En septiembre de 1939, cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, Madrid se convirtió en un nido de espías. España se había declarado neutral. Pero ese país en ruinas, exhausto después de tres años de conflicto civil, tenía una importancia estratégica vital.
La «estricta neutralidad» anunciada por el general Francisco Franco, gobernante de facto tras su victoria sobre el ejército republicano en la Guerra Civil (1936-39), no debió resultar muy convincente, especialmente a oídos de los británicos.
Parte del éxito bélico franquista hacía apenas cinco meses se debió a la ayuda que los militares golpistas recibieron de la Alemania de Adolf Hitler y la Italia de Benito Mussolini en forma de soldados y armas.
El recelo aumentó en junio de 1940, cuando Franco, ante las victorias alemanas en Holanda, Bélgica y Francia y la incorporación italiana a la guerra, cambió su posición oficial de «neutralidad» a «no beligerancia».
Un mes antes, Samuel Hoare había llegado a Madrid como embajador británico con una misión clara: evitar a toda costa la entrada de España en la guerra a favor del Eje.
«Operación Sobornos»
Y para conseguir ese objetivo, la diplomacia no fue suficiente.
Hizo falta un sólido tramado de inteligencia y dinero, grandes cantidades, para comprar la voluntad de hombres clave cercanos a Franco para que influyeran en la voluntad del general.
El embajador británico Samuel Hoare tenía como misión evitar la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial a favor del Eje.
Así empezó una operación secreta que se alargó durante casi toda la II Guerra Mundial: la «Operación Sobornos».
Con este nombre se refiere a ella el historiador español Ángel Viñas, catedrático emérito de historia de la Universidad Complutense de Madrid, autor del libro «Sobornos, de cómo Churchill y March compraron a los generales de Franco».
«El fondo es muy simple. Los ingleses contactan con un banquero español, Juan March -en realidad yo pienso que fue él quien sugirió la idea- que tenía muy buena entrada en los círculos más elevados de la dictadura y había apoyado mucho a Franco antes y durante la Guerra Civil. Y March enlaza con una serie de generales, ministros y con el hermano de Franco y les dice que está dispuesto a darles unas enormes cantidades de dinero inglés -aunque él no dice necesariamente que el dinero tiene ese origen- si convencen al Caudillo, a Franco, de que no hay que entrar en guerra al lado del Eje».
«El concepto es sencillo pero endiabladamente complejo de discernir en sus efectos», agrega el autor del libro.
La obra de Viñas es el análisis más exhaustivo hasta la fecha sobre este episodio, conocido desde hace años, especialmente desde que en 2013 el gobierno británico desclasificara documentos relacionados con la operación.
La bendición de Churchill
La existencia de «Sobornos» -su nombre real se desconoce- era conocida durante su ejecución por apenas una docena de personas en Londres, y contaba con la bendición de Winston Churchill, primer ministro británico en aquel momento.
Winston Churchill autorizó la operación «Sobornos», según el profesor Ángel Viñas.
«Churchill es el hombre que autorizó la operación y la protegió hasta el final contra viento y marea. La operación nunca se habría podido realizar sin el consentimiento, autorización y protección de Churchill, que no dijo ni una palabra de esto en sus memorias, como tampoco lo dijo el embajador británico en Madrid (…). Una operación exitosa sobre la que se guardó silencio», apunta Viñas.
Durante más de tres años -de acuerdo con la investigación del historiador madrileño- varios generales, dos ministros, el del Ejército, José Enrique Varela, y el de Gobernación, el coronel Valentín Galarza, y el hermano de Franco estuvieron «a sueldo» de los británicos.
Su función era convencer el jefe del Estado español de que su ejército -maltrecho y desfasado después del conflicto interno, que aún daba sus últimos coletazos en forma de enfrentamientos constantes con el maquis, la guerrilla republicana- no estaba en condiciones de entrar en guerra, hacerle creer que eran más los inconvenientes que las ventajas de esa decisión.
Maquinaria de espionaje
Esta maquinaria de espionaje, pagos e influencias perfectamente engrasada llegaba hasta la cúpula misma del gobierno y del ejército franquista.
El historiador Ángel Viñas dice en su libro que la cantidad de dinero para sobornar a lo generales españoles fue enorme.
