Todos murieron rezando en una atroz y lenta agonía, mirando al cielo. Lo ocurrido en una pequeña aldea cercana a Alepo, en Siria, no tiene nombre y explica el porqué en el año 2003 vivían en Siria 1,5 millones de cristianos, mientras que en la actualidad apenas quedan 200.000.
Los hechos, acontecidos el 28 de agosto de 2105, han salido ahora a la luz merced a una información de Christian Aid Mission, una organización humanitaria que ayuda a los misioneros en sus países de origen.
El pastor del lugar, fundador de nueve iglesias en el país, había advertido días antes a los misioneros allí congregados que se marcharan, ya que las bestias del EI regresaban por sus fueros.
Acostumbrados como estaban al fuego cruzado, y a dedicar sus desvelos a los heridos y a las familias más necesitadas, optaron por quedarse y hacerles frente.
«Cada vez que hablábamos con ellos, siempre decían: ‘Queremos quedarnos aquí. Esto es lo que Dios nos ha dicho que hagamos esto y es lo que queremos hacer.’ Sólo querían quedarse y compartir el Evangelio».
LA MASACRE
Los peores temores se cumplieron a las pocas horas: el Daesh hizo honor a su nombre y pisoteó todo lo que a su paso se encontraba: tras reunirles en la plaza del pueblo les conminaron a convertirse al Islam bajo amenaza de muerte. Nadie hizo caso. La respuesta fue implacable.
Los militantes del autodenoninado Estado islámico, a quienes ya se les echan encima incluso los de Al Qaeda -Ayman Al Zawahiri, líder de la red terrorista, ha señalado en las últimas horas que el califato de Abu Bakr al-Baghdadi es un cúmulo de » explosiones, daños y destrucción»-, empezaron por el hijo del sacerdote.
Al chaval, de 12 años de edad, le cortaron las puntas de los dedos ante su padre y los demás para, después, arrastrarlo entre gritos hasta una cruz y crucificarlo vivo. El progenitor corrió igual suerte:
«Frente al líder religioso y los familiares del niño, los extremistas islámicos le cortaron las puntas de los dedos al niño y lo golpearon severamente, diciéndole a su padre que dejarían de torturarlo sólo si se convertía al Islam».
VIOLADAS
Entre el grupo se encontraban dos misioneras, de 29 y 33 años de edad. Los yihadistas las conminaron a cambiar de religión, una vez más. Se negaron.
Fueron entonces violadas en grupo ante la aterrada mirada de los presentes para, más tarde, ser decapitadas. Murieron mascullando el nombre de Jesús, con la sonrisa en el rostro.
A otros seis misioneros les cortaron también la cabeza, tras ser torturados. Dos de ellos acabaron en la cruz. Y sigue el martirio…