Es un problema que no distingue entre clases sociales ni el tamaño del patrimonio

Una mirada desgarradora al macabro mundo de los secuestros en México

"Muchas veces golpean a las víctimas, las violan, las queman e incluso las mutilan para enviar partes del cuerpo a las familias y así presionar"

Una mirada desgarradora al macabro mundo de los secuestros en México
Secuestros PD

Lo más sorprendente del secuestro en México no es necesariamente la cantidad de casos, sino su transversalidad: es un problema que no distingue entre clases sociales ni el tamaño del patrimonio.

En México cualquiera puede ser secuestrado.

Llegué al país pensando que era un crimen que afectaba sólo a los adinerados, pero con el paso de los días supe de casos de plomeros, herreros, vendedores ambulantes, peluqueras y hasta de un barrendero que fueron secuestrados.

Y me fui con la sensación de vulnerabilidad de deben tener muchos mexicanos: aquí cualquiera puede ser secuestrado.

Esta es una mirada al mundo del secuestro, los negociadores policiales y privados, lo que sufren las víctimas y hasta lo que piensan quienes secuestran.

Es una historia que contará momentos de violencia y tendrá un lenguaje que para algunos puede ser inapropiado.

Muchos de los nombres de las personas que aparecen en este reportaje han sido modificados para preservar su seguridad.

I. María

A María le encantaba jugar con su perro en el jardín en las mañanas, después de despedir a su esposo, José, quien llevaba a las niñas al colegio.

Unas 100.000 personas son secuestradas en México al año.

Esa mañana fue diferente. Una detonación a la distancia interrumpió de súbito la tranquilidad del momento.

María y el perro dejaron de jugar como para escuchar si venía algo más.

«Eso fue un disparo señora», dijo el jardinero del vecino, que estaba cerca lavando un carro.

María se apuró en entrar a la casa. Sentía que algo estaba mal. De inmediato llamó a la caseta de seguridad de la entrada de su barrio para saber si su esposo había pasado.

«Si, pasó por aquí», le dijeron.

Pero su esposo no contestaba el celular. En cuestión de minutos María se metió en su auto y empezó a ir hacia el colegio de sus hijas. En el camino llamó para que le avisaran si habían llegado.

También llamó a otros padres por si los veían pasar en el auto.

Un guardia apareció con los zapatos de una de las niñas.

Su desespero se fue incrementando cuando en el colegio le dijeron que las niñas no habían llegado.

Al regresar a su casa pasó por la oficina de seguridad de su zona residencial. Los guardias estaban revisando las cámaras de seguridad.

En eso, uno de los guardias se apareció con una par de zapatos de niña. Eran de su hija.

Una amiga de María ya había alertado a la policía, con lo cual ya varios agentes habían llegado a la casa.

Juntos rehicieron a pie la ruta que José hacía en auto en las mañanas. No habían caminado mucho cuando se encontraron con un charco de sangre.

Como una casualidad casi morbosa, en ese momento sonó el celular de María.

No entendió bien lo que le decían, solo las palabras ‘niñas’ e ‘hijas’.

Pero era la confirmación que temía: los habían secuestrado.

II. La negociación

La negociación de un secuestro suele ser descrita como un juego de ajedrez entre ambas partes. El premio es la vida de una persona.

Los cuerpos policiales mexicanos han invertido mucho dinero y esfuerzo en perfeccionar la habilidad de sus negociadores.

Y, según las autoridades, los grupos criminales también se aseguran de tener un negociador experimentado cuando secuestran a alguien.
De hecho hay algunos que se han hecho famosos y son buscados por bandas de secuestradores para que les hagan sus negociaciones.

Para la policía o los negociadores privados, todo empieza por seleccionar a alguien del entorno familiar del secuestrado para que sea quien hable directamente con los raptores.

El negociador rara vez se comunica directamente con ellos.

«Lo primero que hacemos es evaluar el carácter de los candidatos, su temple y habilidades»,

dice Rafael, un agente de negociación policial que no puede ser identificado con su nombre verdadero.

Max Morales, negociador de secuestros privado con más de 20 años de experiencia, explica que elementos como género, acento regional, edad, tono de voz pueden influir en la selección del candidato.

«Esto es clave para que la negociación sea exitosa», dice Morales.

Según Rafael, «algunas personas son muy explosivas y otras más calmadas. Otras parecen estar tranquilas, pero cuando oyen al secuestrador por el teléfono se vienen abajo».

«La verdad es que es difícil lidiar con las llamadas. A veces los secuestradores se ponen muy agresivos, sobre todo si no se está cumpliendo con lo que piden»,

agrega.

María insistió en todo momento en ser ella la que efectuase la negociación, pese a que esto iba en contra de la recomendación policial, que consideraba que su cercanía emocional al caso podría perjudicar las conversaciones con los secuestradores.

