A principios del siglo XIX, los asesinos en Londres a veces trataban de matarse antes de que los colgaran. Si no podían, les pedían a sus amigos que los tiraran de las piernas después de que los colgaran. Querían asegurarse de que iban a morir.
Preferían morir de una vez por todas, para no correr el riesgo de despertarse en la mesa de disección.
Sabían que sus cuerpos serían entregados a los científicos para estudios anatómicos.
No querían sobrevivir la pena de ser colgados y recuperar la consciencia mientras los estaban diseccionando.
Si George Foster, ejecutado en 1803, se hubiera despertado en la mesa del laboratorio, habría sido en circunstancias particularmente indignas.
Frente a un público embelesado y algo horrorizado en Londres, un científico italiano con talento para el espectáculo le estaba insertando un electrodo en el recto.
Parte de la audiencia pensó que Foster se estaba despertando.
La sonda cargada de electricidad hacía que su cuerpo sin vida se retrajera y que su puño se contrajera.
La criatura del doctor Frankenstein estaba por nacer.
Cuando le ponían los electrodos en la cara, su boca hacía muecas y que uno de sus ojos se abría.
El shock fue demasiado para uno de los presentes, quien cayó muerto.
El muerto que se mueve
El científico le había asegurado a la audiencia que no intentaba revivir a Foster pero, les advirtió, estas técnicas eran nuevas y no habían sido probadas muchas veces.
¿Quién sabe que puede pasar?, les había dicho.
La policía, por su parte, estaba presente en caso de que hubiera la necesidad de colgar a Foster una vez más.
El cuerpo de Foster estaba siendo galvanizado, una palabra acuñada por Luigi Galvani, el tío del científico italiano.
En la Italia de los 1780, Galvani había descubierto que tocar las piernas de una rana muerta con dos tipos distintos de metal hacía que éstas se movieran.
Contracción de las patas de una rana en una descripción del experimento de Galvani.
Pensó que había descubierto «la electricidad animal», y lo que estaba haciendo su sobrino era continuar el desarrollo de sus investigaciones.
Por un tiempo, el galvanismo fascinó a la gente e inspiró a Mary Shelley a escribir la historia de Frankenstein.
Correctamente errado
Galvani estaba equivocado. No hay electricidad animal. No se puede revivir los cuerpos de asesinos ejecutados y el monstruo de Victor Frankestein sigue siendo una criatura del reino de la ficción.
Pero Galvani estaba equivocado de una manera muy útil, pues le mostró sus experimentos a su amigo y colega Alessandro Volta, quien tenía una intuición más acertada de lo que estaba ocurriendo.
Lo importante, notó Volta, no era que la carne de la rana era de origen animal; lo relevante era que contenía fluidos que conducían electricidad, permitiendo que la carga pasara entre los diferentes tipos de metal.
Cuando los dos metales se conectaban -el bisturí de Galvani tocaba el gancho del que colgaban las patas de la rana- el circuito se completaba, y una reacción química causaba que los electrones fluyeran.
Volta experimentó con diferentes combinaciones de metal y distintos sustitutos de las patas de rana.
Volta no necesitó de ranas: su invento era una torre de metal.
En 1800, mostró que se podía generar una corriente constante y estable apilando láminas de zinc, cobre y cartón mojado con agua con sal.
Volta había inventado la pila.
Conde Volta
Como su amigo Galvani, Volta nos dio una palabra: voltio.
Nos dio además un invento que quizás estés utilizando en este momento, si estás usando un aparato portátil. No sería portátil sin una pila.
Imagínate un mundo sin pilas: los autos funcionaría a manivela, tu control remoto necesitaría cables…
Aunque Volta se ganó la admiración de muchos -Napoleón le dio el título de conde-, al principio su invento no era muy práctico.
Los metales se corroían, el agua salada se regaba; la corriente no duraba mucho y no se podía recargar.
No fue sino hasta 1859 que tuvimos la primera pila recargable, hecha de plomo, dióxido de plomo y ácido sulfúrico.
