El entregado y venerable padre Jacques Hamel, vilmente degollado en la mañana de este martes 26 de julio de 2016 en la parroquia donde oficiaba como auxiliar, en Saint Etienne du Rouvray, -en la región francesa de Normandía-, no es el primer sacerdote católico que es asesinado por aquellos que libran su particular ‘guerra santa’ al grito de Allahu Akbar, a modo de ensangrentada bandera. (Hermana Danielle: «Se grabaron en vídeo. Hicieron una especie de sermón en torno al altar en árabe. Fue horroroso»).
El padre Jacques Hamel
El 23 de junio de 2013, fue decapitado en Gassanieh, en el norte de Siria, el padre franciscano François Murad. Tenía 49 años, y en esa ocasión era plenamente consciente del peligro que corría en esas inhóspitas tierras, donde fue capturado por el Frente al Nusra, vinculado a Al Qaeda.
Era custodio del monasterio cenobítico de la Custodia de Tierra Santa en el referido lugar, tras haberlo construido con sus propias manos para honrar al santo asceta cristiano Simón Estilita.
François Murad
Había trasladado sus temores días antes de ser decapitado al arzobispo Jacques Behnan Hindo, titular de la Archieparoquia siro-católica de Hassaké -Nisibis. Fue en balde.
También presidente de la orden Franciscana en Jerusalén, advirtió a Murad de que era mejor que abandonara el convento ante la preocupante escalada de violencia en la zona, aunque el aludido prefirió aguantar el tipo y ofrecer, llegado el caso, su vida: «Por la paz en Siria y en todo el mundo».
El destino quiso que así fuera.
LA EJECUCIÓN
El valiente cura fue sacado a rastras y llevado hasta la zona referida, donde junto con otros dos condenados cristianos escuchó de rodillas su sentencia de muerte mientras una turba enloquecida, entre la que incluso había niños, gritaba a todo pulmón ‘Alá es grande’ pidiendo «justicia».
Según parece su delito radicó en llevar anotados consigo varios números de teléfono que le vinculaban presuntamente con el régimen sirio, algo que hizo que los opositores no se lo pensaran dos veces y decidieran pasarle a cuchillo .
Sentado en el suelo con las piernas cruzadas, ataviado con una túnica azul, aparece en el vídeo que abre estas líneas -y que ha sido censurado en casi todo Internet-, sin ofrecer resistencia alguna, entregado a su atroz destino.
El verdugo, tras leerle a pleno pulmón la condena, le agarra de la cabeza y le degüella con un pequeño estilete para, después, guardar su cabeza a modo de trofeo ante un ensordecedor griterío.
François Murad