El juicio contra Oskar Gröning, el alemán de 93 años más conocido por su sobrenombre: el «Contable de Auschwitz», ha dado desgraciadamente mucho de sí, y en su transcurso han salido a la luz escabrosos detalles que dan idea de cómo se las gastaban los nazis con sus víctimas.
Así ha sido con las declaraciones del doctor Sven Anders, el último de esta ingente fila de testigos, que ha logrado poner los pelos de punta al anciano al narrar pormenorizadamente los efectos que produce en el cuerpo humano el temido Zyklon-B, el gas letal ideado por los nazis para acabar con la vida de millones de presos en los campos de concentración.
Según da cuenta ‘ABC’, Gröning, concretamente, está siendo juzgado en Lüneburg (Alemania) por su implicación y colaboración en la muerte de más de 300.000 judíos húngaros que llegaron a Auschwitz en 1944.
LO NIEGA
Desde que comenzó el juicio, el antiguo guardia de las SS ha negado rotundamente que hiciera daño a ningún reo del campo de concentración, aunque sí ha señalado que se siente «moralmente culpable» por lo sucedido.
Con todo, mantiene que su único trabajo fue organizar la contabilidad del centro y enviar al gobierno central las riquezas que eran robadas a aquellos que eran asesinados en la zona.
Zyklon-B, el pesticida asesino
El Zyklon-B era un gas ideado como pesticida que terminó utilizándose en las cámaras de exterminio de los campos de concentración para llevar a cabo asesinatos masivos.
«Los nazis buscaban constantemente formas de exterminio más eficientes. En septiembre de 1941, en el campo de Auschwitz se realizaron experimentos con Zyklon-B (usado previamente para la fumigación) en los que se gaseó a unos 600 prisioneros de guerra soviéticos y a 250 enfermos.
Sus gránulos se convertían en un gas mortal al entrar en contacto con el aire. Se demostró que era el método de gaseo más rápido y se seleccionó como medio para realizar masacres en Auschwitz», explica la versión digital del «U.S. Holocaust Memorial Museum».
¿Cómo funcionaba? Según explicó en el juicio contra el exguardia de las SS Sven Anders, médico forense de la Universidad de Hamburgo-Eppendorf, con un «dolor extremo, convulsiones violentas, atacando al cerebro y produciendo un ataque cardíaco en cuestión de segundos».
Ideado para limpiar de insectos grandes edificios o fábricas, se caracterizaba por oler a almendras amargas y a mazapán y ser, en palabras del doctor, más ligero que el aire:
«Penetraba por inhalación en los pulmones y bloqueaba la respiración celular».
Una vez inhalado, el Zyklon-B atacaba en primer lugar al corazón y al cerebro. «Los síntomas comenzaban con una sensación de escozor en el pecho similar a la que puede causar el dolor espasmódico y al que se produce en los ataques de epilepsia. La muerte por paro cardíaco se producía en cuestión de segundos. Era uno de los venenos de acción más rápida» añadió el doctor.
Eso, en el mejor de los casos, pues una inhalación menor (algo común en las grandes cámaras de gas de Auschwitz) podía hacer que el fallecimiento durase una media hora.
«Una intoxicación inferior conducía a un bloqueo de la sangre en los pulmones y provocaba dificultades para respirar. Comúnmente se habla de agua en los pulmones, la respiración sería entonces más profunda y más fuerte, porque el cuerpo ansía después del oxígeno. Sería una agonía»,
añadió el experto.
A su vez, Anders determinó que la altura de la persona era un factor clave a la hora de morir afectado por el Zyklon-B. Y es que, al ser más ligero que el aire, se acumulaba en la parte superior de las cámaras de gas acabando primero con los adultos. Por el contrario, los niños fallecían minutos después, con mayor sufrimiento y tras haber visto en primera persona la muerte de sus seres queridos.
Un viaje sin retorno
Cuando los reos llegaban a Auschwitz, eran separados en dos grupos: aquellos que podían trabajar (mujeres y hombres fuertes) y niños, ancianos y enfermos.
Los segundos eran llevados directamente a las cámaras de gas. Sin embargo, y para no alarmarles, normalmente se les aconsejaba que dejasen sus pertenencias en el tren afirmando que regresarían al mismo tras una ducha.
A algunos, incluso, se les entregaban postales para que enviasen a sus seres queridos afirmando que estaban pasando unas «agradables vacaciones».