El hijo varón del secuestrador, entrevistó como periodista aficionado a la madre de una de las niuñas secuestradas
Sus familiares aseguran que era «amable«. Sus vecinos que era «un tipo normal». Pero poco más se conoce de Ariel Castro, el propietario de la casa de Cleveland (Ohio) en la que la policía afirma que permanecieron cautivas, durante 10 años, las jóvenes Amanda Berry, Gina DeJesus, y Michele Knight, y que este lunes fueron encontradas sanas y salvas.
LOS HERMANOS SECUESTRADORES
Los tres hermanos hispanos que han sido ya detenidos como autores, cómplices y encubridores del secuestro de Amanda Berry, Gina DeJesus y Michelle Knight, tienen 50, 52 y 54 años.
Castro, de origen portorriqueño, es un antiguo conductor de autobuses escolares de Cleveland. Su tío, Julio Castro, asegura que su sobrino era bajista en varias bandas y que solía tocar en un club que perteneció al tío de DeJesus.
En su perfil de Facebook, Castro señala que formaba parte del Grupo Fuego, «una banda de merengue y música tropical«, si bien sus componentes se han apresurado a puntualizar que aquél sólo tocó con ellos en dos ocasiones en 2008.
Ariel es el único de los tres hermanos detenidos que residía en la casa donde hallaron a las jóvenes.
Los vecinos describen a Castro como un hombre «carismático» al que le gustaba bromear con los chicos del barrio, llevándoles en su bicicleta.
Charles Ramsey, el hombre que ayudó a huir de la casa a Berry, asegura que era «un tipo normal, una buena persona».
Ramsey aseguró a los medios de comunicación el lunes por la tarde que a menudo había celebrado barbacoas con Castro en su residencia y que nunca sospechó que pudiera tener encerradas a tres personas.
«Salía de su casa, jugaba con los perros, se ocupaba por mantener a punto sus coches y su moto y volvía a entrar. Nada raro».
COSTUMBRES AHORA EXTRAÑAS
Como escribe Eva Saiz en ‘El Pais’, tras descubrirse que la vivienda de su vecino servía de cárcel a tres adolescentes, algunos de sus vecinos comienzan a percatarse de ciertas costumbres de Castro que, antes, les habían pasado desapercibidas.
Jannette Gómez ha asegurado a la prensa local que aquél solía aparcar su motocicleta y su camioneta roja en la parte trasera de la casa, cerraba la valla y entraba por la puerta de atrás, casi nunca por la principal.
«A veces encendía la luz del porche, pero la casa siempre estaba a oscuras. Las persianas siempre estaban cerradas y al menos una de las ventanas estaba tapada con un panel».
Castro no era un desconocido para la policía. En 1993, fue acusado de violencia doméstica, pero el juez decidió no procesarlo. El alcalde de Cleveland, Frank Jackson, ha señalado este martes en rueda de prensa que los agentes contactaron con Castro en dos ocasiones, ninguna relacionada con el secuestro de las tres jóvenes y ninguna directamente en su vivienda de la Avenida Seymour.
La primera, en 2000, fue a requerimiento del propio Castro, que llamó a la policía para denunciar una pelea en el vecindario. La segunda, en 2004, para preguntarle por un incidente en el autobús escolar que conducía en el que, al parecer, dejó olvidado a un niño. Los agentes llamaron a la puerta pero nadie contestó.
La policía no ha facilitado imágenes o datos sobre los tres detenidos, aunque ya ha transcendido la fotografía del perfil de Facebook de Ariel Castro. Su última entrada es del 2 de mayo: «Los milagros existen. Dios es bueno», se lee en su muro.
Respecto de sus otros dos hermanos, su tío ha indicado a la cadena de televisión CNN que los conocía bien.
«Les gustaba beber mucho, pero no sé si seguían haciéndolo ahora. Pero Ariel nunca fue un gran bebedor».
EL HIJO REPORTERO SIN OLFATO
Escribe Alfonso Rojo este 8 de mayo de 2013 en ‘ABC‘ que de todos los detalles, el que más le ha desconcertado es el del hijo.
No el que tuvo Amanda Marie Berry durante sus diez años de secuestro y con el que apareció en brazos, cuando un vecino alertado por sus gritos derribó la puerta de la casa, sino el del facineroso que fue su verdugo y carcelero desde el anochecer del 21 de abril de 2003 en que la muchacha desapareció tras finalizar su turno en el Burger King.
Ariel Castro, el conductor de autobús que un año antes había secuestrado a Michelle Knigh y un año después haría lo mismo con la todavía adolescente Gina DeJesús, tenía en aquella época un hijo varón de 24 años que estudiaba periodismo.
Y ese chaval, que ahora firma como Anthony, colaboraba en uno de esos entusiastas periódicos comunitarios que tanto abundan en EEUU, decidió hacer un reportaje.
No sobre el tráfico en los suburbios o los torneos femeninos de fútbol, sino sobre lo que tenía conmocionado al vecindario mayoritariamente hispano de la zona: la misteriosa desaparición de varias chicas.
El artículo, publicado en junio de 2004 en el mensual ‘Cleveland Plain Press’ comenzaba explicando que desde hacía exactamente dos meses, cuando se había visto por última vez a la pequeña Gina caminando hacia su casa, las familias vivían con el alma en vilo, como relataba emocionada Nancy Ruiz.
Nancy es la madre de Gina y lo último que podía imaginar es que su entrevistador era hijo del malvado que tenía secuestrada a su hija a escasos metros de distancia.
Cuando ayer le preguntaron, Anthony sólo acertó a musitar que se sentía abrumado y que nunca pudo imaginar que su padre, con la complicidad de sus dos tíos, tuviera cautivas a tres chicas.
La Policía, que todavía no tiene claro qué conjura permitió a los tres perversos hermanos mantener durante un década ocultas sus fechorías, ni cómo nadie se dio cuenta de lo que ocurría en el hogar de los Castro, parece convencida de que Anthony tampoco supo nunca nada.
Alfonso Rojo concluye su columna así:
«Vale, pero estarán de acuerdo conmigo en que al joven no le llamó Dios por el camino del periodismo. Le falta olfato».