De joven, en el ejercito de África, creó la imagen del héroe del Riff -explica Preston-; luego, en la guerra civil, creó la máscara del Cid del siglo XX; después de la guerra, quiso ser un Felipe II moderno y, cuando esa posibilidad desapareció con la derrota del Eje, pasó a ser la máscara del Capitán de Numancia, porque inventó la idea de que había un asedio internacional de España en la segunda mitad de los años 40».
«Y cuando estableció buenas relaciones con EE.UU. pudo ir creando la máscara del padre de su pueblo y, finalmente, la del abuelo de su pueblo»,
concluye este miembro de la Academia británica y de la Academia Europea de Yuste para decir que, si Franco fuera un personaje de ficción, en su opinión sería «el mago de Oz», «un hombre misterioso, vulnerable, que vivía dentro de su caparazón».