Todo dio un drástico giro con la rebelión y la guerra, cuando grupos armados palestinos lucharon codo con codo -y de la mano de los insurrectos- contra el régimen.
Para el recuerdo quedaba que Damasco fuera una importante base para las organizaciones palestinas laicas contrarias a Yasir Arafat.
Ahora es una tumba para la resistencia, con su campo de refugiados de Yarmuk, a cinco kilómetros de la capital, donde se hacinan unos 5.000 palestinos y civiles sirios bajo el yugo del autodenominado Estado Islámico y sus ‘filiales’.
Y allí, avispero de grupos armados de toda calaña, el Ejército de Khalid ibn Al Walid, conocido anteriormente como la Brigada de los Mártires del Yarmuk, un grupo extremista sirio afiliado al ISIS, hace de las suyas en un trágico escenario donde se mueven como marionetas grupos opositores y fuerzas gubernamentales, apoyados por el Frente Popular para la Liberación de Palestina-Comando General (FPLP-CG).
Y pobre del que infringe en esos lares y esos lodos la sharia, y es cazado por la hisbah, la policía religiosa del ISIS. Es el caso del pobre desventurado que nos ocupa, cuya pública ejecución bajo la acusación de practicar la brujería y ser amante de las lechuzas, es de espanto.
De las acusaciones en su contra se encarga un verdugo pelirrojo de dudosa procedencia, que da paso a otro que blande una afiada espada con la que le corta de un certero tajo la cabeza.
Mientras tanto, el Frente al Nusra se atrinchera tras la asustada población, que es también su rehén. En el sector limítrofe de Sayar el Asuad (la piedra negra) hay alrededor de quinientos yihadistas. n esta punta de lanza contra Damasco, la tregua es muy frágil. El Gobierno trata de conseguir una reconciliación entre los palestinos, un compromiso que el DAESH impide una y otra vez con sus malas artes y su mala cabeza.