«Pero se trataba de la seguridad de mis hijas. De ninguna manera no iba a hacerlo», explica.

Los negociadores policiales se instalan en la casa de los familiares de la víctima mientras dure el secuestro. Pueden ser días, semanas y ha habido casos que han durado meses.

«Al estar adentro de la casa todo el tiempo, inevitablemente se establecen lazos afectivos con las familias»,

dice Mariela, otra negociadora policial que tampoco puede ser identificada.

Los negociadores -policiales y privados- tratan de dar apoyo a las familias, sobre todo en los momentos más difíciles de la negociación.
Un punto clave es el rescate. Y cuándo pagarlo.

«Este es un crimen basado en la codicia y siempre termina con el intercambio de dinero. Nuestra labor es tratar de que no se entregue de inmediato el monto exacto que piden los criminales, porque es posible que siempre vayan pidiendo más o que después vuelvan a secuestrar a la víctima para quitarle más dinero»,

explica Morales.

Si la persona que fue elegida para efectuar las negociaciones empieza a trastabillar o quiere dejar de hacerlo, la recuperación de la víctima empieza a ponerse en peligro.

Cambiar al familiar que negocia es algo que pone nerviosos a los secuestradores, y esto puede resultar perjudicial para la persona cautiva.

«Estamos hablando de gente que es maldad pura. Muchas veces golpean a las víctimas, las violan, las queman e incluso las mutilan para enviar partes del cuerpo a las familias y así presionar», indica Morales.

Un negociador policial -que no puede ser identificado- recuerda el caso de un secuestrador que enviaba por WhatsApp sórdidos videos a las familias de las víctimas.

Si el secuestrado era un hombre se veía como lo golpeaba; si era mujer, aparecía siendo manoseada sexualmente.

Pero cuando este secuestrador fue arrestado en 2015 se descubrió que a los hombres los forraba con papel de burbujas para no hacerles daño con los golpes y con las mujeres usaba astutos trucos con la cámara para que pareciera que las tocaba, aunque en realidad nunca había contacto físico.

Para los negociadores, tristemente, este caso es la excepción. La tortura es común y hay grupos particularmente sádicos.

Uno de ellos era conocido como «Los Ñequis» por su rutina de enviar a los familiares dedos meñiques cercenados de las víctimas.

Otro, es el secuestrador más famoso de la historia moderna mexicana: Daniel Arzimendi, el llamado «Mocha Orejas»; no hace falta explicar lo que hacía.

«El momento más riesgoso de todo el proceso es cuando se entrega el dinero. Ahí pierdes la comunicación con los secuestradores y no sabes si ellos van a cumplir con la liberación de la víctima»,

dice Morales.

Las fuentes policiales contactadas para este reportaje afirman que la mayoría de los casos termina en un rescate o en el pago de un rescate. Sin embargo, reconocen que, aunque menos frecuentes, también se dan casos en los que las familias pagan pero igual no vuelven a saber de la víctima.

«Tenemos una base de datos con las diferentes voces que hemos grabado a los largo de los años, y eso nos suele ayudar a saber con qué tipo de banda criminal estamos lidiando»,

señala uno de los negociadores policiales.

«Esta información nos permite saber si es una banda que suele cumplir su palabra o si es un grupo más violento que no devuelve al secuestrado», agrega.

Los negociadores privados tienen tarifas. No todo el mundo puede pagarlas.

Muchos trabajan para empresas de seguros que ofrecen pólizas contra secuestros y reciben la remuneración de su empleador.

Otros, los que trabajan por su cuenta, negocian un precio de antemano, por lo general basado en un porcentaje del rescate. O después le dicen a la familia que les paguen lo que consideren apropiado.

Muchos de los casos que manejan negociadores privados no llegan a los registros de las autoridades.

III. 100.000 al año

De acuerdo al gobierno mexicano, la cifra de secuestros ha venido disminuyendo en el último año.

Las últimas cifras publicadas apuntan hacia unos 1.500 casos en 2015, basados en denuncias formalizadas ante algún ente de seguridad estatal.

Tamaulipas, Estado de México, Guerrero y Morelos se encuentran entre los estados con mayor cantidad de casos.

Pero de acuerdo al Instituto Nacional de Estadísticas y Geografía (Inegi), la verdadera cifra de secuestros podría ascender a 100.000 al año, según un estudio basado en encuestas del hogar en 2014.

El Inegi encontró en sus sondeos que apenas 1% de los casos son denunciados formalmente ante las autoridades, lo cual de hecho coincide con las cifras oficiales.

Y para negociadores como Max Morales, la falta de denuncia se produce por la poca confianza en las instituciones, especialmente las policiales.

«Desafortunadamente hay una mucha participación policial en los secuestros», asevera el veterano negociador.

