LOS CAPOS DEL NARCO

Iván Urdinola Grajales, alias ‘El Enano’, el enemigo de Escobar que apostó por la amapola y se convirtió en «el rey de la heroína»

Iván Urdinola Grajales, alias 'El Enano', el enemigo de Escobar que apostó por la amapola y se convirtió en "el rey de la heroína"

Una mañana de septiembre de 1994 una pelea en la cárcel Modelo, de Bogotá, traspasó los muros y llegó a ser noticia nacional (Fotos: Narcos descubren a un militar encubierto y lo ejecutan sin piedad).

Jhon Jairo Velásquez Vásquez, alias Popeye, uno de los principales sicarios del ya extinto Pablo Escobar, se enfrentaba por una deuda del pasado con quien fue uno de los enemigos de su jefe, Iván Urdinola Grajales, alias el Enano, uno de los fundadores del cartel del Norte del Valle (Víctima de los narcos: Matan a sus padres, la violan y la obligan a llevar los cadáveres en el maletero del carro).

Popeye inició la disputa por el reclamo del pago de una cuota para la alimentación diaria del pabellón de alta seguridad en el que estaban recluidos.

Y el ‘Enano’ -como subraya Infobae este 28 de abril de 2019- le exigió el pago de un préstamo que había hecho al sicario antes de que ambos fueran encarcelados. El incidente -relatado por El Tiempo- no pasó a mayores, no hubo golpes ni volvió a repetirse. Quizás sea un reflejo de una de las caras de Urdinola, el tipo que siempre trataba de apaciguar los ánimos y evitar peleas.

Así lo describió William Rodríguez Abadía, hijo de Miguel Rodríguez Orejuela, uno de los líderes del Cartel de Cali, en su libro Yo soy el hijo del Cartel de Cali.

Y es que Urdinola no salió de los barrios populares como otros narcotraficantes. Nació el 1 de diciembre de 1960 en una familia acomodada de El Dovio, en el departamento del Valle del Cauca. Aunque tuvo la oportunidad de formarse en una universidad, a temprana edad desistió de esa aspiración para dedicarse a conseguir plata.

Con 20 años instaló un frigorífico en el aledaño municipio de Cartago, que se convirtió en un monopolio de la región en la distribución de carnes, expandiendo sus sedes a otras ciudades del departamento como Cali y Buenaventura.

El negocio le permitía vivir cómodamente. Pero entonces conoció a los hermanos Rodríguez Orejuela, y quedó descrestado con su poder, así que quiso ir por más.

Se inició en el narcotráfico siendo un subalterno de los líderes del Cartel de Cali, pero cuando aprendió los pormenores del negocio los dejó para montar su propia red de aeropuertos y aviones para el tráfico,

y consiguió colaboradores externos. Solo que a diferencia de los carteles de ese momento, enriquecidos con la coca, decidió apostarle a una mata que no había sido explotada en el país: la amapola.

La bella flor roja es la materia prima para la elaboración de la heroína, un poderoso opioide semisintético que se empezaba a consumir en los Estados Unidos.

Primero, se asoció con sus antiguos jefes, los Rodríguez Orejuela, pero se topó con un pequeño problema, las guerrillas de las FARC y el ELN, que controlaban los cultivos de la amapola al sur del país y, por tanto, su mercado. Urdinola siempre había sido anticomunista, así que no dudo en combatirlos.

Ahí salió el otro lado de la cara del narco. De apacible y generoso con las comunidades, a implacable con los enemigos. Fue él quien protagonizó varias masacres contra campesinos del Valle del Cauca señalados de colaborar con la guerrilla, entre ellos ordenó el asesinato del sacerdote Tiberio de Jesús Fernández.

Una vez se enteró de un complot de 35 de sus guardaespaldas para robarle un cargamento de heroína. Antes de que lo hicieran los condenó al paredón.

Los asesinó uno a uno y arrojó sus cuerpos al río Cauca con la intención de que aparecieran aguas abajo, como una muestra de lo que era capaz de hacer a quien lo traicionara, una intimidación a la comunidad.

De esta forma, poco a poco se apropió de la comercialización y distribución en el exterior de la heroína. Hasta que decidió formar su propio cartel, el del Norte del Valle, con su cuñado, Orlando Henao Montoya, alias el ‘Hombre del overol’, hermano de su esposa Lorena.

A medida de que su fortuna iba creciendo, invirtió en cuanto negocio legal pudo: restaurantes, hoteles, bancos, líneas aéreas, sacó de la bancarrota a muchas industrias a través de testaferros. Pronto, también, quedó a la luz pública de los medios de comunicación cuando la Dijín de la Policía lo señaló como el «rey de la amapola» en Colombia.

En informe afirmaba que compraba el opio a campesinos de Cauca, Huila y Tolima, donde fomentó su cultivo; conoció en su momento la revista Semana.

A él le adjudican haber llenado el país de esa flor, e introducir a Colombia en el negocio de la heroína. El informe conocido por la revista nacional da cuenta de grandes propiedades donde se desarrollaba el negocio, con pistas aéreas clandestinas, antenas parabólicas para comunicación privada y grandes viviendas lujosas.

«Es un hombre con ambiciones. Que lo que se propone lo logra. Y su objetivo era convertirse en el rey de la amapola», dijo a Semana un hombre que trabajó para él.

Las autoridades, y el país, ya conocían ampliamente las verdaderas actividades de Urdinola. Pero él creía que no había suficientes pruebas en su contra.

Así que cuando, en abril de 1992, fue acorralado por cientos de agentes de la Policía, el Ejército y la Fiscalía en un megaoperativo con helicópteros en su finca La Porcelana, situada en Zarzal, Valle del Cauca, no opuso resistencia ni inició un enfrentamiento.

Abrió la puerta en pijamas y pantuflas y le preguntó al comandante que lideró la operación las razones de su visita. Y pidió unos minutos para bañarse, cambiarse y despedirse de su esposa e hijos. En la finca solo había dos hombres de su confianza, no encontraron armamento, dinero, túneles de escape, ni nada más. Así lo relataron las noticias de entonces.

Tal como pensó, no sería extraditado porque en ese momento no estaba vigente el tratado con Estados Unidos. Fue sentenciado a 17 años de prisión, pero por beneficios procesales por estudio y trabajo la pena se redujo a cuatro años.

Equipó la cárcel a su antojo, para compensar sus necesidades, era visitado regularmente por su familia, pero no salió vivo de ahí.

Años después fue otra vez condenado, esta vez a 12 años en prisión, por una masacre cometida en Trujillo que cobró la vida de centenares de personas, convirtiéndose en uno de los episodios más sanguinarios de la guerra en Colombia.

Fue trasladado a la cárcel de Itaguí, en Antioquia. Un día de febrero de 2002, Urdinola, de entonces 41 años, no se presentó al conteo habitual de reclusos. Los guardias lo encontraron tirado en su celda con espuma blanca en su boca y convulsionando.

Murió en el centro asistencial a donde fue trasladado, por un infarto producto de una supuesta intoxicación que sigue siendo un misterio.

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