Es una encarnizada lucha que parece no tener fin, donde todo vale y nada impide mostrar el lado más oscuro del ser humano.
A las atroces ejecuciones perpetradas por los fanáticos del ISIS durante años y hasta hace unos meses, responden ahora, a su modo el Ejército iraquí, Peshmergas y milicias chiíes que han combatido sin descanso contra los yihadistas.
No hace tanto tiempo, en 2014, el ISIS controlaba un tercio del territorio iraquí, casi otro tanto de Siria y estaba a pocos kilómetros de Bagdad en lo que parecía un avance imparable. Su eficaz maquinaria propagandística funcionaba a escala global merced al aura de invencibilidad de sus combatientes y las potencias regionales —y mundiales— parecían no saber qué estrategia seguir simplemente para contener la extensión del yihadismo.
Irak ha sido la demostración de que las diferentes fuerzas locales —en este caso el Ejército iraquí y las fuerzas kurdas— coordinadas contra un solo enemigo, debidamente adiestradas y apoyadas por países de todo el mundo —entre ellos España— con mayor poder militar han podido reconquistar el terreno perdido y poner fin a una situación que amenazaba con devolver a una estratégica región del planeta a la Edad Media.