«La corrupción es un problema, pero no es algo que pasa solamente acá, sino que sucede en todas partes», señala Rodrigo Archundia Barrientos, jefe de la unidad antisecuestros de la Procuraduría del Estado de México.

En los años 90 altos funcionarios policiales del estado de Morelos -incluyendo al jefe del departamento y al encargado de la unidad antisecuestro- fueron detenidos y enjuiciados por ayudar a secuestradores y en algunos casos por complicidad en la tortura de víctimas.

«Pero nosotros hemos hecho un esfuerzo enorme para limpiar nuestras instituciones desde entonces», asegura la fiscal de la unidad antisecuestros de Morelos, Adriana Fernández Pineda.

«Nuestro objetivo es ganarnos la confianza de la gente mediante el logro de resultados. Si hacemos las cosas bien, la gente propagará de boca en boca lo que hacemos y eso ayudará a que las víctimas vengan acá a denunciar», agrega.

Es la misma estrategia que efectúa en el Estado de México Archundia Barrientos

«Creo que esta es una batalla que estamos ganando. Tenemos que ganarla. Cada día estamos llevando a criminales a juicios y buscando que reciban largas sentencias de prisión».

La máxima sentencia por secuestro, a nivel federal en México, asciende a 140 años de cárcel.

Muchos de los secuestradores que aparecen capturados en los videos policiales de los rescates son personas que no superan los 30 años de edad.

IV. La negociación de María se complica
V. El secuestrador

Hay dos cosas que me cuesta aún olvidar de nuestro encuentro. Su sonrisa y su mirada. Ambas quedaron plasmadas en mi memoria.

Me dice que lo llame «Crack», y es un joven de menos de 25 años, simpático, de sonrisa frecuente y propenso a un chiste que otro.

Pero cuando cuenta lo que hace, sus pupilas parecen encogerse como si hubiesen recibido de frente un destello de luz.

Lo macabro es que él sabe cómo cambia su mirada.

«Normalmente me gusta mirar de frente a las personas, que me vean a los ojos. Algunos se ponen a llorar de inmediato. Yo los trato de calmar, de decirles que todo será muy civilizado, que yo sólo quiero el dinero», cuenta.

«Crack» es un secuestrador.

«Les digo ‘coopera’, ‘quédate tranquilo, porque si no lo haces te voy a chingar (joder) poco a poco… golpeándote, quemándote o cortándote en pedacitos lentamente'».

Es difícil confirmar plenamente que su historia es real, pero la manera en que se concretó este inusual encuentro le da suficiente credibilidad.
«Crack» empezó en el mundo criminal como un sicario más de uno de los poderosos carteles mexicanos de la droga.

Hoy se describe como un secuestrador «independiente»; es decir que trabaja por su cuenta y no con el narco.

Con frialdad habla de sus acciones como si fuese un simple negocio, sólo que con seres humanos de por medio.

«Para llegarle a un tipo puedes convencer a su novia de que lo entregue. Simplemente te la llevas a ella, hierves agua y la amenazas con echársela en la cara si no te ayuda. Normalmente lo hacen».

«Si es un hombre casado al que quieres, te llevas a la esposa y amenazas de la misma manera a sus hijos. Así te lo entregan».

Morales cuenta que la gran mayoría de los casos de secuestros se producen porque alguien del entorno de la víctima -con intimidación de por medio o mediante un pago- suele entregarla al grupo criminal.

«Crack» afirma que suele meter a gente dentro de empresas para que le den información sobre el dueño del lugar. También usa a mujeres atractivas para atraer a hombres a lugares donde él los pueda secuestrar.

¿Pero y qué piensa del sufrimiento de las víctimas?

«El secuestro es drástico y cruel, pero no me arrepiento. Perdón, pero de verdad no me arrepiento».

«Crack» es un ejemplo más de la influencia del narco en otras áreas criminales.

Según Archundia Barrientos, «hay muchos secuestradores vinculados a los carteles, porque los jefes les permiten recurrir a este crimen para así generar un ingreso extra».

Durante mi tiempo en México conocí a un par de agentes federales que estaban desplegados en el combate al secuestro.

Venían de haber desmantelado una banda de secuestradores en el estado de Tamaulipas, zona roja del narco en estos momentos.

El grupo tenía vinculaciones con un cartel de la zona, y se descubrió que era una banda sumamente organizada y equipada para raptar.

Algunos de sus miembros eran exmilitares, uno, incluso, era un ex fuerzas especiales de un país centroamericano que no puede ser nombrado por motivos de seguridad.

En otros estados la situación varía.

«En el norte del Estado de México las bandas suelen estar compuestas por ladrones que mediante el secuestro tratan de ganar más dinero. Pero hacia el sur del estado, cerca de Guerrero y Michoacán, ya empiezas a ver a grupos relacionados con algún cartel», explica uno de los negociadores policiales.

