Al socialista Pedro Sánchez no sólo lo tienen agarrado por los ‘güevos’ los proetarras de Bildu y los separatistas catalanes que le atyudaron a sacar adalente la moción de censura contra Mariano Rajoy y a meterse por la puerta de atrás en La Moncloa.
También y de forma férrea, como se ha visto en RTVE y se comprueba ahora en la política hacia la Venezuela chavista, está bien cogido por Pablo Iglesias y los de Podemos (Albert Rivera arremete contra Zapatero por apoyar al dictador Nicolás Maduro).
Los venezolanos que han salido de su tierra no son personas que dejan el país por discrepancias políticas (William Cárdenas: Zapatero, ¿a la Corte Penal de la Haya?).
Se trata de una verdadera avalancha migratoria, de un éxodo dramático y extraordinario debido a la catastrófica situación causada por la dictadura bolivariana. Puesto que el régimen de Nicolás Maduro ha cerrado todas las opciones pacíficas y democráticas para intentar cambiar las cosas, los venezolanos no tienen más remedio que abandonar el país para intentar sobrevivir en otro lado (Zapatero debe rendir cuentas: ¿Cobra dinero de la dictadura venezolana?).
España es uno de los lugares adonde llegan miles de esos venezolanos. Muchos son también españoles, así que bienvenidos sean a este país que también es suyo. Los que no ostentan la nacionalidad española, sin embargo, tienen tantos lazos culturales y sociales con nosotros como para que merezcan ser acogidos con la mayor simpatía.
Unos y otros tienen en común ser víctimas de una dictadura aberrante, tanto que su última ocurrencia -conocida ayer mismo- ha sido aumentar el precio para la emisión de pasaportes y además exigir que la gestión se pague en la estrambótica pseudomoneda, el «petro», que se ha inventado Nicolás Maduro.
Hasta para salir de su país para no morir de hambre, los venezolanos deberán pagar un impuesto para alimentar el ego del dictador (Hay 20 ‘Aquarius’ encallados en España que esperan a Pedro Sánchez y al ministro Grande Marlaska ).
Y a pesar de la evidencia de la desgracia que pesa sobre esas personas, el mismo Gobierno que no hace tanto se ufanaba de haber restaurado la asistencia médica universal en España, no es capaz de reconocer como refugiados necesitados de protección a estos venezolanos que llegan por decenas de miles a nuestro país y se encuentran con una incomprensible negativa.
Los procedimientos administrativos no avanzan y prueba de ello es que para esa misma fecha constan 25.340 expedientes a la espera de resolver, de acuerdo con la información facilitada por la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), y la cifra cobra mayor gravedad cuando se sabe que en los seis primeros meses del año solo se han concedido tres reconocimientos como refugiados a ciudadanos venezolanos. Una política de acogida a cuentagotas que depara un futuro desolador para esa población.
Se trata sin duda de una imposición de sus socios estratégicos de Podemos a la que suma el deseo de Sánchez de no quiere desairar a su predecesor, Rodríguez Zapatero, que lleva meses intentando salvar la cara a Nicolás Maduro.
Naturalmente, otorgar esa condición de refugiados tiene un coste económico, pero el principal problema es el precio político de reconocer que en Venezuela hay una situación de emergencia humanitaria, de verdadera catástrofe económica y de descomposición social.
Significa admitir que todos los consejos que vendieron a Caracas Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero y demás «expertos» han llevado a Venezuela a la ruina, que las sonrisas de la izquierda ante las ocurrencias de Hugo Chávez y de su indescriptible sucesor han contribuido también a crear este infierno del que huyen los venezolanos, es decir, admitir que los refugiados son también víctimas de su contumacia.