En exhibición permanente en la colección del Museo Nacional Británico de Armas, en Portsmouth, Inglaterra, hay dos enormes tubos de acero unidos con pernos, proyectándose muy hacia arriba en el aire.
Esos cilindros gigantes están entre las pocas piezas que quedan de uno de los diseños de ingeniería más audaces de la historia: un «supercañón» llamado «Gran Babilonia», que podría haber colocado satélites en órbita.
Su inventor, el canadiense Gerald Bull, gran experto mundial en artillería pesada, tenía muchas esperanzas de que revolucionara los lanzamientos espaciales, eliminando la necesidad de emplear cohetes convencionales.
«Era un notable científico y un personaje carismático y este es el recordatorio físico de lo que hizo, en una escala monumental», dice Nicholas Hall encargado de artillería del Museo.
Sin embargo el Gran Babilonia nunca fue construido.
En una época en la que su pericia debió estar en alta demanda entre las superpotencias del mundo, Bull decidió fabricar su supercañón para Sadam Hussein, una elección que terminaría llevándolo a la muerte.
Entre satélites y misiles
Dotado académico, Bull trabajó con los gobiernos de Canadá y EE.UU. haciendo sus investigaciones sobre tecnología para supercañones en la década de los 60 del siglo pasado.
Inicialmente sus diseños fueron usados para hacer pruebas de vuelos supersónicos sin la necesidad de un costoso túnel de viento, al disparar proyectiles a corta distancia a través de un cañón.
Sin embargo, aunque terminaría dedicando gran parte de su carrera a diseñar cohetes y armas para países en guerra, su ambición personal era utilizar sus ideas para lanzar satélites y no misiles.
«El bajo costo era, al menos, el concepto», explica Andrew Higgins, profesor del Departamento de Ingeniería Mecánica en la Universidad McGill, Canadá.
«En vez de desperdiciar la primera etapa de un cohete, la idea era utilizar un gran cañón permitiría que se reutilizase y tuviese un fácil mantenimiento».
Cambio de clientes
En 1961 Bull comenzó a trabajar en el Proyecto High Altitude Research (Harp, por sus siglas en inglés), una empresa conjunta entre los gobiernos de EE.UU. y Canadá.
Utilizando antiguos cañones modificados de la Armada, Bull y sus colegas dispararon sondas meteorológicas suborbitales.
La costosa y controvertida Guerra de Vietnam hizo que en 1967 el proyecto quedará archivado, antes de colocar algún objeto en órbita.
Ya para la década de los 70, el resto del mundo había perdido interés en los supercañones así que, para reunir dinero, Bull comenzó a vender armas.
Fundó una compañía y se aseguró al gobierno de Sudáfrica como cliente, pero en 1976 fue arrestado y sentenciado a seis meses de cárcel por violar el embargo de armas a esa nación.
Al salir de prisión, reanudó sus ventas al gobierno sudafricano siendo, esta vez, multado con US$55.000.
Harto de que los gobiernos de EE.UU. y Canadá se inmiscuyeran en sus asuntos, se mudó a Bruselas, Bélgica, y comenzó a operar a través de una compañía europea.
La conexión iraquí
En 1981, el gobierno iraquí lo contactó para que diseñara artillería de largo alcance para la guerra contra Irán.
Al entonces secretario de Defensa de Irak, Sadam Hussein, le agradaban Bull y sus diseños, que terminaron siendo fundamentales para la campaña militar.
«En ese momento, trabajar con Irak no resultaba una decisión tan rara porque no representaba una amenaza para Occidente», comenta Hall.
Finalmente, en 1988 el gobierno iraquí le pagó US$25 millones para que iniciara el Proyecto Babilonia -el primer cañón espacial verdadero- con la condición de que siguiera desarrollando la artillería pesada del país.
En su inicio, incluyó dos cañones «Gran Babilonia», de 1.000 milímetros de calibre, y un prototipo de 350 milímetros llamado «Bebé Babilonia».
El cañón del «Gran Babilonia» sería de 156 metros de longitud con un metro de diámetro y un peso de 1.510 toneladas, por lo que tendría que ser montado a un ángulo de 45 grados sobre una ladera.
Utilizando nueve toneladas de un supercañón propulsor especial, en teoría hubiese sido capaz de disparar un proyectil de 600 kilogramos a través de 1.000 kilómetros.
Hall dice que, de haber resuelto el problema de cómo encender la carga, las capacidades del «Gran Babilonia» hubiesen permitido convertirlo en una forma atractivamente barata para lanzar satélites.
Haciendo un ajuste con la inflación actual, el costo sería de unos US$1.727 por kilogramo. En comparación, La NASA calcula que le cuesta US$22.000 por kilogramo poner un satélite moderno en órbita, utilizando un cohete convencional.
Bull no ignoraba la posibilidad de que Irak usara su tecnología de supercañones para disparar misiles, pero justificaba sus acciones subrayando que sería un arma poco práctica, afirma Hull.
Y es que por su tamaño no hubiese sido posible desplazarlo. Solo apuntaba en una dirección, era lento para disparar y podría ser fácilmente localizado y destruido.
La fuerza de retroceso del cañón hubiese totalizado 27.000 toneladas -equivalentes a una explosión nuclear- y se hubiera registrado como un gran episodio sísmico en todo el mundo.
Ambición truncada
Para mayo de 1989 se concluyó el prototipo «Bebé Babilonia».
Todo llegó a su fin, sin embargo, menos de un año después.
El 22 de marzo de 1990 Bull recibió tres disparos en la espalda y dos en la cabeza cuando entraba en su apartamento de Bruselas.
Nadie fue testigo de su asesinato -perpetrado con una pistola con silenciador- y el homicida nunca fue identificado.
El diario The New York Times reportó que, al llegar,la policía encontró su llave aún en la cerradura y un maletín cerrado que contenía cerca de US$20.000 en efectivo.
El servicio de inteligencia israelí, el Mossad, fue vinculado con el asesinato, no por el supercañón directamente sino por el trabajo que Bull estaba haciendo para mejorar la tecnología de misiles balísticos de Irak.
Otros conectaron su muerte a los servicios de inteligencia de EE.UU., Reino Unido, Sudáfrica e, incluso, a Irak.
Tras su muerte, el Proyecto Babilonia quedó congelado.
Dos semanas más tarde, agentes aduaneros británicos confiscaron componentes del supercañón en el puerto de Teesport.
Poco después Irak invadió a Kuwait y eso terminó la relación de Occidente con el régimen iraquí.
Desde entonces, algunos han intentado retomar la idea de los supercañones, pero debido al protagonismo de los lanzadores de cohetes reutilizables Space X nuevamente ha sido relegada a un segundo plano.
Y, además, está el hecho de que Bull empañó el potencial de los supercañones por su polémica elección de patrocinadores políticos.
«Hay un estigma asociado con los supercañones, lo cual significa que no es probable que sean tomados en cuenta, incluso si representan una mejor tecnología para lanzar satélites», dice Hall.
Al final de la guerra la ONU confiscó y destruyó los componentes del prototipo «Bebé Babilonia» y el resto de partes de los dos cañones «Gran Babilonia».
Para el visitante desprevenido, esos dos cilindros gigantes en el Museo Nacional Británico de Armas no lucen como algo muy importante: es fácil confundirlos con una tubería de petróleo.
Sin embargo, estos pedazos de metal son los últimos fragmentos del legado de Gerald Bull: un hombre cuyos sueños de apuntar muy alto lo hicieron estrellarse al volver a la Tierra.