«Crack» afirma que el ser «independiente» tiene ventajas y desventajas.

«Es cierto que puedo decidir qué hacer o no, pero a la vez si todo se va a la chingada (al carajo) nadie te dará apoyo económico».

El encuentro termina con «Crack» hablando de lo «enfermo que está» y de cómo «ya me jodí la vida».

Pero sus últimas palabras aún se repiten dentro de mi cabeza.

«Cada vez somos más. En cualquier momento tendrás a un vecino como yo».

La frase ejemplifica la vulnerabilidad del mexicano hoy en día. Rico, pobre o clase media.

«La vida me cambió, siempre tengo miedo», me dice un herrero cuya familia fue secuestrada por una semana.

Morales me cuenta el caso de otro vendedor ambulante que vivía en una barriada muy pobre de las afueras de la capital. Fue secuestrado para obtener un rescate de US$500.

Una cantidad ínfima para muchos, pero enorme para alguien de escasos recursos.

«Cuando alguien muy pobre es secuestrado es porque algún vecino de su comunidad quiere quitarle algo que se ganó. Este es un crimen de codicia», dice Morales.

VI. Desenlace

María recuerda el sonido de los helicópteros en el cielo constantemente.

Casi 24 horas después del secuestro de su esposo e hijas, el celular le vuelve a sonar. Es de madrugada.

A diferencia de las llamadas anteriores, esta vez se veía el número desde donde se marcaba.

Desde el otro lado alguien se identifica como un soldado y le dice que tiene a sus hijas.

«Están bien», remata, antes de que se corte la comunicación súbitamente.

Contradiciendo las recomendaciones recibidas, de inmediato llama de vuelta.

Así confirma que en efecto se trataba de un soldado, que sus hijas sí están bien, que han sido recuperadas.
Junto al equipo policial dentro de su casa se traslada hacia el lugar donde se encontraban, para verlas dentro de una camioneta policial.

«Me regresó el alma al cuerpo», recuerda María.

«Una de ellas aún apretaba en contra de sí una bolsa de juguetes que le dio su papá».

Las niñas estaban en perfectas condiciones físicas, aunque aún impactadas por lo sucedido y sobre todo por cómo se fugaron.

La mayor de las niñas le contó a María que habían visto hombres armados todo el día entrando y saliendo de la casa donde estaban retenidas. Que no habían vuelto a ver a su padre.

Que ya en la noche los hombres se fueron, pero antes les dijeron que no se moviesen de ahí, «que ya su padre viene a buscarlas».

«Mi hija pensó, ‘cómo va a venir mi papá si la puerta está cerrada’ y le dijo a su hermana ‘¡vámonos¡’. Fueron a la puerta y para su sorpresa se abrió y entonces se fueron corriendo».

La hermana menor quería en efecto esperar la supuesta llegada de su papá, pero al final cedió.

Las niñas corrieron descalzas por un camino de tierra hasta encontrar más casas. Tocaron las puertas, pero no les abrían.

En una casa finalmente salieron unos perros ladrando, que las asustaron. Pero el ruido sirvió para que los dueños de la casa saliesen a ver qué sucedía. Así fue que las encontraron y entregaron a la policía.

«No se imaginan la emoción de verlas de nuevo», dice María.

Pero poco después la policía le informó que todavía faltana recuperar a su esposo.
José no había tenido tanta suerte. Estaba al borde de la muerte por la herida de bala recibida durante el secuestro, encerrado en un baño en muy malas condiciones sanitarias.

Apenas le habían rociado la herida con alcohol y puesto un parche improvisado.

Cuatro días después de su secuestro los criminales llevaron a un doctor para que lo examinara.

«Vivirá dos días máximo», les dijo.

José cree que el médico era otra persona que también estaba secuestrada.

Tras la sentencia del profesional -y después de haber perdido el valor monetario de tener a las niñas- los secuestradores decidieron cortar sus pérdidas y abandonar a José en un terreno vacío.

Gritaba pidiendo ayuda, pero casi no podía moverse por encontrarse gravemente herido.

Para su fortuna, un hombre y su nieto aparecieron por el terreno y fue así que alertaron a los servicios médicos.

José ha estado en tratamiento médico desde entonces y aún no puede caminar.

El episodio ha sido increíblemente traumático para él y su familia. Todos han requerido de apoyo psicológico para sobrellevar lo vivido.

«Si quisiera buscar algo positivo de todo esto es que lo que vivimos nos ha hecho más fuertes a todos», afirma María.

José dice que sólo quiere dejar atrás lo que pasó y disfrutar a su familia lo más posible.

Pero cuando recuerda que los secuestradores eventualmente fueron capturados y sentenciados, su rostro se ilumina.

Este recuerdo lo hacen sentirse victorioso.

«Al final de todo les ganamos», concluye.

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