Era voluminosa, pesada y el ácido se escapaba si se caía. Pero era útil y su diseño básico es el que aún tienen las baterías que usamos para prender los autos.
Llegó la que conocemos… ¿o no has visto de éstas?
Las primeras pilas «secas», las que nos son familiares, llegaron en 1886 y el siguiente gran avance tomó todo un siglo y tuvo lugar en Japón.
Desde el ladrillo
En 1985, Akira Yoshino patentó la batería de ion de litio, que más tarde comercializó Sony.
Los investigadores habían estado tratando de hacer una pila de litio pues es un metal muy liviano y altamente reactivo: las pilas de ion de litio pueden almacenar grandes cantidades de energía en un espacio pequeño.
Desafortunadamente, el litio también tiene una alarmante tendencia a explotar cuando se expone al agua o el aire, así que se requirió de mucha astucia con la química para lograr que fuera aceptablemente estable.
Sin las baterías de ion de litio, los celulares probablemente no habrían tenido tanto éxito tan rápido.
El ladrillo… y no nos cupo la antena completa.
Piensa en la que era la tecnología de punta cuando Yoshino solicitó su patente: Motorola acababa de lanzar el primer teléfono móvil del mundo: el DynaTAC 8000x.
Pesaba casi un kilo y los primeros en usarlos lo apodaron «el ladrillo». Te daba un tiempo de conversación de 30 minutos.
¿Y la nueva y mejorada?
La tecnología de las baterías de ion de litio ciertamente ha mejorado: los portátiles de los años 90 eran grandes y se descargaban rápidamente; los de hoy en día son estilizados y ultraportátiles que funcionan sin problema durante horas.
Mejorada pero no tanto como los otros componentes.
Sin embargo, las pilas ha mejorado a un ritmo mucho más lento que los demás componentes de los laptops, como la memoria y el poder de procesamiento.
¿Dónde está la batería liviana y barata que se recarga en segundos y nunca se deteriora con el uso?
Todavía la estamos esperando.
Otro gran avance podría estar a la vuelta de la esquina. O quizás no: la historia nos aconseja paciencia pues los inventos revolucionarios no se han dado muy a menudo.
En cualquier caso, en las próximas décadas, el desarrollo verdaderamente revolucionario podría no depender de la tecnología misma sino de su uso.
Más que agradecerle a Volta
Estamos acostumbrados a pensar que las baterías o las pilas son objetos que nos permiten desconectarnos de la red eléctrica. Es probable que pronto las consideremos como lo que hace que esa red funcione mejor.
¿Una nueva era para el invento de Volta en cualquiera de sus formas?
Gradualmente, el costo de la energía renovable está bajando. Pero sigue habiendo un problema: esas fuentes no generan energía todo el tiempo.
Incluso en climas idóneos, el Sol no brilla todo el tiempo ni el viento sopla sin cesar. Se necesita carbón o gas o energía nuclear para mantener al mundo funcionando y si seguimos construyendo esas plantas, ¿por qué no usarlas todo el tiempo?
Hay alternativas: encontrar mejores maneras de almacenar energía y las baterías podrían ser la solución.
No siempre brilla el Sol ni sopla el viento.
Ya hay compañías que las ofrecen para hogares y oficinas: si tienen paneles solares en el techo, una batería puede almacenar el exceso de energía en el día para usarlo de noche.
El que deje de ser una alternativa y se convierta en algo común depende de que los reguladores alienten a la industria a que vaya en esa dirección y de la rapidez con que se reduzca el costo de esas baterías.
Aún estamos muy lejos de un mundo en el que las redes de electricidad y de transporte puedan operar completamente con energía renovable y baterías.
Pero es un objetivo que se está volviendo concebible y, en la carrera para limitar el cambio climático, el mundo necesita algo que lo galvanice.
El mayor impacto del invento del conde Alessandro Volta quizás esté por venir.