Según datos publicados por el Banco Mundial, en su página institucional, los países del África subsahariana lideran en el mundo el uso de cuentas de dinero móvil o billetera virtual.
Para poner bajo la lupa, esta región comprende geográficamente naciones que no limitan con el mar mediterráneo, y de un total de cuarenta y nueve países, treinta y cinco necesitaron ayuda humanitaria en los últimos años.
En esta misma región encontramos, además, a los diez países con mayor índice de pobreza del planeta. El dato puede sorprender, pero se da en un contexto de permanente evolución en lo que se denomina inclusión financiera.
En China se estima que en los últimos tres años la proporción de personas que usó un teléfono móvil para hacer compras o pagos desde su cuenta bancaria se ha duplicado.
Incluso, en la India se han implementado programas tendientes a luchar contra la brecha de género utilizando identificación biométrica para ayudar a las personas a abrir cuentas bancarias.
Por su parte, América Latina, no lidera en términos de cuentas activas con uso de dinero móvil, pero tiene una tendencia alcista y registra una de las tasas más altas en el mundo en términos de actividad -uso- para este tipo de cuentas.
Dichas estadísticas y sus indicadores a nivel global tienen una importancia estratégica para alcanzar los objetivos de desarrollo de todo el planeta. En momentos que el mundo de los negocios navega en proyectos de estrategia para la digitalización de sus procesos, como un resultado esperado de la llamada revolución tecnológica y que necesariamente va de la mano de una revolución financiera; el dinero móvil es una prueba de ello.
Esta modalidad transaccional, por su alcance y nivel de acceso masivo permite dar alternativas a las personas más pobres y excluidas del sistema financiero. Con lo cual podemos hablar de un claro camino hacia la inclusión financiera.
Pero ¿de qué hablamos cuando decimos inclusión financiera? Por explicarlo de un modo bastante simple. Dicha inclusión implica el uso y el acceso de las personas a los servicios y productos financieros disponibles en todo el mundo. Este acceso por supuesto debe ser de calidad, contemplando los derechos de protección al consumidor y deben tener regularidad.
Según la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) la inclusión financiera es una política de inserción productiva. Debemos tener en cuenta que la CEPAL es una de las cinco comisiones regionales de las Naciones Unidas, en este caso con sede en Chile, y tiene como objetivo contribuir al desarrollo económico de toda América Latina.
Esta política de inserción productiva puede ser entendida no sólo con un enfoque en el acceso a productos y servicios financieros formales para quienes habitualmente se encuentran fuera del sistema, sino que además potencia el uso del sistema para las unidades financieras menores como lo son las pequeñas y medianas empresas.
La ausencia de políticas de estado para la inclusión financiera atenta contra estos objetivos globales y disminuyen las posibilidades de acceso. En algunos países se pueden presentar factores culturales que sumado a la falta de incentivos estatales muestran un escenario difícil de superar. Pero los resultados a la vista, como el crecimiento exponencial en regiones con poco desarrollo financiero formal, indican una necesidad real y concreta de la población.
La inclusión financiera es fundamental, no sólo por el acceso mencionado a la oferta formal de servicios y productos. Sino que además aporta estabilidad, un mayor crecimiento económico y una mejora en la calidad de vida impulsada por una potencial reducción de la pobreza; incluso de las desigualdades existentes. Escenarios que son posibles y motivados por la oportunidad de generar empleo productivo y formal mediante la facilitación de intercambio de bienes y servicios.
Este potencial de crecimiento económico transita el mismo sendero de la inclusión financiera. Según datos del mismo Banco Mundial actualmente hay más de mil millones de personas con acceso a telefonía celular, y que aún no han utilizado servicios relacionados al dinero móvil, con lo cual el potencial es enorme.
En un mundo tan dispar, la revolución tecnológica debe impulsar una evolución financiera que haga del mundo un lugar con mayor accesibilidad para todos, sea en el lugar del planeta que se encuentren
Es claro que hay algunas corrientes de pensamiento que sostienen, desde hace ya un tiempo, que la globalización se encuentra en un periodo de ralentización, o incluso camino a la desaparición. Si esto ocurriera, las economías del mundo, las inversiones, los inversores -desde el mayor grupo empresario hasta el más pequeño emprendedor- que necesitan de manera vital el acceso a herramientas financieras deberán para subsistir, verse obligado a replantear sus objetivos e incluso la existencia como tal.
Por ello, sea real o no este camino que algunos señalan, los incentivos que sostengan la inclusión financiera se tornan cruciales en este momento para contribuir al desarrollo. Ya que es innegable que, en un mundo desigual, el acceso a las mismas herramientas y el poder contar con una actividad que moviliza tanto la macro como las microfinanzas, indudablemente dinamizan las economías.
El desarrollo financiero de la economía de un país resultará clave para todos los sectores, pero claramente debe ir de la mano de procesos de educación financiera en todos los niveles. El acceso a los productos financieros por sí solos no son suficientes.
Para que el desarrollo sea sostenible en el tiempo y los efectos se derramen en toda la sociedad debe estar acompañado con programas de regulación y estrategias de expansión que tengan como objetivo ampliar las habilidades y conocimientos de la población en general. Impulsando de este modo uno de los requisitos para que hablemos de una verdadera inclusión financiera, y que es la calidad en el acceso y en el uso de la mayor gama de productos financieros posible.