En un rincón de un concurrido campo de refugiados a 64 kilómetros de Raqqa, un pequeño grupo de mujeres y niños se mantiene lejos del resto.
Detrás de un edificio azul, niños de pelo rubio y castaño corretean entre las sábanas colgadas por sus madres para hacer de puertas de sus pequeñas, húmedas y frías habitaciones.
Los demás refugiados del campamento Ain Issa los llaman «los Daeshis», que significa los familiares de ISIS. Nadie quiere saber nada de ellos.
Las mujeres son viudas de combatientes de ISIS. Todas son extranjeras y tienen un futuro sombrío, pero hace menos de dos años, perpetraban bestialidades como las que se ven aquí.
Tras huir de Mosul en desbandada, las bestias del ISIS habían encontrado acomodo en la ciudad siria de Raqqa, en la histórica región de Yazira, donde Abu Bakr Al-Bagdadi fundó su califato.
Ellos iban a lo suyo, y no cejaban en su empeño a la hora de adiestrar a los más pequeños para la ‘guerra santa’, la ‘yihad’, ya sea para mandarles a que se inmolen tan tranquilos, ya para que cometan lo más brutales asesinatos, como el caso que nos ocupa.
El vídeo, lanzado el jueves 29 de diciembre de 2016 a las redes menos convencionales, llevaba esta vez por título ‘Mi padre me lo dijo’, y recoge el entrenamiento en la citada ciudad de un escuadrón infantil que, pistola en ristre, recorre un fantasmagórico edificio abandonado en busca de sus maniatadas víctimas.
Los ‘apóstatas’ de turno luchan en vano por esconderse entre las ruinas, -implorando entre lágrimas- mientras el sexteto les da caza y los acribilla a conciencia. Una de las víctimas, acorralada, se cae incluso desde un tejado al vacío, momento que recogen las dantescas escenas finales de la grabación.