La Oficina Federal de Investigación (FBI) lo arrestó en una biblioteca pública de San Francisco, en octubre de 2013, mientras usaba la conexión completamente despreocupado. Su computadora portátil rebosaba de las pruebas para condenarlo a cadena perpetua, una sentencia que hoy cumple en el Centro Correccional Metropolitano de Nueva York, donde es vecino del Chapo Guzmán, sin posibilidad de libertad bajo palabra.
Los oficiales sospechaban, pero no lo sabían con certeza, que Ross Ulbricht, de 29 años, era el Temible Pirata Roberts. Ese seudónimo manejaba una suerte de Amazon en la internet oculta («deep web») que cobraba en bitcoin la compraventa de heroína, cocaína, marihuana, éxtasis y otras sustancias ilegales.
Pronto confirmaron la identidad del creador de la start-up más controversial de la historia de la red, Silk Road. Era, como sospechaban, el ex boy scout de Texas que tenía una novia cristiana renacida dedicada a la venta de fotografía erótica y un confidente que trabajaba, en realidad, para la DEA. Había soñado terminar la guerra contra las drogas y su violencia callejera mediante un mercado anónimo online.
Un nuevo libro, American Kingpin (El capo de los Estados Unidos), del periodista británico Nick Bilton, cuenta la historia de este Pablo Escobar de la red.
«Silk Road, como muchas start-ups, había comenzado sencillamente, en 2011, como una curiosidad universitaria», escribió Bilton. Ulbricht había estudiado ciencias de los materiales e ingeniería en Penn State, Pensilvania. Allí se había convertido en libertario. «Como el cofundador y CEO de Uber, Travis Kalanick, o el primer inversor de Facebook (y simpatizante de Donald Trump) Peter Thiel, ambos fans de Ayn Rand, Ulbrich se ceñía a una clase especialmente desafiante del dogma randiano: ‘La pregunta no es quién me lo va a permitir, es quién me va a detener'».
En sus conversaciones con sus compañeros solía argumentar sobre la contradicción que veía en el consumo masivo de comida rápida o alcohol y la prohibición de las drogas recreativas. «Los Big Macs llevan a la diabetes y al ataque cardíaco, solía razonar, así que ¿por qué McDonald’s era legal?».
Ulbricht sostenía que las distinciones eran arbitrarias y que «el verdadero problema con el negocio de las drogas», glosó Bilton, «es que era violento y opaco». Como programador autodidacta comenzó a preparar Silk Road. Así llegó a Silicon Valley, en plena ebullición de emprendimientos que también desafiaban el consenso y algunas regulaciones, como Uber y Airbnb.
Al comienzo, Silk Road funcionaba como el antiguo Netflix, por correo postal, y el volumen de circulación de drogas llegaba a los USD 500.000 por semana en ventas. Pero pronto la gente comenzó a ofrecer y solicitar otras cosas: armas cortas, rifles de asalto, herramientas de hackeo, venenos para suicidarse.
A diferencia de otros pioneros tecnológicos, Ulbricht nunca saldría en la portada de Forbes. El Temible Pirata Roberts fue tema de notas en esa publicación y en otras, de finanzas y de tecnología, mientras él se movía entre cafeterías y bibliotecas para operar Silk Road sin dejar rastros.
Vivía con modestia, en un apartamento que pagaba en efectivo; cuando su familia le preguntaba por qué estaba todo el tiempo en línea, aludía a operaciones en la bolsa o a un proyecto secreto. «Pero a medida que Silk Road creció hasta convertirse en un negocio millonario», escribió Bilton, «Ulbricht comenzó a volverse paranoico». Tenía documentos falsos, guardaba su dinero en bitcoin y en cuentas offshore, arregló su computadora para destruir la información con un solo click, preparó un plan de escape a Dominica.
«Ulbricht cambió a medida que lo hizo Silk Road», caracterizó el libro. «La línea entre lo bueno y lo malo se corría un poco cada día, hasta que hubo un cisma y resultó imposible saber dónde termina Ross Ulbricht y dónde comenzaba el Temible Pirata Roberts».
La caída comenzó en 2013, cuando un empleado de la compañía fue arrestado en una transacción de cocaína. Ulbricht estimó que había robado unos USD 350.000. Como la clave de su sitio era la confianza, consultó a su consigliere, un canadiense que usaba el seudónimo de Variety Jones. Aconsejó asustarlo con una golpiza. Ante la posibilidad de que eso no alcanzara, Dread Pirate Roberts le dijo días más tarde: «No tendría problemas en matar a este tipo».
Aunque se manifestó perturbado por la idea, pagó USD 80.000 para contratar a un sicario. Que resultó ser un agente de la Administración para el Control de Drogas (DEA).
El homicidio fingido -se usó una lata de sopa de tomate para realzar los detalles- pasó por verdadero para alguien que como criminal era mejor ingeniero. Y, sobre todo, creó una conexión fuerte entre Ulbricht y la DEA. Sobre todo porque encargar muertes -que no se consumaron- se integró a la práctica operativa de Silk Road.
Lo encontraron, sin embargo, por un hecho mucho más prosaico: un error de programación expuso la dirección IP de un café al que el Temible Pirata Roberts solía ir.
«Encontraron a Ulbricht con decenas de millones de dólares en bitcoin en su laptop. Guardaba otros millones más en dos memorias en su mesa de noche», escribió Bilton. «Tenía USD 2 en su bolsillo».
Aunque la trama es rica, poco emerge de la personalidad del creador de Silk Road, que no confiaba casi en nadie hacia el momento de su detención, y que no recibió al periodista que escribió su historia. Porque tanto sus declaraciones -quería «promover la causa de la libertad», dijo, por ejemplo- como sus diálogos en chats seguros con la DEA o con su asesor, parecen tomados del imaginario de Breaking Bad, que Ulbricht admiraba.