«El banquero, Juan March insistió en que no se pagara hasta que se constatara fehacientemente que España no entraba en guerra. Es decir, los pagos se hicieron esencialmente en el año 1944. La operación rodó entre junio de 1940 y junio de 1943, pero los pagos se hicieron en el 44»,
explica Viñas.
Ahora bien, algunos generales, no todos, recibieron anticipos en pesetas, aunque normalmente los pagos se hacían en divisas y estaban situados en cuentas en el extranjero, en Nueva York, Lisboa y Suiza en una operación bastante compleja desde el punto de vista financiero».
El historiador sitúa la cantidad gastada por los británicos en comprar la influencia de los altos mandos franquistas en unos 6,5 millones de libras de la época.
«Esto hoy nos parece una cantidad minúscula, pero era inmensa entonces. En términos actuales, y es muy difícil determinar su contravalor, podríamos estar hablando de entre 150 millones y 1.000 millones de euros (entre US$167 y US$1.117 millones)», apunta.
«Franco quería entrar en guerra»
Pero, ¿realmente quería Franco entrar en la guerra? ¿Qué importancia tenía España para que Reino Unido llegara a gastar tal cantidad de dinero en esta operación?
A pesar de declarar a España «neutral» y luego «no beligerante», Franco quería entrar en la guerra del lado de Alemania.
Desde que España adoptó la posición de «no beligerancia», el gobierno franquista comenzó a apoyar los países del Eje con materias primas y suministro de combustible para submarinos y mercantes.
Franco también envió una unidad de voluntarios, la llamada División Azul, en la que se estima que, entre junio de 1941 y octubre del 43, cerca de 50.000 españoles combatieron junto al ejército alemán en el frente ruso.
«Entre junio de 1940 y junio de 1941, la verdad es que Franco quería entrar en guerra. Por eso, la operación ‘Sobornos’ la inserto en lo que llamo el ‘escudo de autoprotección británico’, que tenía otras capas: la planificación política, diplomática y militar, operaciones de guerra económica y, al fondo, toda una serie de operaciones de inteligencia que hasta ahora no habían sido desveladas», cuenta Viñas.
El control de Gibraltar
Para Londres era vital mantener Gibraltar, enclave bajo soberanía británica en el sur de España, una pieza fundamental en el control del acceso al Mediterráneo y al Norte de África.
Y si España entraba en guerra, ese objetivo podía complicarse.
Gibraltar era un punto estratégico para Reino Unido, durante la Segunda Guerra Mundial.
«Si eso sucedía, lo más verosímil es que, al principio, Gibraltar cayera en manos alemanas o españolas. En junio del 40 los ingleses no habían hecho todavía de Gibraltar una plaza inexpugnable. Necesitaban tiempo. Y lo que la operación quería en un primer momento era ganar, comprar, ese tiempo. Seis meses, seis meses para hacer de Gibraltar una plaza inexpugnable, cosa que hicieron», apunta Viñas.
«En junio de ese año, cuando cayó Francia, los británicos echaron mano de todas las armas del arsenal. Y esta esta operación era la más rápida, según dijo el embajador. Solo hay que leer sus telegramas: ‘me dicen de buena fuente que España puede declarar la guerra la semana que viene’. En esas condiciones, ¿qué hace cualquier hombre prudente? Pues gastar dinero. Más vale gastar dinero que no perder la guerra. Fue una medida de desesperación», agrega.
¿Qué habría pasado si…?
La historia nos muestra que España, finalmente, no entró de lleno en la Segunda Guerra Mundial.
No es fácil saber qué habría sucedido si esta operación no hubiera existido. Como explica Viñas, «un problema complejo como es la participación o no participación en una guerra, no se puede explicar solo con una causa».
Sí se sabe en cambio que, en el caso de que «Sobornos» hubiera fracasado y Franco se hubiera unido oficialmente a Hitler y Mussolini, los británicos contaban con uno -o varios- «planes b».
«Identificaron toda una serie de escenarios: en unos apoyaban a Franco, en otros se dirigían en contra de él. Un ejercicio frío de realpolitik. Yo sitúo esta operación en la tradición palmerstoniana (en referencia a Lord Palmerston, ministro de Exteriores de Reino Unido en varios periodos entre 1830 y 1851) de la política británica del siglo XIX: ‘Inglaterra no tiene amigos permanentes ni enemigos permanentes, tiene intereses permanentes'», sugiere Viñas.
O, como reza el dicho inglés, «no pongas todos tus huevos en una sola cesta».